Joseph Roth y el eterno retorno del error humano: lecciones de un clásico para tiempos de incertidumbre

No es que la historia se repita, es que el ser humano insiste en tropezar con la misma piedra. Al borde del final de un súperciclo económico de Kondrátiev, conviene recuperar a los clásicos que ya narraron, con lucidez y desesperanza, lo que significa vivir en épocas de derrumbe. Joseph Roth, cronista del ocaso imperial y de la miseria humana, es uno de ellos.

El escritor nacido en 1894 en Brody, en el entonces Imperio Austrohúngaro —hoy Ucrania—, supo describir como pocos la fragilidad de los hombres ante los grandes cambios de la historia. Su vida fue el reflejo de sus personajes: marcada por el exilio, el nomadismo, la crisis financiera y emocional —su esposa padeció esquizofrenia— y una afición autodestructiva por el alcohol. Murió en 1939, convertido al catolicismo, tras haber sido judío, derrotado por la bebida pocos días después de publicar su última obra.

Ahora, la editorial Páginas de Espuma publica sus Cuentos completos, traducidos con precisión por Alberto Gordo, que permiten redescubrir la mirada cáustica y compasiva de Roth.

Un catálogo de personajes rotos

Roth observó a sus contemporáneos con una mezcla de sátira, cinismo y profunda humanidad. Retrató aristócratas que se negaban a asumir el fin de un imperio que ya no existía más que en los mapas, comerciantes arruinados por los avances tecnológicos —como el vendedor de corales auténticos desplazado por los falsos industriales—, trepadores, adúlteros, cobardes, soñadores fracasados y necios que preferían no ver la realidad.

¿Nos suena familiar? ¿No es el comerciante hundido por la modernidad un espejo de los empresarios de hoy ante la irrupción de la inteligencia artificial? La historia cambia de escenario, pero los errores humanos se repiten.

En este desfile de mindunguis y oportunistas, apenas unos pocos personajes logran salvarse: los que supieron anticiparse al caos y emigraron, muchos de ellos a Argentina, cumpliendo con los preceptos de la decencia y manteniendo, a la distancia, un respeto nostálgico por su lugar de origen.

La leyenda del Santo Bebedor y el destino de los débiles

La edición cierra con La leyenda del Santo Bebedor, una joya breve que condensa el fatalismo de Roth: un mendigo alcohólico, afortunado por azar, intenta cumplir una promesa a Santa Teresita de Lisieux. Sin embargo, su debilidad lo derrota. La suerte, en sus manos, solo sirve para hundirlo más. Es imposible no ver en este personaje una sombra del propio Roth, que murió víctima del alcohol, como si hubiese escrito su epitafio literario.

Clásicos para tiempos inciertos

Cada cuento exige una lectura pausada, dejando espacio para la reflexión, porque detrás de la sátira hay una advertencia: el hombre sigue siendo, en el fondo, el mismo.

Para los creyentes, los relatos son un muestrario de personajes sin fe en tiempos de caos; para los demás, un catálogo delicioso de torpes que sobreviven —o mueren— a merced de la circunstancia.

Quizá hoy, al borde de nuevas crisis económicas y morales, convenga recordar el proverbio latino que Roth parecería suscribir:

“Cuando veas afeitar la barba de tu vecino, pon la tuya a remojar.”

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