El poder según Foucault

Figura fundamental del llamado posestructuralismo francés, Michel Foucault es un pensador clave en la historia de la filosofía política y uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Su concepción del poder, que lo entronizó en el olimpo de la filosofía, supone una nueva forma de comprender las relaciones sociales y las dinámicas políticas. Repasamos los puntos más importantes de esta nueva visión del poder.

¿Quién es Foucault?

Michel Foucault fue un filósofo francés que nació en Poitiers (Francia) en 1926 y murió en París en 1984. Durante sus años de vida, se dedicó al estudio de diversos temas con una obra profusa que se distribuyó en muy diferentes formatos: libros, artículos, cursos, entrevistas etc. Foucault fue un filósofo entregado al pensamiento y esta entrega se plasmó en sus numerosos escritos y cursos.

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Las palabras y las cosas, de Michel Foucault (Siglo XXI).

Fue también un activista reconocido, en especial en el tema de la prisión y el derecho de las personas encarceladas. Sus estudios sobre las dinámicas de poder en la institución penitenciaria (que se plasmaron en Vigilar y castigar) le llevaron a participar activamente en los movimientos sociales que pedían mejores condiciones para los presos. Además, militó durante tres años en el Partido Comunista Francés, aunque luego lo abandonó por discrepancias.

Las primeras obras de Michel Foucault tienen como tema principal la salud mental. Ejemplo de ello son Historia de la locura en la época clásica, El nacimiento de la clínica y Enfermedad mental y psicología. Después, su producción filosófica viró en consonancia con el estructuralismo en auge de la Francia de su tiempo. Algunas obras de este período son Las palabras y las cosas, La arqueología del saber y Vigilar y castigar.

Aunque es probable que los tres libros mencionados estén escritos bajo el mismo paradigma estructuralista (etiqueta que Foucault siempre rechazó), hay una discontinuidad clara entre sus temáticas: mientras que los dos primeros se centran en el saber y en los juegos de poder, el último (Vigilar y castigar) aborda las relaciones de poder y la constitución de los sujetos. Discontinuidades aparte, después de estos estudios sobre el poder, Foucault sufrió un viraje ético en el que introdujo su estética de la existencia (especialmente visible en los tomos 2 y 3 de la Historia de la sexualidad).

En fin, toda la obra de Foucault se puede resumir acertadamente como una desnaturalización de las célebres preguntas kantianas: ya no se trata de qué puedo conocer, sino de cómo se produjeron mis preguntas, de cómo se problematiza algo; ya no se trata tampoco de qué debo hacer, sino de qué posibilidades tengo para hacer(me); y, por último, en vez de qué puedo esperar, la pregunta foucaultiana apunta a las luchas en las que estamos envueltos.

n este artículo vamos a examinar la teoría de Foucault sobre el poder. Como hemos visto, las aproximaciones filosóficas de Foucault a este tema corresponden a su segunda etapa. Antes de comenzar con la propia teoría foucaultiana, y dado que el cambio con la tradición filosófica es notorio, es importante revisar las concepciones clásicas del poder para así apreciar el cambio, la falla, el desvío original. Empecemos, en este repaso de la tradición, con la visión jurídica del poder.

La obra de Michel Foucault se divide en tres etapas. En la primera se analiza la clínica y la locura; en la segunda, el poder y sus dispositivos; y en la última se introduce la «estética de la existencia»

La visión jurídica del poder

Para comprender la visión jurídica del poder, podemos rastrear la etimología de la palabra. Según el conocido portal de etimología DeChile.net, la palabra «poder» viene del latín posse, que significa «ser capaz de algo» o «hacer algo posible». Rastreando aún más, el verbo posse deriva de la conjunción del prefijo pote- (posible, posiblemente) con el verbo essere (ser, estar y existir) para dar lugar a posse, que, después de un fenómeno de regulación popular en el latín vulgar tardío, dio lugar a potere, lo que derivó en el castellano «poder».

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Microfísica del poder, de Michel Foucault (Siglo XXI).

¿Por qué es importante la herencia etimológica? Porque señala —piensa Foucault— una de las concepciones del poder más arraigadas: la visión jurídica del poder. Según esta concepción, tener poder es tener la capacidad de hacer algo posible, de hacer pasar algo de la potencia al acto. Así, decimos que el profesor tiene el poder de echar a alguien de su clase porque, si él quiere, si lo desea, puede hacer realidad lo que hasta ese momento era posibilidad (echar a su alumno).

