En el panorama del ensayo contemporáneo, Michel Onfray se destaca como una figura provocadora y controvertida. Aunque no es un escritor que desarrolle su pensamiento de manera matizada, su estilo oratorio desafía las convenciones tradicionales de la filosofía, como señala Ramón González Férriz. Nacido en la Francia de posguerra, Onfray, heredero de la corriente existencialista del desencanto, es un agitador social que busca constantemente la polémica, a veces simplificando en exceso las complejidades de los temas que aborda.
La aguda inteligencia de Onfray se manifiesta en su capacidad para expresarse de manera contundente y visualmente impactante. Aunque sus argumentos a veces carecen de cohesión y pueden parecer sofisticados para algunos lectores, esto parece ser un resultado inevitable de su fama mediática.
En su obra “Ánima. La vida y la muerte del alma”, Onfray explora la historia de la idea del alma y su relación con la muerte, un tema curioso para un materialista como él. En un comienzo brillante, describe los momentos iniciales del hombre en la Luna, destacando la ironía de que la primera huella humana en otro astro sea la de nuestros desechos y la orina de un astronauta.
Desde la antigüedad griega hasta la era posmoderna, Onfray analiza la evolución de la concepción del alma, que ha sido fundamental en la configuración de la civilización occidental. Frente al realismo materialista, el concepto del alma ha sido una idea que trasciende la realidad y otorga cierta inmortalidad al ser humano. Sin embargo, plantea la pregunta inquietante de qué ocurrirá con el cuerpo cuando esta idea desaparezca.
En sus reflexiones finales, Onfray polemiza con las visiones futuristas de Elon Musk sobre la fusión de la tecnología y la conciencia, sugiriendo que esta era posthumana podría significar la sustitución del alma por la tecnología. Esta nueva forma de inmortalidad, aunque posible, plantea dilemas éticos y existenciales profundos.
Fuente: El Mundo