Si lo ocurrido en la noche del viernes 25 de octubre de 1946 hubiera sucedido en esta época, y las celebridades de la filosofía atrajeran la misma atención que las de otros ámbitos, las redes sociales habrían estallado.
Los protagonistas del enfrentamiento que tuvo lugar en un salón de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, difícilmente podían haber sido más sobresalientes.
En una esquina estaba Ludwig Wittgenstein, considerado por muchos el filósofo más brillante de la era moderna, al que, entonces como ahora, se le describe muy a menudo con el adjetivo “genial”.
En la otra, Karl Popper, uno de los filósofos de la ciencia más importantes del siglo XX, quien más tarde confesaría: ”Admito que fui a Cambridge con la esperanza de provocar a Wittgenstein”.
Pues lo logró. La furiosa riña de 10 minutos que tuvieron no sólo pasó a la historia sino que siguió atizando un debate sin fin entre los seguidores de cada filósofo.
Y ‘atizar’ es el verbo apropiado dado que el asunto involucró un atizador de brasas de la chimenea.
Según contó Popper, el único de los dos filósofos que escribió sobre los hechos: “tras un tiempo sorprendentemente corto, recibí una carta de Nueva Zelanda preguntándome si era cierto que Wittgenstein y yo nos habíamos agarrado a golpes, ambos armados con atizadores”.
Por llamativa que haya sido, esa versión temprana fue desestimada: nunca hubo dos atizadores.
Pero uno bastó para hacer del episodio uno tan memorable.
No obstante, hasta el día de hoy, nadie sabe con certitud qué pasó y cómo, a pesar de que hubo varios testigos del incidente, como relatan en su libro “El atizador de Wittgenstein” John Eidinow y David Edmonds.
La ocasión era una reunión del Cambridge University Moral Sciences Club (Club de Ciencias Morales de la Universidad de Cambridge), un grupo de debate de filósofos y estudiantes de filosofía que se reúne semanalmente desde que fue fundado en 1878.
Wittgenstein era el presidente del club y Popper, quien recientemente había sido nombrado lector de lógica y método científico en el London School of Economics and Political Science, fue invitado para presentar una ponencia titulada “¿Existen los problemas filosóficos?”.
Entre los asistentes se destacaba el poco después Nobel de Literatura y ya reconocido activista social Bertrand Russell, uno de los más grandes filósofos del siglo XX por sus contribuciones a la lógica, epistemología y filosofía de las matemáticas.
Fue la primera y única vez que esos tres titanes de la filosofía estuvieron juntos.
Russell era el punto de encuentro.
Admiraba “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945), la obra que Popper había escrito durante la Segunda Guerra Mundial, que se convirtió en uno de los grandes clásicos de la ciencia política.
Era una dura condena a los orígenes intelectuales del totalitarismo alemán y soviético, cuyas raíces rastreó a Platón, Marx y Hegel, y una defensa igualmente poderosa de la democracia liberal.
Russell tenia con Wittgenstein una relación estrecha desde que éste se había interesado por las matemáticas tras leer un libro de Russell y, a los 22 años, se había ido a Cambridge a estudiar con él.
“Era raro y sus ideas me parecieron extrañas, de modo que durante todo un semestre no pude decidir si era un hombre genial o simplemente excéntrico“, escribió Russell en “Retratos de la memoria”.
“Al final de su primer semestre en Cambridge vino a verme y me dijo: ‘¿Podrías decirme si soy un completo idiota o no?’.
“Respondí: ‘Mi querido amigo, no lo sé. ¿Por qué me preguntas?’
“Dijo: ‘Porque si soy un completo idiota, me convertiré en aeronauta; pero si no, me convertiré en filósofo’”.
Su relación pronto se convirtió en una de iguales y, aunque se distanciaron intelectualmente más tarde, cuando Wittgenstein murió en 1951, Russell describió haberlo conocido como “una de las aventuras intelectuales más emocionantes de mi vida”.
Pero entre Popper y Wittgenstein no había más que desencuentros, a pesar de que varias afinidades los podrían haber acercado.
Ambos venían de Viena y “aunque Wittgenstein era 13 años mayor, habían compartido el entusiasmo cultural de los últimos años del Imperio austrohúngaro”, señalan Eidinow y Edmonds.
