Tras unos años de política monetaria disparatada a un lado y otro del Atlántico, la inflación ha vuelto a Europa y Estados Unidos en unas tasas que hacía muchos años que no se veían en las economías más avanzadas. De hecho, en España ha llegado a máximos de tres décadas
Por supuesto, todavía no son números que se parezcan a los que se viven en las economías fracasadas de Sudamérica, pero conviene tener presente lo que las espirales inflacionistas son capaces de hacerle a los países que las sufren y para ello vamos a recurrir a la experiencia de Argentina, que por desgracia es un auténtico campeón en este sentido: una inflación elevada casi permanente, empeorada por dos procesos de hiperinflación, un corralito…
Hablamos con cuatro periodistas y escritores argentinos –uno de ellos además economista– para que nos cuenten cómo se vive, o mejor se sobrevive, cuando los precios suben un 3.000% en un año y qué secuelas deja algo así en la sociedad. Son Carlos Rodríguez Braun y Luis Balcarce, que viven en nuestro país, y Leandro Fleischer y Marcelo Birmajer, que siguen residiendo en Buenos Aires.
Correr para comprar y “arbolitos”
“Cuando hay inflación de pronto tienes que liberarte del efectivo porque el dinero que recibes está perdiendo valor rápidamente”, nos explica el profesor Rodríguez Braun que vivió el proceso hiperinflacionario de 1976, “y como todo el mundo tiene que liberarse de efectivo a la vez, tienen que asignar recursos a eso, imagina el desperdicio de tiempo, esfuerzo y recursos para intentar defenderte de esa moneda”, nos cuenta.
“Mi padre me contó –nos dice Leandro Fleischer rememorando la hiperinflación de 1989 y 1990, que él vivió siendo un niño– que así como cobraban todo el mundo salía desesperado a comprar todo lo que necesitaba, porque lo que podrías comprar ese día a la semana siguiente a lo mejor era la mitad o menos”.
Marcelo Birmajer también recuerda estas desbandas a los supermercados en los mismos años: “Cuanto cobrabas salías corriendo al supermercado a surtirte, como si fuera una guerra” y nos explica lo que le pasaba a él mismo: “Si salía por la mañana de trabajar en el diario mi sueldo me iba a dar para comprar una cantidad determinada de mercancías y cuando salía por la noche iba a valer a mitad, eso era lo que ocurría: el sueldo a la mañana tenia un valor y a la noche valía la mitad“.
Nuestros interlocutores coinciden además en el destino que se daba al dinero que pudiese sobrar de esas compras esenciales: “Si quedaba algo se compraban dólares en el mercado negro, como se ha hecho siempre y se sigue haciendo hoy”, nos dice Fleischer que nos presenta una figura curiosa: “Los ‘arbolitos’”, que es como en Buenos Aires se llama a las personas que venden dólares en las calles. “En todas las esquinas los tenías” recuerda Balcarce.
Dolarización: nadie quiere pesos
Los ‘arbolitos’, que recibieron tal nombre “porque están todos parados allí” como si fuesen parte del mobiliario urbano, son una de las consecuencias de otro de los efectos que la inflación ha tenido en Argentina: la pérdida absoluta de confianza en la moneda local y la consecuente dolarización práctica de la economía: “Se produce una sustitución del peso por el dólar –explica Rodríguez Braun– hasta el extremo de que las transacciones con alguna relevancia -la compra de un coche o un piso- se cifraban y se efectuaban en dólares y en efectivo, cuando se realizaba la transacción la gente se llevaba un maletín con billetes de dólares”.
De hecho, Fleischer asegura que aún hoy “la gente sale desesperada a comprar dólares, cada dólar es prácticamente oro, y la gente se desespera por ellos y es gracioso, porque sólo con ir a Uruguay, que está a 40 minutos en barco, los dólares no les importan y en Chile o Brasil lo mismo, ni te los cogen en las tiendas”.
Birmajer también lo cita entre los efectos a largo plazo de las crisis inflacionarias: “Un hábito que se metió en la cabeza de la gente a partir del 89 fue no confiar en la moneda argentina, desde entonces todo aquel que quería ahorrar lo hacía en dólares, nunca más se volvió a ahorrar en pesos”. Es más: “Se perdió la confianza en la propiedad privada, sólo se confía en el dólar porque se puede ocultar”. La gente sale desesperada a comprar dólares, cada dólar es prácticamente oro, y la gente se desespera por ellos
Y es que refugiarse en el dólar era la única herramienta para defenderse tal y como nos cuenta un Luis Balcarce que explica que gracias a que sus padres “llevaban años” haciéndolo lograron superar la situación sin llegar a tener “una carestía importante”, aunque él todavía recuerda con horror que “no tenía dinero ni para el autobús”. Aquellos que no lo habían hecho ya lo aprendieron entonces: “La gente dejó de creer en su moneda y se refugió en otra para no empobrecerse del todo”, concluye.
