Por Osvaldo González Iglesias
La pregunta sobre si la literatura puede modificar el comportamiento humano ha acompañado a la historia de la cultura desde que los relatos comenzaron a moldear imaginarios colectivos. ¿Puede un libro alterar una vida, influir en decisiones morales o incluso transformar sociedades enteras? La respuesta, a la luz de la experiencia histórica, es afirmativa, aunque con matices: la literatura no impone conductas, pero siembra preguntas, erosiona certezas y abre horizontes que pueden traducirse en cambios profundos en la conducta individual y colectiva.
La fuerza de la literatura radica en su capacidad de humanizar el pensamiento, de hacer sentir al lector como protagonista de dilemas éticos, sociales o existenciales que, de otro modo, quedarían en el plano abstracto. A lo largo de los siglos, numerosos escritores han logrado impactar en el comportamiento humano, ya sea cuestionando estructuras de poder, despertando empatía por los marginados o promoviendo revoluciones sociales e intelectuales.
La literatura como catalizador de cambios morales y sociales
La influencia de la literatura en la conducta humana no es lineal ni inmediata; se produce de manera sutil, casi silenciosa, pero sus efectos pueden ser duraderos. El filósofo y crítico George Steiner afirmaba que “la literatura no salva del mal, pero nos obliga a mirarlo a los ojos”. Al hacerlo, nos coloca frente a nuestras propias contradicciones morales y nos incita a actuar, aunque sea en la esfera íntima de nuestra vida cotidiana.
Un ejemplo paradigmático es el impacto de Harriet Beecher Stowe con La cabaña del tío Tom (1852). La novela, que denunciaba los horrores de la esclavitud en Estados Unidos, no solo conmovió a millones de lectores, sino que fue considerada por el propio Abraham Lincoln como uno de los factores culturales que prepararon el terreno para la Guerra de Secesión y el fin de la esclavitud. Aquí la literatura actuó como una forma de denuncia moral que empujó a una nación a reconsiderar su propia conciencia ética.
Del mismo modo, Émile Zola con su célebre carta J’accuse…! (1898) –más un texto periodístico-literario que una novela, pero con igual potencia narrativa– cambió el curso del Caso Dreyfus en Francia. Su intervención no solo defendió a un inocente acusado injustamente de traición, sino que expuso la corrupción y el antisemitismo institucionalizados, provocando un debate nacional sobre justicia y derechos humanos.
El poder de la literatura en la esfera política y revolucionaria
La literatura también ha tenido un papel decisivo en el plano político e ideológico. Las ideas condensadas en obras como El manifiesto comunista (1848) de Karl Marx y Friedrich Engels trascendieron lo teórico y encendieron movimientos revolucionarios en todo el mundo. Aunque estrictamente no es literatura de ficción, su retórica poderosa y su estilo vehemente le otorgaron una capacidad de persuasión que excedió a los tratados económicos.
Algo similar ocurrió con los escritos de Jean-Jacques Rousseau, especialmente El contrato social (1762), que inspiró a generaciones de revolucionarios durante la Revolución Francesa. La propuesta de un hombre libre e igual ante la ley cambió no solo la política, sino también la manera en que los individuos comenzaron a concebir su lugar en la sociedad.
Incluso la literatura de ficción ha tenido un impacto en los movimientos políticos: George Orwell, con Rebelión en la granja y 1984, no solo denunció los totalitarismos del siglo XX, sino que moldeó la percepción pública sobre los peligros del autoritarismo y la manipulación de la verdad. Su obra sigue siendo citada hoy en debates sobre libertad de expresión y vigilancia estatal, demostrando la vigencia del poder literario para moldear la conciencia crítica de los ciudadanos.
El impacto psicológico y la transformación individual
Más allá de los grandes movimientos históricos, la literatura también actúa en el plano íntimo, modificando comportamientos individuales. Obras como Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski colocan al lector en la mente de un asesino atormentado, haciéndolo transitar el camino de la culpa y la redención. Muchos lectores han confesado repensar sus propias nociones de justicia y moral tras enfrentarse con los dilemas existenciales de Raskólnikov.
En otro registro, Los hermanos Karamázov –también de Dostoievski– ha sido señalado por teólogos y filósofos como un texto que cambió la forma en que muchos creyentes experimentaron la fe, al presentar la lucha interior entre el bien y el mal en términos profundamente humanos y no dogmáticos.
En la literatura latinoamericana, Gabriel García Márquez con Cien años de soledad no solo renovó el imaginario estético, sino que devolvió a América Latina una conciencia identitaria y cultural. Muchos escritores jóvenes decidieron narrar sus propias realidades tras descubrir que la literatura podía dignificar lo local y lo marginal. De modo indirecto, ese cambio de mirada también repercutió en la autoestima cultural y política de toda una región.
¿Hasta dónde puede llegar el poder de la literatura?
Sin embargo, no toda literatura provoca cambios positivos; también puede ser utilizada para justificar ideologías peligrosas. Mein Kampf de Adolf Hitler es un ejemplo extremo de cómo un texto puede convertirse en herramienta de propaganda para legitimar crímenes atroces. Aquí la literatura no actuó como liberadora, sino como catalizadora de odios.
Esto lleva a una conclusión importante: la literatura en sí misma no es moral ni inmoral; lo es el uso que hacemos de ella. Su influencia depende de la disposición del lector a dejarse interpelar, cuestionar o persuadir.
Conclusión: la palabra que siembra dudas y esperanzas
La literatura no es un arma que cambie conductas de manera inmediata, pero sí es un catalizador de preguntas profundas, de empatía y de nuevas perspectivas. Cambiar el comportamiento humano es un proceso complejo en el que intervienen factores políticos, sociales y psicológicos, pero la literatura tiene un papel crucial: es la chispa que enciende la reflexión, el espejo que nos obliga a mirarnos y el horizonte que nos invita a imaginar otras formas de vivir juntos.
Como dijo Mario Vargas Llosa en su discurso del Nobel:
“La literatura nos hace mejores porque nos obliga a cuestionar nuestras verdades, a vivir otras vidas y a reconocer que la libertad es el mayor bien que tenemos”.
Quizás esa sea la mayor revolución que los libros pueden ofrecernos: no dictar qué hacer, sino recordarnos que siempre podemos ser otros.