Es importante notar, y en esto insiste mucho Foucault, que, según esta concepción el poder, sería algo que «se tiene». El profesor ostenta el poder del aula, mientras que los alumnos no tienen ese poder y no podrían, por ejemplo, echar al profesor del aula. Así, la visión jurídica del poder es una forma de comprender el poder que piensa a este como atributo de una persona o institución. En las palabras del filósofo francés, «se considera como un derecho que se poseería como un bien y que, por tanto, se podría transferir o enajenar, total o parcialmente, mediante un acto jurídico o un acto fundacional de derecho». Esto dice Foucault en el curso que impartió en el Collège de France de 1975-76.

Esta concepción está muy arraigada en el imaginario común, pero, cree Foucault, es insuficiente para dar cuenta de las dinámicas de poder que nos rodean. No podemos captar la totalidad del fenómeno del poder pensándolo de esta manera. Para examinar en qué falla o cuáles son sus deficiencias, el filósofo francés examina otra concepción muy instaurada en teoría política: la concepción economicista.

La visión jurídica del poder teoriza el poder como el atributo de alguien (profesor, por ejemplo); atributo según el cual puede hacer real lo que hasta ese momento es mera posibilidad

La visión economicista del poder

Foucault llama «visión economicista del poder» a otra forma clásica de concebir el poder, una forma predominante desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Según el pensador francés, la visión económica del poder consiste en reducir el poder a las relaciones económicas. Estamos, como es fácil observar, en la concepción marxista del poder.

Para los marxistas, cree Foucault, el poder es un derivado de las relaciones de producción, esto es, el poder lo ostenta quien posea los medios de producción y lo impone a través de las relaciones de producción. A través de estas relaciones explota a los que no tienen ese poder (el proletariado). Foucault también usa los conceptos «economismo» de la teoría del poder o, igualmente, la «funcionalidad económica del poder» de la teoría marxista para referirse a este reduccionismo económico.

El problema de esta concepción, argumenta Foucault, es que reduce el poder al vocabulario mercantil y subordina la esfera de las relaciones humanas a la dimensión económica. Como consecuencia, el despliegue histórico del poder y sus distintos dispositivos se ven reducidos al efecto concreto de la historia económica y la lucha de clases. ¡Pero el poder es mucho más! ¿O acaso no hay poder en esferas no económicas como una discusión con la familia o en una primera cita? Por supuesto, hay un poder específicamente económico, pero el poder en su totalidad no es solo económico.

En fin, el problema que tiene Foucault tanto con la concepción económica del poder como con la concepción jurídica es que ninguna de las dos captan el poder en su totalidad. En otras palabras: es cierto que existen esas modalidades de poder, pero solo porque hay una forma de poder más originaria que las fundamenta. El poder no puede reducirse a ninguna de esas dos formas porque las excede.

El poder como represión

Para lograr tal objetivo, para conseguir entender el poder en su totalidad, es necesario buscar formas más originarias de sus manifestaciones, formas que sean más generales, que incluyan a las anteriores. ¿Hay alguna forma de concebir el poder que sea más amplia que las anteriores y que, por tanto, las incluyan? Sí, argumenta Foucault, la idea de que el poder es, básicamente y de un modo u otro, represión.

Foucault llega así a lo que cree que ha sido la base de la concepción más extendida en la historia de nuestra filosofía: la idea de que el poder «es esencialmente lo que reprime». Estamos ante un Foucault historiador, un Foucault que rastrea el elemento común (represión) entre las distintas visiones del poder (jurídica y económica, por ejemplo). Se trata ahora —y este es el camino que sigue Foucault— de examinar si pensar el poder como represión es una forma adecuada de captar el fenómeno en su totalidad, o si, por algún motivo, es también una concepción insuficiente.

Según la concepción represiva, el poder sería aquello que reprime algún elemento: la razón (reprimida por el inconsciente), la clase (reprimida por las relaciones de producción), a los individuos (reprimidos por los aparatos del Estado) etc. Como vemos, es una forma de concebir el poder que unifica distintas manifestaciones particulares (jurídica y económica, por ejemplo) y que capta —aparentemente— el fenómeno en su generalidad. El poder, visto de esta manera, es aquella relación cuyo efecto principal es la represión. Por contra, la libertad, y desde esta visión, se entiende como ausencia de la represión, como ausencia de poder.

