Debate y Convergencia

El miedo según Heidegger

El miedo es una de las emociones básicas del ser humano. En algún momento de nuestra vida, todos hemos sentido el escalofrío y el temblor del miedo, pero ¿sabemos por qué tememos a los objetos o las situaciones que tememos? ¿Qué dice de nosotros en tanto seres humanos? ¿Podemos vivir sin miedo? En este artículo, y para responder a estas preguntas, repasamos el análisis sobre el miedo que Heidegger llevó a cabo en Ser y tiempo.

Andamos por nuestra cotidianidad, tranquilos, distraídos, embaucados en los pensamientos más inocentes de nuestro día a día, cuando de repente algo nos asalta. Nos paramos, las piernas tiemblan ligeramente, el corazón da un pequeño vuelco y unas escurridizas gotas frías de sudor resbalan por nuestra sien. La respiración se acelera y la mente se desboca hacia todo tipo de escenarios posibles. Nos sentimos paralizados, pero a la vez nos recorre un impulso interno para huir en caso de ser necesario. Tenemos miedo.

A lo largo de nuestra vida experimentamos miedo en multitud de ocasiones. Es cierto que nuestro entorno no es el entorno amenazante de los primeros homínidos, pero el miedo como respuesta fisiológica y emocional de los seres humanos continúa con nosotros. Los objetos de nuestro miedo han cambiado (y ya no tememos fieros leones), pero el miedo como elemento emocional del ser humano es el mismo que hace diez mil años. En nuestra sociedad actual, sin embargo, asistimos a un fenómeno peculiar que consiste en el rechazo al miedo (casi podríamos decir «miedo al miedo») bajo proclamas del estilo: «¡Sal de tu zona de confort!», «¡Vence tus resistencias!» o «¡Enfréntate a todo!». Pero ¿podemos vivir sin miedo?

Heidegger y el miedo
Ser y tiempo, de Martin Heidegger (Trotta).

Con el objetivo de adentrarnos en una de las dimensiones más puramente humanas, en este artículo repasamos los análisis fenomenológicos que Martin Heidegger hizo en su obra fundamental, Ser y tiempo, sobre el miedo. La reflexión heideggeriana sobre el tema es una reflexión rica, profunda y tremendamente original, que todavía hoy, casi cien años después, permite un diálogo fecundo.

Introducción a Heidegger

Martin Heidegger (1889-1976) es uno de los filósofos más importantes de la tradición filosófica occidental y, junto a Wittgenstein, probablemente el filósofo más importante del siglo XX. Su obra es de tal calado que sin sus escritos no podría entenderse a la mayoría de los grandes pensadores de las últimas décadas como Gadamer, Derrida, Lévinas o Vattimo. Profundamente influido por Nietzsche, el pensamiento de Heidegger es el paradigma del pensamiento contemporáneo, tanto por los temas que se abordan como por las formas de hacerlo.

Discípulo de Husserl, la filosofía de Heidegger adopta (y adapta) el método fenomenológico de su maestro. Como explica en Ser y tiempo, la fenomenología es una forma filosófica de acercarse a los problemas que no nos da el qué del estudio, sino el cómo; es decir, la fenomenología no es el estudio de algo en concreto, sino una manera particular (un método) para estudiar distintos objetos.

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La citada obra, Ser y tiempo, fue su primera obra y la más importante. Revolucionó el panorama filosófico del momento y, aunque ha tenido muchos detractores, produjo un «giro ontológico» en la filosofía occidental. Las obras posteriores de Heidegger mantendrán esta impronta ontológica, aunque el filósofo alemán se distanciará en algunos aspectos de su primera obra. En otras palabras, a lo largo de su desarrollo intelectual, Heidegger mantendrá el interés por la pregunta por el sentido del ser, pero irá variando en su forma de acercamiento al tema (especialmente en lo que se conoce como el segundo Heidegger).

Volviendo a nuestro tema de interés, el análisis del miedo que vamos a exponer en este artículo se encuentra en Ser y tiempo, exactamente en el parágrafo 30. Sin embargo, antes de comenzar con ello, es importante que aclaremos en primer lugar a qué llama Heidegger «encontrarse» o «disposición afectiva», porque el miedo será una modalidad de ello. Vamos allá.

