Cuando en octubre de 2018 Jair Bolsonaro ganó las elecciones a la presidencia de Brasil, lo hizo amparado por dos apoyos fundamentales: los militares y los evangélicos. La campaña de este antiguo capitán del Ejército se centró en el lema “Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos” y, en ella, Bolsonaro hizo discursos plagados de llamamientos a la moral y a la religión, y también inundados de declaraciones homófobas, racistas y misóginas, que justificaban la dictadura y la tortura, los abusos de la policía y el armamento de la población.
Apeló a la cara más conservadora de la sociedad brasileña y ésta le contestó con su voto que le hizo llegar al Palacio del Planalto. Ahora, a poco más de dos meses para las elecciones de Brasil, Bolsonaro vuelve a mirar a la franja conservadora de la sociedad como su halo de esperanza para revalidar su presidencia. “Esta es una batalla entre el bien y el mal” dijo Bolsonaro en el evento evangélico ‘Marcha por Jesús’, este julio, “pero la historia ha demostrado que el bien prevalece. Estoy aquí porque creo en vosotros y todos creemos en Dios”.
El voto de los evangélicos fue decisivo entonces y puede volver a serlo ahora y los dos candidatos lo saben. Y aunque Lula da Silva es consciente de que es muy complicado para un candidato de izquierda ganar en este segmento de la población, el líder del Partido dos Trabalhadores está dispuesto a pelear por ello.
Lula da Silva en un acto de campaña. Reuters
El martes pasado, en la apertura de su campaña, Lula da Silva dijo que “si alguien estaba poseído por el diablo ese es Bolsonaro”. Horas más tarde, el líder de la izquierda brasileña volvió a dirigirse a los creyentes brasileños. “Bolsonaro miente a los evangélicos. Es un fariseo que intenta manipular la fe de las mujeres y hombres evangélicos que van a la Iglesia por su religiosidad. Y miente cada día”, escribió el candidato en Twitter.
Además, horas más tarde, volvió a usar las redes sociales para destacar que es “el candidato del pueblo” y que quiere “tratar a todas las religiones con respeto”. “La religión sirve para cuidar de la fe, no para hacer política. Yo hago política respetando la religión y no utilizo el nombre de Dios en vano”, escribió.
Moderación y fervor religioso
Sin embargo, el camino de Lula no parece fácil. La última encuesta del instituto Datafolha, que sigue dando la victoria al líder del Partido dos Trabalhadores por 15 puntos en la primera vuelta, destaca el liderazgo del candidato de la extrema derecha entre los evangélicos: 43% de ellos elegirían a Bolsonaro frente al 33% que se decantaría por Lula.
Ante los números, la estrategia de campaña de Lula pasa por adoptar un discurso más moderado en temas que puedan apartar a los evangélicos. Conocido por su apoyo a los derechos de las minorías raciales, de las mujeres y del colectivo LGTBI, esta vez, los discursos de Lula están incidiendo poco en esos temas. Y en abril, en una entrevista, el candidato petista defendió el derecho al aborto, pero se posicionó “personalmente” en contra.
“Las mujeres pobres mueren en abortos clandestinos mientras las señoras ricas lo hacen de forma segura en París o Berlín”
“No me da vergüenza decir que, como padre de cinco hijos, estoy en contra del aborto. Pero, como jefe del Estado, este tema debe tratarse como un tema de salud y un derecho de las mujeres“, dijo, señalando que las mujeres pobres mueren en abortos clandestinos mientras las “señoras ricas lo hacen de forma segura en París o Berlín”.
Bolsonaro, al contrario, y ante la legalización del aborto en otros países latinoamericanos, ha prometido no tocar la legislación brasileña y defender “los valores de la familia tradicional”. Y, en sus discursos, ha ensalzado sus mensajes en contra del aborto, las drogas y la ideología de género y ha azuzado los miedos a “un regreso al comunismo”.
El líder ultraderechista ha hecho su camino político amparado en los valores conservadores de los evangélicos y ha hecho gala de sus demostraciones religiosas en público. Además de ser el primer presidente en marcar presencia en las ‘Marchas por Jesús’, el evento destacado de los evangélicos, en mayo de 2016 fue bautizado en el río Jordán por el pastor Everaldo Pereira, dirigente de la Iglesia Evangélica Asamblea de Dios y presidente del Partido Social Cristão.