“También tenían en común el impacto en sus vidas de la Primera Guerra Mundial perdida, el intento de levantar una república moderna sobre las ruinas de la monarquía, el descenso al Estado corporativo y la vorágine de Hitler y el nazismo.
“Con sus orígenes judíos, su interés por la música, sus contactos con radicales culturales, su formación como profesores y sus conexiones con la fuente del positivismo lógico, el Círculo de Viena, Wittgenstein y Popper tenían muchos vínculos potenciales”.
No obstante, en lo que se refería a la naturaleza de la filosofía, aunque ambos eran igual de vehementes, defendían visiones antagónicas.
Eso si, coincidían en un aspecto: ambos creían haber liberado a la filosofía de los errores del pasado y se sentían responsables de su futuro.
Era un coctel explosivo. Y explosionó.
El instrumento metálico de la discordia
Lo que se desató ese día en ese salón de la Universidad de Cambridge fue una batalla de perspectivas filosóficas.
Recordemos que la ponencia de Popper era “¿existen problemas filosóficos?”, y él argumentó que sí, pero para Wittgenstein lo que existía eran enigmas lingüísticos.
Según afirmó Popper, en sus memorias “Búsqueda sin termino: una biografía intelectual”, publicada en 1974, más de dos décadas después de la muerte de Wittgenstein, le dio “una lista que había preparado de problemas filosóficos, tales como: ¿Conocemos las cosas a través de nuestros sentidos?, ¿Obtenemos nuestro conocimiento por inducción?”.
“Wittgenstein los descartó por considerarlos más lógicos que filosóficos”.
En su versión de lo ocurrido, “Wittgenstein, que estaba sentado cerca del fuego y había estado jugando nerviosamente con el atizador, que a veces usaba como bastón de director para enfatizar sus afirmaciones”.
Y, cuando surgió una pregunta sobre el estatus de la ética, lo retó:
“‘¡Dame un ejemplo de regla moral!’.
“Respondí: ‘No amenazar a los profesores visitantes con atizadores’.
“Entonces Wittgenstein, furioso, arrojó el atizador y se fue iracundo, azotando la puerta al salir”.
Y ese recuento de esos 10 minutos de 1946 todavía provoca amargos desacuerdos, confirmaron Eidinow y Edmonds, particularmente la acalorada disputa de si Popper mintió al relatar los que ocurrió en la reunión.
Su versión de los hechos apareció en varios escritos pero fue tres años después de su muerte, cuando fue repetida en unas memorias publicadas en las actas de uno de los organismos más eruditos de Reino Unido, la Academia Británica, que se desató una tormenta de protestas.
Estudiantes que habian estado en la discusión se habían convertido en eruditos, como Peter Geach, un ferviente partidario de Wittgenstein y una autoridad en lógica, quien denunció el relato de Popper sobre la reunión como “falso de principio a fin”.
Otros presentes recordaron lo sucedido de maneras variadas.
En un relato, por ejemplo, Russell estuvo involucrado en el enfrentamiento y le pidió a Wittgenstein que soltara el atizador.
En otro, no ocurrió nada fuera de lo común: no hubo portazo, el filósofo tomó el atizador sólo como herramienta para aclarar una idea, y fue después de que Wittgenstein se fue que Popper habló del atizador y dijo aquello de que uno no debe amenazar a los profesores visitantes.
Al final, no se sabe y quizás valga citar lo que le dijo Russell a su biógrafo Alan Wood alguna vez, hablando de temas más profundos: “La exigencia de certeza es algo natural en el hombre, pero no obstante es un vicio intelectual”.
Además, como señalan Eidinow y Edmonds, la historia va más allá.
Trata del cisma en la filosofía del siglo XX sobre la importancia del lenguaje: una división entre quienes diagnosticaban los problemas filosóficos tradicionales como enredos puramente lingüísticos y quienes creían que estos problemas trascendían el lenguaje.
¿Mintió Popper?
Si lo hizo, no fue casual, opinan los autores.
Fue una oportunidad para realizar dos ambiciones centrales de su vida: derrotar la filosofía lingüística de moda del siglo XX y lograr un triunfo personal sobre el hechicero Wittgenstein, ese personaje seductor que le había hecho sombra.
Fuente: BBC