Esta concepción represiva del poder ha estado muy presente a lo largo de la historia de la filosofía. Su culmen y consolidación fue en la Ilustración, época en la que la (ansiada) emancipación se entendió en todas sus facetas como una emancipación frente a un poder opresor: bien sea político (absolutismo), bien sea epistemológico (prejuicios y supersticiones).

Sin embargo, nuestro autor se ve a obligado a descartar esta visión del poder. En sus propias palabras:

«Creo, sin jactarme demasiado, haber sido todo igualmente sospechoso durante bastante tiempo de esta noción de ‘represión’, y traté de mostrarles, precisamente en relación con las genealogías de las que hablé antes, en relación con la historia del derecho penal, del poder psiquiátrico, del control de la infancia. sexualidad, etc., que los mecanismos implementados en estas formaciones de poder eran algo bastante diferente, mucho más, en todo caso, que la represión».

Como aclaró Foucault en una entrevista titulada Verité et pouvoir, a pesar de haber trabajado él durante años con esta misma noción represiva, no es esta una noción satisfactoria. ¿Dónde está la fuente de esta insatisfacción? En que no es todavía una concepción total, en que todavía no da cuenta de muchas dimensiones del poder; en particular, de su dimensión productiva.

Así, Foucault quiere indagar otras formas de concebir el poder que no sea únicamente coercitiva (y que no piensen solo en fenómenos como: «¡No hagas esto!» o «¡No se puede hacer lo otro!»), sino que entienda que el poder es un complejo juego que también produce, genera, añade, suma. Además, Foucault acierta al señalar que identificar el poder con la represión no abandona la concepción jurídica del poder, ya que sigue identificando al primero con una ley que dice no. Esta concepción es, en fin, una concepción negativa y estrecha (e incluso esquelética) del poder. Para comprender este fenómeno en su totalidad, se necesita una visión más amplia, se necesita una nueva concepción del poder.

El nuevo planteamiento de Foucault va a continuar lo que él llama la «hipótesis de Nietzsche», según la cual el poder es un juego permanente de estrategias, una guerra continua

Una nueva concepción del poder

Así todo, y frente a estas formas deficientes de abordar el asunto, Foucault busca una alternativa, una concepción más amplia. Este planteamiento de nuevas concepciones del poder aparece principalmente en Vigilar y castigar, una obra en la que Foucault realiza una «microfísica del poder», un estudio del poder a una escala más pequeña de la habitual.

La nueva concepción del poder que Foucault trabajó y que supuso un cambio en la historia de nuestro pensamiento es lo que él llama la «hipótesis de Nietzsche». Según Foucault, en la filosofía de Nietzsche habría un planteamiento mucho más complejo y originario del poder. Este no sería concebido como una represión, sino como una guerra continua, como un juego permanente de estrategias. De esta guerra y estos juegos estratégicos, la represión no sería más que un efecto, pero habría, sin duda, muchísimos más.

Visto de esta manera, el poder ya no queda reducido a uno de sus efectos (la represión). Entender el poder como un juego de fuerzas nos permite captarlo en su totalidad, entendiendo que el poder fluye por mecanismos y dispositivos mucho más amplios que lo que nos permitía ver las anteriores concepciones.

En esta nueva concepción del poder, este ya no se comprende como un atributo o cualidad de un sujeto (el poder de mi padre o el poder del presidente del gobierno); aparece, más bien, como un fenómeno. El poder, dice Foucault, no se tiene, no es una cualidad, no es de alguien, sino que se ejerce, se usa, fluye. Para comprender este giro de forma más precisa podemos pensar en el lenguaje: nadie tiene su lenguaje, simplemente lo habla, lo usa.

Pero ¿qué es exactamente el poder si lo pensamos de esta forma? Hemos visto que, siguiendo la hipótesis de Nietzsche, el poder no se reduce a sus efectos represivos, sino que es algo más general. Pero ¿qué? En la teoría de Foucault, el poder es una relación de fuerzas, una relación de una fuerza con otra fuerza. Deleuze, en su Foucault, explica adecuadamente que las categorías del poder son del tipo: dificultar, seducir, indicar, incitar, desviar, hacer menos probable, limitar, etc. Es decir, el poder es la relación de una fuerza con otra fuerza y los efectos de esta relación son los citados. Así todo, el poder se ejerce cuando ponemos en juego un complejo juego de fuerzas y relaciones.

