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La existencia humana está marcada por un intento constante de dotar de orden y estabilidad a un mundo fundamentalmente incierto. Esta búsqueda, aunque comprensible, genera una ilusión de control que, al enfrentarse a la realidad del cambio, puede desmoronarse. Especialmente en contextos como el fin de una relación significativa, esta confrontación con la imprevisibilidad de la vida puede sentirse como una traición al sentido de orden que construimos.
La ilusión del control y el conflicto con la realidad
La necesidad de controlar el destino, de garantizar resultados estables, es una característica inherente del ser humano. Søren Kierkegaard denominó esta lucha como una confrontación con la “angustia existencial”, provocada por la libertad y la incertidumbre de nuestras decisiones. Sin embargo, este control es limitado y a menudo ilusorio. La vida, como un flujo constante, no se detiene ni se amolda a nuestras expectativas.
Las relaciones humanas: estabilidad en movimiento
En el ámbito de las relaciones, la ilusión de permanencia es particularmente fuerte. Construimos vínculos esperando continuidad y solidez, olvidando que las personas cambian con el tiempo. El filósofo Henri Bergson planteó que el tiempo es una duración continua donde pasado y presente coexisten, sugiriendo que los momentos compartidos en una relación no desaparecen, sino que se integran en la narrativa de nuestra vida. Cuando una relación termina, no es necesariamente una negación de lo vivido, sino una manifestación de la naturaleza cambiante de la existencia.
La incertidumbre como posibilidad
Aceptar la incertidumbre no es rendirse ante el caos, sino un acto de valentía filosófica. Nietzsche, a través de su concepto de “amor fati”, invitaba a abrazar el destino en todas sus formas, tanto en lo placentero como en lo doloroso. Este enfoque permite transformar la incertidumbre en una fuente de posibilidad, creatividad y crecimiento personal, liberándonos de la carga de un control absoluto.
Hacia una relación auténtica con la vida
Concebir la vida como un río en constante movimiento, más que como una línea fija, abre la puerta a una relación más auténtica con la existencia. La filosofía estoica, representada por pensadores como Epicteto, nos enseña a distinguir entre lo que está bajo nuestro control (nuestras acciones y actitudes) y lo que no lo está (las decisiones de otros y los eventos externos). Esta perspectiva nos ayuda a navegar el cambio con serenidad y sabiduría.
La verdad esencial de la incertidumbre
La sensación de que la vida es una mentira surge cuando nuestras expectativas de estabilidad chocan con la realidad del cambio. Sin embargo, esta incertidumbre no niega la autenticidad de la vida, sino que es su núcleo esencial. Abrazar esta verdad no solo nos permite reconciliarnos con la imprevisibilidad, sino también construir una existencia más plena y significativa, donde el cambio es una oportunidad para crecer y redefinir nuestro camino. La vida no es una mentira, es una constante invitación a adaptarnos y encontrar sentido en lo incierto.
Fuente: El Litoral