Me vas a decir que llego tarde. Que Fortuna, de Hernán Díaz, fue best seller, que arrasó en la Feria del Libro 2023, que todo el mundo la leyó o al menos la comentó. Y sí. Pero también sabés que así funciona con los libros: cuando están en el centro de la escena, algo nos frena. Y un día, por nada en particular, abrís uno que lleva meses ahí y algo se enciende. Así que acá estoy, con tres libros: uno leído, otro recibido, otro que deseo leer. Y cada uno, de algún modo, habla del poder: el del dinero, el de la estupidez, el del dolor.
1) Qué leí: Fortuna, de Hernán Díaz
Una novela inteligente, rara, hipnótica. Hernán Díaz —argentino, radicado en Estados Unidos, escritor en inglés— construyó con Fortuna un artefacto literario sobre la ilusión del dinero. Pero también sobre el lenguaje, la memoria y la verdad.
La historia tiene múltiples capas. La primera parece ser la de Benjamin Rask, millonario retraído que termina con su esposa internada en Suiza. Pero enseguida descubrimos que leímos una novela ficticia dentro de la novela, escrita por un tal Harold Vanner. Lo que sigue es la versión del verdadero magnate, Andrew Bevel. Luego, la historia de la joven Ida Partenza, hija de un impresor anarquista que se convierte en su secretaria y, más tarde, en su ghostwriter. Y más aún.
En todas las versiones, el dinero vibra como protagonista. El dinero como ficción, como deseo, como violencia. Como poder. El padre de Ida dice que el dinero “no se come ni abriga, pero representa toda la comida y la ropa del mundo”. Y ella, en una entrevista laboral con Bevel, resume su decisión: “¿Por qué trabajar en un sitio que fabrica una cosa, si puedo trabajar para una empresa que fabrica todas las cosas?”
La pregunta que recorre el libro —¿las crisis económicas son accidentes de muchos o diseño de unos pocos?— se esconde tras las voces narrativas. Fortuna no moraliza, solo muestra. Y eso incomoda. Como el dinero.
2) Qué recibí: Nuevo elogio del imbécil, de Pino Aprile
Con un título imposible de ignorar, el periodista italiano Pino Aprile lanza una provocación: ¿la imbecilidad no será, en estos tiempos, una ventaja evolutiva?
La tesis es incómoda. Aprile repasa cómo la inteligencia, que nos salvó de la extinción cuando éramos débiles físicamente, ya no parece tan útil en un mundo donde lo que se multiplica no es el riesgo, sino la estupidez. Y se pregunta —con ironía, con bronca— si los votantes eligen a quienes se les parecen, y si por eso los imbéciles llegan al poder.
En un tiempo donde pensar distinto se patologiza —“parásito mental”, se dijo no hace tanto en nuestra política— este librito pequeño e insolente se planta como espejo deformante. Aprile, claro, exagera. Pero en la exageración también se esconde la lucidez.
3) Qué quiero leer: Guardé el anochecer en el cajón, de Han Kang
Han Kang, Nobel de Literatura surcoreana, me estremece con cada línea. Su prosa es lírica, brutal, luminosa. Ahora publica poesía. Y quiero leerla con cuidado, con tiempo.
Escuché algunos versos en la Feria del Libro, leídos por su traductora Sunme Yoon con acento porteño. Y quedaron vibrando. Poemas que hablan de heridas, de maternidades frágiles, de cuerpos vulnerables. De noches sin descanso.
“Me tapé los oídos.
Pero no era un sonido para oír con los oídos,
no era una canción que se pudiera
dejar de oír.”
Hay versos que no necesitan explicación. Solo ser leídos. O sostenidos. Como esos que, frente al llanto de un niño —o el llanto propio— no preguntan más “¿qué te pasa?”, sino que susurran: todo está bien.
A veces se llega tarde a un libro. A veces se llega justo. A veces se lo espera, como quien espera que algo dentro de uno se acomode. Así se lee. Así leemos. Así nos leemos.