De hecho, una anécdota muy personal y un poco escatológica que nos cuenta Leandro Fleischer describe mejor que ninguna explicación el poco aprecio que se llega a tener por una moneda inflacionaria: “Mi hermano estaba un día en el instituto y andaba mal del estómago, fue al baño, no había papel higiénico y la plata valía tan poco que se terminó limpiando el trasero con billetes de austral”.
Lo que pasa cuando no hay precios
Los precios y sus cambios y la locura a su alrededor no creaban sólo problemas a los que tenía que pagarlos, Balcarce nos habla de “la ausencia de precios” como uno de sus recuerdos más nítidos: “Ibas a la panadería pedías un pan y el panadero te decía que no te lo podía vender porque no sabía qué precio tenía“. Y es que “en un mismo día esa barra de pan podía cambiar cinco veces de precio”. Es entonces cuando “te das cuenta de lo cierto que es eso que te enseñan de que los precios son signos de información y que si no hay precios es el caos, es como si se apagan los semáforos, un sálvese quién pueda“.
Para el profesor Rodríguez Braun “una de las muestras del empobrecimiento de la inflación” es que tiene un coste muy alto “no sólo para los demandantes de cosas, sino también para los oferentes”. Y uno de los costes es, precisamente, que “constantemente tienen que cambiar los precios, lo que en Argentina le llaman el remarcaje”.
Fleischer también recuerda este cambio constante de los precios que, de hecho, requería empleados dedicados a ello, los “remarcadores” que, “según tú estabas comprando iban dando vueltas por el súper, cuando lo ves en perspectiva no lo puedes creer“.
“Qué absurdo desperdicio de recursos que alguien se tenga que ocupar de cambiar continuamente los precios de lo que vende”, concluye Rodríguez Braun.
Las causas
Preguntamos a nuestros interlocutores por qué hay inflación, por qué esta se convierte en hiperinflación y, sobre todo, por qué esto ha ocurrido con tanta frecuencia en algunos sitios como Argentina. “Estas cosas no suceden por casualidad“, afirma tajante Rodríguez Braun, “que estallase la hiperinflación en los años 20 de Europa no fue casualidad, fue porque hubo unos grandes desequilibrios fiscales y una de las recetas para solucionar la falta de ingresos es imprimir dinero, ya dijo la Escuela de Salamanca que la inflación era algo parecido a un impuesto”.
Y a su juicio esto fue precisamente “lo que pasó en Argentina: se responde al desequilibrio fiscal con la emisión de dinero, se utiliza la emisión monetaria como mecanismo recaudatorio”.
Luis Balcarce recuerda que Argentina es “un país que destrozó cinco signos monetarios, que le quitó trece ceros a la moneda y ha tenido dos hiperinflaciones sin pasar por una guerra”, por eso nos recuerda que el conocido liberal argentino Javier Milei “quiere dinamitar el Banco Central”. El peronismo es una corriente populista, caudillista, autoritaria, típica del tercer mundo, una especie de chavismo
Fleischer va un poco más a la parte política y nos cuenta que esto “se repite” porque “el peronismo gobernó gran parte de la historia” desde hace ya muchas décadas y “es una corriente populista, caudillista, autoritaria, típica del tercer mundo, una especie de chavismo, así que manejan la economía a su manera”. En su opinión “no hay lugar para la meritocracia y necesitan la pobreza y la ignorancia porque así los votantes dependen de ellos”, ya que “gente que pudiese abastecerse con dignidad sería contraria a estas políticas”, por lo que los peronistas “tienen que mantener a la gente pobre, ignorante y dependiente”.
Algo parecido nos dice Birmajer: “No hay más culpable que nosotros mismos, el pueblo argentino no ha logrado separarse del peronismo y el populismo y asumir que uno tiene que vivir con lo que produce”, nos dice, aclarando que no se trata de vivir sólo con lo que se produce en el país, “pero sí que en la apertura al mundo no podemos pedir más que lo que nosotros producimos, tiene que haber un intercambio razonable entre la producción y lo que se reclama y en Argentina es ecuación nunca se ajustó, siempre se creyó que merecemos todo y no tenemos que dar nada, esa convicción argentina nos ha condenado al fracaso”, concluye con un toque muy amargo en la voz.
