Por qué la filosofía sigue siendo clave para entender la complejidad humana en una era dominada por el cientificismo

Por Osvaldo Gonzalez Iglesias

En tiempos donde la ciencia se ha convertido en la principal fuente de verdad autorizada, la filosofía parece, para muchos, un ejercicio anacrónico o meramente especulativo. Sin embargo, en medio de la incertidumbre global, la polarización ideológica, las crisis de sentido y el avance impersonal de la tecnología, vuelve a cobrar vigencia una vieja pregunta: ¿Puede la filosofía ayudarnos a entender la complejidad de la vida humana que el cientificismo no alcanza a explicar?

El cientificismo y la reducción de la experiencia humana

El cientificismo, entendido como la creencia de que el conocimiento válido y único es el que proviene del método científico, ha ganado terreno en las últimas décadas. Esta postura no debe confundirse con la ciencia misma, sino con su absolutización. En este marco, todo lo que no puede medirse, cuantificarse o ser sometido a experimentación empírica queda relegado al terreno de lo irrelevante o lo «subjetivo». La belleza, el dolor, la libertad, el amor, el sentido, la justicia o el alma, pasan a ser vistas como fantasmas del lenguaje o residuos de una época pre-científica.

Este desplazamiento no es inocente: configura una epistemología dominante que excluye las formas tradicionales de sabiduría, especialmente aquellas que se interrogan por los fines, los valores y los sentidos últimos. Mientras la ciencia responde al «cómo», la filosofía se atreve a preguntar «por qué» y «para qué».

Filosofía: una herramienta para pensar más allá de los datos

La filosofía no se opone a la ciencia, pero se le presenta como un contrapunto necesario. Desde los diálogos de Platón hasta las críticas de Foucault, pasando por Descartes, Kant, Nietzsche y Arendt, el pensamiento filosófico ha sido una forma de resistir al automatismo de las ideas dominantes y de ofrecer otras formas de interpretación.

En un mundo saturado de datos y algoritmos, la filosofía nos recuerda que comprender no es lo mismo que acumular información. Comprender implica interpretar, contextualizar, problematizar. Nos permite dudar de lo obvio, detectar contradicciones, cuestionar lo establecido. En ese sentido, la filosofía es el arte de la sospecha, pero también el arte de la esperanza.

La vida humana como enigma, no como ecuación

El sujeto humano no es una máquina predecible ni un sistema cerrado. Es deseo, tensión, ambivalencia, contradicción. La filosofía asume esa complejidad sin buscar reducirla. De allí su persistente vigencia: nos da el lenguaje para explorar lo que no puede decirse con fórmulas. ¿Qué es una buena vida? ¿Cómo debemos vivir? ¿Qué significa ser libre? ¿Cuál es el valor de la verdad? Ninguna de esas preguntas puede resolverse con una encuesta o un experimento doble ciego.

En este punto, el cientificismo muestra su límite: puede analizar el comportamiento humano desde patrones de conducta, pero no puede captar su espesor simbólico, su drama ético o su dimensión trascendente. Puede diagnosticar enfermedades mentales, pero no comprender la angustia existencial. Puede modelar el cerebro, pero no explicar el alma. Y si no hay alma, al menos hay una experiencia subjetiva irreductible que nos hace humanos.

Ciencia sin filosofía: el riesgo de la barbarie ilustrada

La autonomía de la ciencia respecto de la filosofía ha sido uno de los grandes logros modernos, pero también una fuente de peligros. Cuando la ciencia se vuelve técnica sin ética, eficiencia sin juicio, progreso sin valores, corre el riesgo de convertirse en herramienta de dominación. La historia del siglo XX ofrece ejemplos escalofriantes: desde la eugenesia hasta el uso de la tecnología para la vigilancia masiva o la destrucción ambiental.

La filosofía, entonces, funciona como una conciencia crítica. Nos obliga a preguntarnos no solo qué podemos hacer, sino qué debemos hacer. Nos interpela como sujetos morales, no solo como agentes racionales. Y en ese llamado se juega la posibilidad misma de una civilización que no sacrifique al hombre en nombre de sus propias creaciones.

Recuperar el pensamiento lento

Vivimos en una era de respuestas rápidas, simplificaciones y eslóganes. La filosofía invita a lo contrario: al pensamiento lento, al rigor conceptual, a la reflexión profunda. En tiempos de incertidumbre, su utilidad no está en ofrecer soluciones fáciles, sino en formular mejores preguntas.

No se trata de elegir entre ciencia o filosofía. Se trata de comprender que sin pensamiento filosófico, incluso la ciencia pierde su dirección. Porque no hay dato que por sí solo diga lo que hay que hacer con él. Y porque, en definitiva, la vida humana no es un problema a resolver, sino un misterio a comprender.

Tags

Compartir post