Una radiografía del trumpismo

Conforme el empresario Donald Trump, convertido en el 45º presidente de Estados Unidos, devino fenómeno mediático, las pasiones desatadas se viralizaron. Sus defensores –provenientes de clase trabajadora blanca empobrecida, businessmen descontentos con la democracia liberal y algunos intelectuales conservadores en deriva reaccionaria– llegaron a calificarlo como un campeón de la libertad. Sus adversarios –clases medias, minorías y buena parte de las élites ilustradas de Occidente– lo etiquetaron como un fascista de nuevo cuño. Pero, como han alertado varios autores,

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los autoritarismos contemporáneos asumen diversos ropajes, por lo que es aconsejable evitar la simplificación ideológica y abrirnos a la diversidad de trayectorias y genealogías.

Trump. Breve historia de una presidencia singular viene a superar esa lógica binaria. Desde una perspectiva analítica y política abiertamente cívica, crítica con el personaje (y con el fenómeno llamado trumpismo, estructurado en torno suyo), el economista Carmelo Mesa-Lago, el historiador Francisco Rodríguez Jiménez y el internacionalista y periodista Pablo Pardo han formado un equipo estelar para escribir una obra magnífica. Con prosa asequible, los autores abordan el objeto desde la multicausalidad de cualquier fenómeno histórico, condensando una historia breve de los antecedentes familiares –incluidos su origen inmigrante, episodios racistas y voracidad capitalista de su padre– y rasgos personales de Trump, así como su carrera empresarial y política. El libro además aporta un balance de la presidencia de Trump, sólidamente sustentado en fuentes bibliográficas, hemerográficas y entrevistas a personalidades.

Para comprender el fenómeno Trump, los autores nos invitan a revisar el contexto sociocultural previo. La crisis económica global de 2008, el auge de la inmigración y el miedo al terrorismo desencadenaron en Estados Unidos una reacción de desconfianza hacia la política tradicional, sustentada en el deterioro socioeconómico de millones de estadounidenses blancos de clase media baja, con bajo nivel educativo y de ingreso. Así, el trumpismoapareció como la expresión norteamericana del deterioro de las preferencias democráticas en todo el Occidente.

Trump sedujo el alma aislacionista de millones de sus compatriotas, con la irrealizable promesa de desconectar a su país de los compromisos geopolíticos y las instituciones globales. Apostando por una suerte de “aislacionismo-militarista” donde se incrementaban los presupuestos de Defensa y Seguridad Interior, mientras se reducían los del Departamento de Estado y las agencias encargadas de la ayuda exterior, medio ambiente, salud y educación. Su lema de campaña, emanado del libro How to make America great again, simplificaba el modo en que una superpotencia como Estados Unidos garantiza sus objetivos e intereses en un mundo globalizado del cual se beneficia. Esto se tradujo en movidas para abandonar esquemas multilaterales (el acuerdo para la lucha contra el cambio climático, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) o instituciones como la unesco y la oms.

Sin experiencia previa en ninguna rama de la administración federal –algo inédito–, el estilo de Trump generó problemas de comunicación y coordinación gubernamentales. Alardeando de no preparar las reuniones y leer poca información, la gestión del presidente llevó a que el jefe del gabinete, el secretario de Defensa, el consejero de Seguridad Nacional y el jefe del Estado Mayor Conjunto, entre otros funcionarios, conformasen ad hoc un equipo apagafuegos llamado “el eje de los adultos”. El nombramiento de personas como Rex Tillerson, expresidente de ExxonMobil al frente del Departamento de Estado, levantó las alarmas incluso dentro del propio Partido Republicano sobre la excesiva desprofesionalización y desmesurada influencia del sector privado en la diplomacia. El nepotismo se expresó con los roles asignados a la hija del presidente Ivanka Trump y su yerno Jared Kushner en diversas misiones en Rusia, Oriente Próximo o México.

La política exterior de Trump, evaluada en la obra, se caracterizó por generar controversias, ante su agenda sobre América Latina y la migración; su actitud complaciente con Arabia Saudí y Putin; el abandono de la solución de dos Estados para el conflicto entre Israel y Palestina; y los roces innecesarios con los aliados democráticos europeos. En una ruptura con la tradición política estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, desatendió la promoción global de la democracia y los derechos humanos. No obstante, los autores insisten en que Trump fue, pese a sus deseos, más populista verbal que factual. Sus arranques y agenda desinstitucionalizadores no pudieron implementarse cabalmente. El Congreso, el Departamento de Estado, diversos lobbies, los medios de comunicación y la sociedad civil movilizada actuaron como frenos de sus peores excesos.

