El viejo Telón de Acero vuelve a levantarse en el mundo. Lo hace para dividir de nuevo a viejos enemigos, pero el nuevo enfrentamiento introduce algunos actores que no estaban en 1945. Tras el reseteo global que supuso la Segunda Guerra Mundial se generó un sistema de equilibrio nuclear que enfrentó al imperio soviético con Estados Unidos, aunque lo hicieran en conflictos del tercer mundo y de forma siempre indirecta. Hoy irrumpe China como potencia económica y militar para cuestionar la supremacía de Washington y ocupar los espacios de la antigua URSS, mientras Rusia se resiste a perder su lugar en la Historia y la Unión Europea asiste a la función como actor secundario. La tensión sube en cada continente del planeta, donde los contendientes tratan de afianzar de nuevo sus zonas de influencia.
La nueva Guerra Fría quizá no tenga un acontecimiento fundacional, pero a partir de la segunda guerra de Irak los dos bandos se han lanzado al control de materias primas claves para su supervivencia a costa de armar a dictadores, montar bases navales en los confines del mundo o levantar de nuevo muros en las fronteras.
El coste militar se ha disparado, al igual que la investigación en drones y guerras híbridas que impliquen ataques cibernéticos. Todo el planeta elige bando, y pertenecer a uno u otro bloque implica hasta qué vacuna recibes contra el coronavirus, y a qué parte del planeta vas a poder viajar con ella.
China se expande en África ante la indiferencia de EEUU, casi ausente del continente desde el desastre de Mogadiscio en 1993 y toma posiciones en América Latina usando como puente al eje bolivariano. En Asia el punto de fricción es Taiwan, la piedra en el zapato de Pekín y un puñado de islas estratégicas que se disputa con Japón y Corea del Sur. Ese parece ser el escenario más caliente de esta nueva Guerra Fría. Con el permiso de Vladimir Putin y la vieja Europa.