Debate y Convergencia

¿Por qué a veces hablamos con nosotros mismos? Todo sobre los soliloquios

Por

Enrique Zamorano

O no me voy a poner triste ahora por eso me pregunto por qué no se quedó a pasar la noche pensé todo el tiempo que era algún extraño que había traído en lugar de andar vagando por la ciudad tropezándose con quién sabe Dios trasnochadores y rateros a su pobre madre no le habría gustado eso si estuviera viva malográndose de por vida quizás de todos modos es una hora bonita tan silencioso me gustaba volver a casa después del baile el aire de la noche…”. Este atropellado fragmento de la novela ‘Ulysses’ de James Joyce es uno de los mejores ejemplos de plasmación del monólogo interior a la literatura. El escritor irlandés era un auténtico mago de las palabras, llevando la rapidez del pensamiento y la velocidad de la imaginación libre a la narración de una forma que pocos autores han conseguido estampar en obras posteriores.

El ejemplo de Joyce es más que paradigmático, pues si tuvieras que poner voz a toda esa corriente de pensamientos que te vienen a la cabeza en apenas un minuto no sabrías ni por dónde empezar. Pero, de hecho, lo hacemos a diario y de manera involuntaria: el soliloquio es la forma de comunicación más curiosa y extraña de un ser humano. Al fin y al cabo, todos hablamos con nosotros mismos, pero… ¿Por qué? ¿Con cuánta frecuencia? ¿Alguna vez has pensado que estás un poco loco al expresar palabras que solamente van dirigidas a tu yo interior? ¿Has vivido episodios en los que de repente ha emergido esta voz interna y estabas con gente y después te has sentido avergonzado? ¿Hasta qué punto podría ser un problema? ¿Y una virtud?

Pensar en voz alta es una excelente forma de memorizar y reflexionar sobre asuntos complejos

“La reflexión interior en voz alta y a solas, se puede producir por varios motivos”, asevera Loreto Barrios, psicóloga del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid (COP) y doctora, a El Confidencial. “Uno de ellos es para darnos instrucciones verbales cuando estamos realizando tareas complejas porque ayuda a mantener la concentración en el objetivo. Pero, en general, podemos distinguir entre dos motivaciones principales: aquellas positivas que sirven para afrontar determinadas circunstancias, y las negativas, que son básicamente rumiación o ruido mental”.

En efecto, pensar en voz alta es una excelente forma de memorizar y reflexionar sobre asuntos complejos, como la doctora Barrios admite. De ahí que hablar con uno mismo sea una táctica muy efectiva de cara a estudiar. Y por otro lado, como asegura la experta, el sentido positivo o negativo de esa voz interior determinará nuestro estado de ánimo y, por ende, el ambiente que vayamos a imprimir en las conversaciones con otras personas, no solo con nosotros mismos. Por ello, cuando “una persona tiene un diálogo interno negativo, es frecuente que acabe contagiando su negatividad a los demás, mientras que si es positivo generará un clima agradable”.

La Terapia Gestalt

Por tanto, la calidad de nuestros soliloquios es uno de los apartados que más atiende un psicólogo de cara a tratar algún trastorno de ansiedad o depresión, por desgracia tan comunes en nuestra realidad pospandémica. Para facilitar el acceso al diálogo interno verbalizado del paciente, se suele utilizar la Terapia Gestalt, la cual es muy útil para que la persona acepte e interactúe con esa parte de sí misma que le está lastrando y haciéndole daño. “En realidad, más que un soliloquio, es un monólogo mantenido con un sujeto ausente”, explica Barrios. “Este puede ser un síntoma, otra persona o incluso una parte de uno mismo, y que puede convertirse en diálogo si el paciente asume el otro rol”.

En dicha terapia, el sujeto se sienta al lado de una silla vacía para hablar consigo mismo. “Es un método para abordar cuestiones no resueltas”, prosigue la doctora. “Por ejemplo, para tratar la ansiedad o el estrés, el paciente ve en la silla esa parte de sí mismo que intenta mandarle mensajes para así después poder gestionarlos y actuar en consecuencia. O también en los casos de duelos, que en esta época tratamos mucho, para ‘hablar’ con el ser querido que ha fallecido y cerrar el duelo enquistado”.

La infancia y sus amigos imaginarios

Por otro lado, una de las épocas vitales en las que más hablamos con nosotros mismos suele ser la de la infancia. Tal vez como asunción de nuestra propia consciencia y presencia en el mundo, de ahí que muchos niños puedan tender a crear amigos imaginarios. Hay una amplia discusión académica sobre por qué se produce este hecho, la corriente más psicoanalítica argumentará que este soliloquio de la infancia es consecuencia de la separación del niño y la madre, es decir, cuando el sujeto se da cuenta de su individualidad.

“Hay dos referentes en psicología del desarrollo, el ruso Lev Vygotski y el suizo Jean Piaget, ambos nacidos a finales del siglo XIX, que difieren en su apreciación respecto a lo que denominan ‘el habla egocéntrica del niño’“, reflexiona Barrios. “Para Vygotski, el habla es de origen social, y solo con el tiempo llega a tener propiedades autodirigidas. Piaget, sin embargo, considera que hay dos tipos de lenguaje, el egocéntrico y el socializado, el cual es posterior a la evolución del niño”. ¿Influye de algún modo el hecho de que el niño se sienta particularmente solo para que desarrolle un diálogo consigo mismo más fluido?

La importancia del afecto y la comunicación

“Puede ser”, admite la psicóloga. “Como dice el doctor Mario Alonso Puig, el ser humano es un ser de encuentro. Cabe pensar que la soledad anima a practicar el diálogo con seres imaginarios, mascotas u objetos. Muchas veces no sabemos precisar bien lo que pensamos hasta que somos capaces de verbalizarlo y pasarlo a una vía consciente. Pero es difícil de saber o de precisar, habría que pensar mucho sobre cómo vivimos cada uno nuestra infancia y si tendíamos a la creación de amigos imaginarios o al soliloquio porque estábamos solos o por mera inercia”.

Foto: Foto: iStock.

Los tres tipos de soledad que existen y cómo combatirlos

E. Zamorano

Lo que sí que es cierto es que la sociabilidad y las muestras de afecto son imprescindibles para que un humano sobreviva en un entorno, como demostró un curioso estudio realizado hace más de 100 años que menciona Barrios. “Ahora no se podría repetir por razones éticas”, advierte. “Se dividió en dos grupos a un conjunto de niños. A uno solo le daban lo necesario para sobrevivir, es decir, comida y lecho. Al otro, lo mismo, pero con la diferencia de que se les hablaba y cuidaba. Al final del experimento, el primer grupo de niños acabó muriendo. El ser humano necesita ser escuchado, sentirse querido, transmitir pensamientos y emociones… si no, se muere”.

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