Su esposa, Michelle Bolsonaro, es una fervorosa evangélica y, en la noche en que se conoció el resultado de la segunda vuelta de las elecciones de 2018, Bolsonaro salió a la puerta de su casa y antes de dar su discurso ante las cámaras, el predicador y político bautista Magno Malta le tomó la mano y rezó.
Desde ese momento, sus gestos (y favores políticos) hacía los evangélicos se multiplicaron. Los lazos se estrecharon y Bolsonaro dejó claro que, con él al frente del Gobierno, la influencia política y social de los evangélicos crecería.
Influencia política
En 2010, el censo brasileño señalaba que 42 millones de brasileños eran evangélicos, cerca de 22,2% de la población. Sin embargo, una encuesta del instituto Datafolha de 2017, aumentaba esta cifra hasta los 32%. Y, si durante mucho tiempo, los círculos evangélicos de Brasil seguían la norma de que “los creyentes no se involucran en la política”, con el pasar de los años, y el aumento de los miembros influyentes, la norma cambió a “el creyente vota por el creyente”.
Desde entonces, las tres principales iglesias evangélicas, la Asamblea de Dios (AD), La Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) y la Iglesia Evangélica Cuadrangular (IEQ por sus siglas en portugués) apoyan de manera informal a “candidatos externos”, o promueven a sus propios candidatos para mandatos parlamentarios y cargos ejecutivos en todos los niveles de la organización estatal.
En 2018, la IURD y la AD se decantaron por Bolsonaro. Y el líder ultraderechista, cuyo partido sólo tendría derecho a nueve segundos de tiempo de campaña en televisión, por su escasa representación entonces, logró una entrevista en prime time en TV Record, mientras los demás líderes políticos debatían entre ellos en otra cadena. Cortesía del Obispo Macedo, fundador de la IURD y dueño del segundo mayor grupo de comunicación brasileño.
Bolsonaro en un mitin electoral. Reuters
A cambio, esperaban que Bolsonaro, de ser elegido, instaurara una política consistente con los valores e intereses de sus iglesias. El presidente respondió con aplomo y nombró ministros a dos evangélicos.
En enero de 2019, Damares Alves, conocida pastora evangélica asumió la cartera del recién creado Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos con estas palabras: “El Estado es laico, pero esta ministra es terriblemente cristiana. Creo en los designios de Dios y me siento en casa, con los que defienden la familia, la vida y los derechos humanos”. Contraria al feminismo y militante antiaborto, provocó la ira de las asociaciones por los derechos de las mujeres al prometer eliminar el “adoctrinamiento de género” y dar prioridad a las políticas públicas “que favorecieran la vida desde la concepción”.
En abril del año siguiente, el pastor y abogado André de Almeida Mendonça fue el elegido de Bolsonaro para sustituir al dimisionario Sergio Moro en el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública. Y en 2021, Mendonça dejaría el cargo de ministro para ser nombrado juez del Tribunal Supremo de Brasil, un cargo para el que Bolsonaro había prometido a un magistrado “terriblemente evangélico”.
Además, para ministro de Exteriores ya había elegido, en diciembre de 2018, a Ernesto Araújo, que si bien no se trataba de un líder evangélico, era conocido por su fanatismo religioso y su admiración por los postulados de Trump.
Covid y crisis
Las conexiones con el ala evangélica de la sociedad, fortalecidas a lo largo del mandato de Bolsonaro parecen dejar poco margen de maniobra a Lula entre esos votantes. Sin embargo, la gestión de la pandemia por parte del presidente brasileño le podría pasar factura.
En estos cuatro años, el debate social y político se ha movido de los valores conservadores hacia la economía, el paro y la pérdida de poder adquisitivo de los brasileños, mientras la inflación se dispara. La gestión de la pandemia, en la que más de 680.000 brasileños han muerto, ante la inoperancia de Bolsonaro que calificó el virus de “gripecita” y se negó a confinar a su población, sigue muy presente en la memoria de los brasileños.
El presidente no sólo adoptó una posición negacionista de la pandemia, sino que sembró dudas sobre las vacunas y rechazó incluso recibir dosis del suero fabricado en China para administrarlos a su población dejando a millones de personas desprotegidas ante el virus.
Con muchos brasileños molestos por el aumento de la pobreza y su gestión de la pandemia, por la que incluso puede ser juzgado, su índice de aprobación se ha desplomado al 31%. De esto se benefícia Lula que, según una encuentra, tendría el 64% de los votos de los que no aprueban el Gobierno de Bolsonaro. Quedan dos meses para que los brasileños confirmen las proyecciones en las urnas.
Fuente: El Español, España.