Como vemos, no estamos únicamente en el campo de la represión («¡no salgas de tu cuarto!»), sino en un amplio juego de fuerzas y relaciones («¿me acompañas al cine?» o «¿qué haces esta tarde?»). Bajo este nuevo prisma, el poder excede la visión negativa que de él se tiene y arribamos al poder como producción, al poder como elemento creador. En las dinámicas de poder (y esto se ve bien cuando dos personas ligan) no solo se prohíbe; también se incita, se crea, se añade, se modifica.

Y ¿en qué se diferencia el poder de la violencia? Esta es una pregunta muy pertinente, porque, de una u otra forma, son términos que tradicionalmente han ido de la mano (pensando al poder como violencia implícita y a la violencia como manifestación de un cierto poder). Sin embargo, en la teoría de Foucault, donde hay poder, necesariamente no hay violencia. El poder es una relación entre sujetos libres y presupone la libertad (puedes o no acompañarme al cine). Recordemos que las categorías del poder son acciones como incitar o seducir. No se puede incitar a una piedra o a un libro. El poder es un juego de fuerzas entre dos sujetos libres.

La violencia, en cambio, es la relación de una fuerza con un objeto. Siguiendo la explicación de Deleuze, las categorías de la violencia serían acciones como: aniquilar, eliminar o destruir. Un ejemplo de violencia es, por ejemplo, un puñetazo a la pared o el asesinato de un animal. ¿Quiere esto decir que los sujetos libres no podemos sufrir violencia? ¡Nada más lejos de la realidad! Sufrimos violencia cuando el juego de fuerzas no nos coloca en la posición de un sujeto libre, sino que nos objetiviza: bien sea por violencia física, bien sea por procesos institucionales que nos arrebatan toda libertad.

Así todo, el ejercicio del poder se asimila entonces, según la propia terminología foucaultiana, a la idea de gobierno más que a una confrontación entre dos adversarios o al enlace del uno con el otro. Gobernar, más que aniquilar o reprimir; porque gobernar es dirigir la posible conducta o las posibles consecuencias, de ahí la semejanza entre gobernar y ejercer el poder.

Ahora bien, este gobierno, este ejercicio del poder, no funciona por consentimiento (¡ni mucho menos!). La metáfora de la gobernabilidad sirve para distinguir fácilmente el poder de la violencia, pero debemos prevenirnos de entender las relaciones de poder de la forma en que entendemos el gobierno de los políticos. Se ejerce el poder cuando una fuerza actúa sobre otra, cuando una acción actúa sobre otra, y es en este sentido en el que decimos que hay un gobierno. Pero esto no implica ni consentimiento ni un «juego de suma cero».

El poder se diferencia de la violencia en que la violencia es la aplicación de una fuerza sobre un objeto. Sufrimos violencia cuando el proceso en el que estamos inmersos nos objetiviza

El poder difuso

Ahora que ya tenemos una concepción más amplia del poder, una pregunta nos asalta: ¿cómo se manifiesta el poder? ¿Es un fenómeno que siempre vemos de forma clara y transparente, como cuando nos piden que ayudemos con la compra? Lamentablemente, no. El poder, como todo juego de estrategias, funciona de forma mucho más certera cuando no es explícito, cuando los sujetos no son conscientes de participar en ese juego. Decimos entonces que el poder se hace difuso, se invisibiliza. Nadie sabe cómo, nadie sabe a partir de cuándo, pero hacemos lo que querían que hiciésemos.

¿Por qué los niños de una clase no se levantan a jugar cuando quieren? Y lo que es más importante: ¿por qué no lo hacen si el profesor no se lo ha prohibido expresamente? El colegio es una buena muestra de cómo el poder fluye por dispositivos y no necesariamente entre sujetos que lo ponen en marcha. Como estudia Foucault en Vigilar y castigar, el dispositivo es un complejo objetivizado de poder compuesto de mecanismos de jurídicos (castigar sin recreo), discursivos (no hay que portarse mal) y psicológicos (tener la validación del profesor). Nadie necesita hacer nada para que los niños estén quietos, hay todo un dispositivo que los sujeta a la silla.