Y algunas consecuencias
Durante las conversaciones nuestros interlocutores también nos han ido explicando las consecuencias que estas espirales inflacionistas han tenido para Argentina, algunas tan inmediatas como lo que ocurrió en el 89, tal y como nos lo cuenta Balcarce: “Se desató una serie de saqueos violentos y brutales que no eran sólo de piqueteros, sí estaban los piqueteros, por supuesto, pero también había familias que entraban en los supermercados porque no había que comer”.
A largo plazo, “el primer efecto es la pobreza”, tal y como recuerda Rodríguez Braun: “Cuando Argentina empezó a tener inflación a mediados del siglo XX todavía era un país muy rico, mucho más rico que España por ejemplo, que sólo la superó en renta per cápita a mediados de los 70”.
“Otro efecto –continúa el profesor– es que los países que se empobrecen empiezan a exportar personas: hasta los años 60 o 70 las emigraciones de argentinos al exterior eran sobre todo por razones políticas, después el empobrecimiento ha hecho que los argentinos emigren por razones económicas”.
Sobre la pobreza, Luis Balcarce nos cuenta cómo empezó a sentirse: “Buenos Aires era una ciudad con su punto elegante y europeo y la pauperización llegó y la veías en los trenes, las calles, se veía mucha gente pidiendo, mucha gente desesperada y eso hasta entonces no lo habíamos visto. Es traumático, son experiencias traumáticas”, recalca.
¿Puede pasar en España?
Por último, preguntamos a estos cuatro argentinos si creen que lo que ha ocurrido en su país podría en alguna medida suceder en España. Y por desgracia la respuesta no es la que nos había gustado escuchar: “Claro que es posible una inflación alta en España, cuando yo llegué aquí la inflación era del 30%”, nos dice Rodríguez Braun si bien reconoce que viniendo de Argentina esto le pareció “el paraíso de la estabilidad”.
En su opinión sí pueden darse esas subidas de los precios, si bien cree que afortunadamente la opinión pública puede jugar un papel importante en evitarlo: “Como la gente no está acostumbrada puede tener una reacción política en contra de los gobernantes y esto motiva que les preocupe la inflación y se cuiden de ella”.
Luis Balcarce lo tiene muy claro: “Esto de creer que no te va a tocar, que son cosas que ocurren en otros países es de una estrechez mental muy peligrosa, porque hace 40 o 50 años Argentina o Venezuela eran países en los que se vivía mejor que en España”. En su opinión “hay que pensar que te puede tocar, cómo no te va poder tocar, sobre todo cuando tienes una deuda del 120 % del PIB”, nos dice, “cómo no te va a poder tocar si estás viviendo de forma desenfrenada“.
Reconoce que el euro es “un seguro de vida, hemos tercializado la moneda”, y eso en su opinión “es lo único bueno de la UE”, aunque cree que no somos conscientes de lo importante que es la moneda para un país: “Es vital, es una institución como la Justicia o el Parlamento” y es por no reconocer eso por lo que “muchos países son pobres y desgraciados”. La moneda es vital, es una institución como la Justicia o el Parlamento”
“El euro es un seguro de vida –insiste– pero a mí me preocupa mucho que aquí hay un presidente que gasta el dinero sin control” y sobre todo “que siempre hay alguien que paga la cuenta”.
Marcelo Birmajer cree que “España tiene la gran fortuna de estar rodeada de democracias liberales que mantienen una economía racional, pero la raza humana es muy voluble y decide cada día su destino“. Y esa elección no siempre es afortunada: “En España teniendo líderes como Ayuso, que yo considero una de las más lúcidas y renovadoras del mundo contemporáneo, o habiendo tenido presidentes como Aznar, terminaron votando a Zapatero o a Pedro Sánchez, por no hablar de la importancia electoral que le permitieron alcanzar a los chavistas de Podemos”, nos dice. “Son formas de locura que uno pensó que habían terminado con el franquismo”, asegura, “así que sí, los españoles se pueden argentinizar si ellos lo deciden”.
Y cuando ya nos ha metido el miedo en el cuerpo Birmajer cierta nuestra conversación con una frase tan lapidaria como acertada: “En la raza humana el éxito nunca está garantizado y el fracaso siempre es la posibilidad más probable, basta un movimiento para irnos al demonio”.
Fuente: España.