En materia económica, Trump mantuvo tendencias anteriores, incluido el incremento de la desigualdad y de la carga fiscal sobre los trabajadores, el deterioro de las cuentas públicas y la tercerización de la economía. La política económica de Trump se basó en reducir masivamente la presión impositiva sobre las grandes empresas, disparando el déficit público, mientras se recortaban las medidas de seguridad en el trabajo, las regulaciones al sector financiero y las protecciones medioambientales. Con Trump en la Casa Blanca, el pib creció el 2.5% en promedio entre 2017 y 2019, la misma cifra de los tres primeros años del segundo mandato de Barack Obama.

Su retórica populista, en la práctica, privilegió a las grandes empresas. Si bien los pobres se hicieron algo menos pobres –por la reducción del desempleo– la distancia entre ricos y pobres aumentó. Como destacan los autores, la mejoría de los sectores menos educados de la población fue coyuntural y se revirtió tan pronto como llegó la covid-19 y desencadenó una recesión. Hoy la capacidad de la población con menos estudios para encontrar trabajos mínimamente remunerados sigue desplomándose, en un proceso acelerado por una automatización que golpea a los empleos de baja cualificación.

En materia de economía política, el trumpismo ha reproducido viejas lógicas aparentemente ajenas al espíritu de Estados Unidos como el patrimonialismo y el mercantilismo. El entrelazamiento de los intereses políticos y empresariales, una constante en la carrera como empresario de Trump, se extendió durante su periodo como jefe del Estado y del gobierno. Trump no puso sus intereses económicos en un “fideicomiso ciego”, separando sus actividades privadas de su cargo público. La actitud transaccional, transformada en política pública, se evidenció en la confusión entre el Estado (el regulador), el político y la empresa. La idea de que un país debe exportar más de lo que im- porta, en una economía globalizada como la norteamericana, tuvo un (poco realizable) talante mercantilista.

Sin embargo, las políticas de Trump en materia comercial y hacia China van a ser legados duraderos e importantes. Aunque con un sesgo más multilateralista, Biden ha mantenido los aranceles al acero y al aluminio de la Unión Europea, y ha logrado que las capitales europeas endurezcan sus políticas hacia Rusia y China. Muchos países occidentales comparten el temor de Trump a que un siste- ma autoritario como China pudiera llegar a controlar la tecnología 5g a través de empresas como Huawei.

Los autores también analizan el terrible impacto de la covid-19. Trump ignoró las propuestas del Consejo Nacional de Seguridad (CNS) sobre cómo afrontar una pandemia, demorando dos meses la adopción de medidas. Al estilo de otros populistas –como los presidentes de México y Brasil, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro–, desoyó la utilidad de la mascarilla y apareció sin cubrebocas en televisión, rodeado de asesores y aliados, mientras recomendaba el uso de supuestos químicos milagrosos. Ordenó que los hospitales dejaran de informar sobre el número de casos y muertes a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y pasaran directamente esa información a la secretaria de Salud, una incondicional del presidente. Y llegó al extremo de culpar a los medios de comunicación y a los demócratas de exagerar el peligro.

Bajo la presidencia de Donald Trump, el Congreso aprobó dos paquetes de rescate económico. La mayor ayuda se otorgó a las grandes corporaciones: el propio presidente y su yerno se habrían beneficiado del primer paquete de rescate que concedió retroactivamente recortes de impuestos pagados antes de la covid-19 a magnates de desarrollos inmobiliarios. Sin embargo, los afroamericanos e hispanos se beneficiaron menos de los paquetes de rescate, padecieron tres veces la probabilidad de infectarse por el virus que los blancos y vieron duplicada su probabilidad de morir. Entre los pobres se incrementó la desnutrición y los afroamericanos padecieron el doble de inseguridad alimenticia que los blancos.

Los autores reconocen que, dentro del nuevo escenario sociopolítico de Estados Unidos, se ha consolidado un cambio identitario iniciado hace poco más de medio siglo. En Estados Unidos continúan las desigualdades de ingresos y educación, la división entre zonas urbanas y las rurales, la tensión entre los blancos y las otras etnias, el enfrentamiento entre creyentes y laicos. Cuestiones como el nivel económico son mucho menos relevantes que la cultura o la identidad. Una parte considerable de los votantes de los dos partidos ven a sus oponentes como enemigos, con un grado de radicalización mayor entre los republicanos.

En este panorama, los republicanos apelan, con ventaja, a una coalición más homogénea de personas de raza blanca, con convicciones religiosas profundas y convencidas de que el sistema sociopolítico estadounidense está en peligro por el multiculturalismo y los inmigrantes. Como alertan los autores, los factores que generaron el trumpismo continúan vivos. ~

Fuente: Letras Libros, España.

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