El análisis «microfísico» del poder que lleva a cabo Foucault en Vigilar y castigar consiste precisamente en analizar estos dispositivos y mecanismos que invisibilizan el poder. El objetivo es mostrar que el poder no siempre es ejercido por personas, sino que muchas veces corretea por mecanismos institucionalizados que garantizan tanto el control de los cuerpos como las consecuencias deseadas para quienes lo ejercen. Los uniformes, los horarios controlados, la disposición física de las aulas… Cuando pensamos el poder de esta forma descubrimos los dispositivos que antes nos permanecían invisibles.

Este análisis es crucial desde una perspectiva política, porque el poder se multiplica exponencialmente cuando su presencia es invisible. Averiguar las fuerzas que someten a nuestro cuerpo, las fuerzas que lo hacen dócil y que lo manejan sin darnos cuenta, es una tarea crucial para pensar la emancipación y un futuro mucho más libre.

El poder es mucho más efectivo cuando es invisible, cuando no es ejercido por personas, sino cuando corretea por dispositivos instaurados (como vemos en la escuela o en la cárcel)

Pero ¿podemos emanciparnos del poder?

Si nos tomamos en serio los análisis foucaultianos, nos encontramos con una pregunta acuciante: ¿estamos envueltos en un mar todopoderoso de relaciones de poder? ¿Hay acaso un afuera? ¿Podemos soñar siquiera con emanciparnos del poder y dejar de estar dentro de él? La respuesta de Foucault a este respecto es clara: no.

La respuesta es contundente porque en la teoría de Foucault el poder es inherente a las relaciones sociales, es decir, en tanto nos relacionamos con otros sujetos, las fuerzas de ambos sujetos entran en complejos juegos de estrategias, en interacciones que las modifican. Por eso, y en tanto que siempre vivimos en sociedad, el poder no desaparecerá nunca, no hay un afuera del mismo. Vivir en sociedad implica, necesariamente, la aparición de relaciones de poder.

Por esta razón dice Foucault que las relaciones de poder no están constituidas por fuera de la sociedad, de tal modo que podamos imaginar su radical desaparición. No hay algo así como «emancipación» o espacios libres de poder. No se puede. Es radicalmente imposible. Sin duda, la crítica foucaultiana es una de las críticas más acertadas a la postura habermasiana que postula una situación ideal de habla, una situación democrática ideal desde la que poder pactar y convivir políticamente. No existe, desde el paradigma foucaultiano, tal situación ideal y ni siquiera es posible que exista porque el mero campo de lo social implica el aparecimiento de las relaciones de poder.

¿Quiere decir esto que estamos abocados a la dominación de unos sobre otros? No. ¿Quiere decir esto que no podamos revertir las situaciones de poder actuales? Tampoco. Pero, entonces, ¿qué nos queda?

No hay un afuera del poder porque las relaciones sociales implican relaciones de poder. Según la teoría foucaultiana, no hay algo así como «emancipación» o espacios libres de poder

¿Hay esperanza? La resistencia

Si no hay afuera del poder, ¿estamos condenados a estar dominados? Como hemos dicho, no. Y esto por varios motivos. En primer lugar, porque, como explica Foucault, las relaciones de poder no son iguales que las relaciones de dominación. Las relaciones de poder necesitan para existir dos sujetos libres porque son relaciones que no determinan, sino que influyen, modifican. Es constitutivo a las relaciones de poder la posibilidad de ir a un lado o ir al contrario.

Por eso dice Foucault que las relaciones de poder son relaciones «móviles», nunca determinadas, siempre abiertas al cambio, nunca fijas o unidireccionales. En este sentido, dice Foucault que si hay poder, hay resistencia, porque la libertad que necesita el poder para circular siempre puede torpedear los deseos del que ejerce el poder. Pensemos en una situación cotidiana donde fluya el poder: una cena con amigos, por ejemplo. El juego de estrategias es complejo y habrá algunas personas que intenten persuadir, modificar, incitar o incluso impedir. Pero no está nada abierto, siempre podremos oponernos y decir: «El resto de platos, vale, pero el pescado en ninguno de los casos».

Es por esto que decimos que la omnipresencia del poder no lleva a una incapacidad de cambiar las cosas establecidas. De hecho, si la filosofía de Foucault es algo, es un intento constante de mostrar que otros mundos y otras formas de vivir son posibles, de mostrar que la resistencia es necesaria y posible. Cuando estas otras formas no son posibles, es decir, cuando las relaciones de poder se solidifican perdiendo su fluidez y desapareciendo toda posibilidad de cambio, aparecen los estados de dominación: «En muchísimos casos, las relaciones de poder se fijan de tal manera que son perpetuamente asimétricas y el margen de libertad es extremadamente limitado».

