En el inicio de una nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la política se coló —una vez más— entre las cintas inaugurales, los discursos formales y los gestos que hacen historia. Esta vez, fue la cara de Osvaldo Bayer la que se alzó, firme y muda, frente a los funcionarios que representaban al gobierno de Javier Milei, el mismo que ordenó destruir su monumento apenas un mes atrás.
El Secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, fue recibido con abucheos, silbidos e interpelaciones directas del público. Su intervención, teñida del habitual lenguaje de la gestión libertaria, buscó presentarse como un discurso técnico y desideologizado. “Sostenemos una cultura libre y sin orientación ideológica”, afirmó, en contraste con el espíritu de una feria donde la cultura, históricamente, se disputa sentidos. “La política partidaria no debe intervenir en la cultura y mucho menos debe ser el motivo de gastos innecesarios”, dijo. Pero el auditorio no lo dejó seguir sin interrupciones. Gritos de “¡Caradura!” y “¡Volvé a los musicales!” resonaron cuando mencionó a Karina Milei y celebró los recortes presupuestarios en cultura. “¿Lo sacaron ustedes al cepo o lo sacó Milei?”, desafió, buscando apoyo entre una minoría que respondió con tibios aplausos.
Minutos antes, el presidente de la Fundación El Libro, Christian Rainone, había remarcado el compromiso de las editoriales con la estabilidad de los precios y volvió sobre un viejo reclamo del sector: la devolución del IVA para las librerías, una medida clave para aliviar la situación de los canales de venta tradicionales. También habló el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri, quien reconoció el difícil presente de la industria editorial y anunció una Bienal de Historietas y un Festival de la Luz. “Un libro es una maravilla escrita, pero toma dimensión real cuando sus hojas se abren. Nadie es el mismo después de leer un libro”, dijo.
El momento más alto de la jornada llegó con el discurso del escritor Juan Sasturain, una defensa del libro leído, usado y compartido. Citó con sutileza a Fontanarrosa, Discépolo y Oesterheld, e ironizó sobre el lenguaje managerial que impregna el discurso oficial. “Uno no se dirige a los presentes en tanto clientes, socios, usuarios, inversores o trolls. Náufragos y sobrevivientes sí; expertos en liderazgo, no”, lanzó. Y remató con una frase que quedó flotando en el aire: “Mientras sintamos vergüenza, habrá esperanza”.
Fue entonces cuando un grupo de escritoras y escritores —Liliana Heker, Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Selva Almada, Sergio Olguín, Enzo Maqueira, entre otros— levantó una réplica del monumento a Osvaldo Bayer, destruido por el gobierno nacional el pasado 25 de marzo en Santa Cruz. La imagen de Bayer, símbolo de lucha por los derechos humanos, quedó suspendida frente al escenario como un acto de reparación y resistencia.
“Subir la cara de Bayer nos pareció el acto político más contundente que podíamos hacer”, explicó Claudia Piñeiro. “El gobierno desmantela y nosotros volvemos a traer a escena eso que desmantela”. No se trató de partidismo, sino de memoria: Bayer representa un cruce esencial entre literatura, política y derechos humanos. La Feria, este año, se inauguró con ese gesto: uno que no busca complacer, sino recordar.