Las relaciones de dominación son, por tanto, relaciones de violencia (y no de poder) donde la posibilidad de resistir no existe. Son relaciones donde la capacidad del otro de modificar, de virar, de cambiar, de actuar, está totalmente anulada y los efectos corresponden siempre a los deseos del dominador. En las relaciones de dominación se aplican las categorías que vimos para la violencia: aniquilar, sucumbir, anular…

Es cierto que en sus últimos años (por ejemplo, en la entrevista que dio seis meses antes de su muerte), Foucault señaló que en los estados de dominación también se puede ofrecer cierta resistencia, aunque esta no tuviera posibilidades reales de revertir la situación de dominio. Y es que, para nuestro autor, incluso cuando hay una relación de poder totalmente desequilibrada, «un poder solo puede ejercerse sobre el otro en la medida en que este todavía tiene la posibilidad de matarse, de saltar por la ventana o de matar al otro».

Foucault distingue las relaciones de dominación de las relaciones de poder. A diferencia de las últimas, en las primeras no hay posibilidades reales de cambio y toda libertad es anulada

Conclusiones

Michel Foucault es un pensador fundamental para comprender el poder y sus dinámicas. Como hemos visto, fue capaz de pensar el poder de una forma mucho más global y no redujo este únicamente a sus efectos represivos. Sin embargo, algunos elementos merecen mencionarse para completar este repaso sobre los análisis foucaultianos.

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El uso de los placeres. Historia de la sexualidad (Vol.II), de Michel Foucault (Siglo XXI).

En primer lugar, y a pesar de que aquí hemos ligado —como hacía Foucault— el poder y la libertad, la libertad no fue un elemento suficientemente tematizado durante la etapa en la que Foucault estudió el poder. Las primeras incursiones foucaultianas en el tema se centran especialmente en el poder y en sus efectos sobre los cuerpos, en la disciplina, en los mecanismos y en los dispositivos por los que el poder fluye. El panorama que pinta Foucault en estos primeros escritos sobre el poder, y así se lee en Vigilar y castigar, es el de unos cuerpos inmersos en relaciones de poder, en mecanismos de disciplina y dispositivos de control, que —a través de técnicas que difuminan y amplían el alcance— son moldeados y «docilizados».

Así todo, en estos textos, Foucault describe bien cómo fluye el poder en instituciones tales como la escuela o la cárcel, y describe también adecuadamente los efectos de estos dispositivos en los cuerpos, pero dedica poco espacio a las actuaciones de resistencia, al ejercicio de libertad que pueden hacer los cuerpos. De esta forma, la microfísica del poder no sería, al menos en sus primeros escritos, tanto un estudio de las posibilidades, sino una descripción del flujo de poder. El sujeto en estos primeros análisis de Foucault es más un producto pasivo de las técnicas de dominación que un agente libre para autodeterminarse.

Habrá que esperar a su última etapa, especialmente en los tomos dos y tres de la Historia de la sexualidad, para que Foucault examine los fundamentos de la resistencia: ¿de dónde sale esta libertad? ¿Cómo ejercer una relación libre? ¿En qué se basa? ¿Cómo puede construirse el sujeto a sí mismo para no conformarse únicamente en los dispositivos de poder que le aprisionan?

Por último, y respecto al choque que produjo su teoría en los movimientos políticos de la época, es importante señalar que la teoría de Foucault supuso una ruptura clara con los movimientos de izquierda de su generación. Estos movimientos basaban su oposición a las relaciones de poder dominantes en la existencia de una naturaleza humana y en la emancipación de un sujeto que ya estaba dado, pero que, bajo las condiciones actuales de represión, no podía salir a la luz. Foucault rompe con estos resquicios de humanismo en las teorías izquierdistas señalando que el sujeto no es, sino que se hace en su inmersión en las relaciones de poder (o más bien son estas quienes lo hacen). No se trata de emancipar a nadie del poder, sino en revertir las lógicas de poder para abrir otras formas de vivir más justas, más respetuosas, más libres.

Fuente: Filosofia & Co.

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