Martin Heidegger es uno de los pensadores fundamentales del siglo pasado. Heredero de Nietzsche, adaptó el método fenomenológico de su maestro para darle un contenido ontológico. Su análisis sobre el miedo lo encontramos en Ser y tiempo

El «encontrarse» como algo fundamental del ser humano

En Ser y tiempo, Heidegger denomina «existenciarios» a los elementos constitutivos de la existencia humana, es decir, a los elementos esenciales que hacen que seamos seres humanos y no meros objetos, como la mesa o la silla. Uno de los muchos existenciarios que describe el filósofo alemán en este libro es el «encontrarse» (que se asimilaría, con algunos matices, al estado de ánimo). Según Heidegger, el ser humano siempre se encuentra de una manera: triste, contento, cansado, preocupado, angustiado, alegre… En tanto seres humanos, no podemos no tener estados de ánimo. El ser humano es, escribe Heidegger, «en cada caso ya siempre un estado de ánimo».

Incluso cuando pensamos que no nos encontramos de ninguna manera, cuando nos sentimos sin más, estamos en un estado de ánimo: «La ausencia de un estado de ánimo definido, que a menudo se sostiene igual e incolora largo tiempo y que no debe confundirse con un estado de ánimo ‘negativo’, dista de ser una nada». El ser humano siempre es en un estado de ánimo, siempre se encuentra de alguna forma.

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Guía de lectura de «Ser y tiempo» de Martin Heidegger (vol.1), de Jesús Adrián Escudero (Herder).

¿Y por qué es el estado de ánimo o la disposición afectiva algo esencial al ser humano? Porque, sostiene Heidegger, el ser humano es principalmente apertura. A diferencia, del bolígrafo u otros entes, el ser humano está volcado al mundo («arrojado») y, por tanto, es afectado por él. Una de las modalidades de esta apertura es la modalidad afectiva: porque no somos seres aislados, sino seres abiertos al mundo, reaccionamos a nuestro entorno (con alegría, miedo, tristeza…). Por este motivo, estamos siempre de alguna forma, estamos siempre en un estado de ánimo particular.

Heidegger defiende que en nuestra vida cotidiana, en nuestro día a día, el ser humano «esquiva óntico-existencialmente por lo regular el ser ‘abierto’ en estado de ánimo». En otras palabras, según el análisis de Ser y tiempo, el ser humano en su día a día busca no dejarse afectar, ser impasible, tener dominio y autocontrol, pero esto es absolutamente imposible para los seres humanos. No podemos cerrar la brecha por la que estamos unidos al mundo porque los seres humanos somos, sobre todo, seres volcados al mundo. Por eso sentimos y tenemos emociones.

Dentro de nuestra disposición afectiva, hay multitud de estados de ánimos con matices muy particulares, bien lo saben los poetas. Sin embargo, algunos estados de ánimo son más útiles que otros, cree Heidegger, para intentar comprender lo que es el ser humano. La angustia, por ejemplo, desempeña en Ser y tiempo un papel fundamental para comprender la naturaleza del ser humano. Antes de estudiar la angustia en Ser y tiempo, Heidegger se detiene a analizar qué es el miedo para evitar confusiones al respecto. Miedo y angustia son afectos totalmente distintos y para poder explicar correctamente la angustia, Heidegger necesita aclarar qué es el miedo. Es en este análisis del miedo, localizado en el parágrafo 30 de Ser y tiempo, en el que nos vamos a detener nosotros.

El ser humano es un ser «arrojado» al mundo, volcado en él. Por eso, es parte de nuestra naturaleza el ser afectados por lo que nos rodea. Las emociones, el estado de ánimo, son el resultado de esta apertura

El análisis: Heidegger y el miedo

El «ante-qué» del miedo

Analizar fenomenológicamente el miedo le sirve a Heidegger no solo para diferenciarlo de la angustia, sino también para ilustrar con un ejemplo la disposición afectiva del ser humano y mostrar cómo debe proceder un análisis fenomenológico de los estados de ánimo. El miedo, escribe Heidegger, se puede analizar desde tres puntos de vista o bajo tres dimensiones: el «ante-qué» del miedo, el tener miedo y el por qué del miedo. Estos tres puntos de vista no son separables entre sí y dan, recorridos los tres, una visión global y general de la disposición afectiva del miedo. Empecemos por el «ante-qué».

El «ante-qué» del miedo es ese algo que nos da miedo. El miedo siempre se dirige a un objeto o una situación que tememos (una medusa, un arma o la oscuridad). Pero ¿cómo abordar el objeto de nuestro miedo? No es tarea sencilla. Por ejemplo, el método científico no es útil para analizar el «ante-qué» del miedo porque lo temible, lo que nos aterra, no es una cualidad de los objetos que podamos medir. Lo temible no consiste en una forma concreta o en unos colores determinados. Lo temible no es una cualidad científica, sino fenoménica, y solo puede analizarse dentro de la existencia del ser humano. Esto último es una conclusión de gran importancia: el ante-qué del miedo, el objeto, es temible únicamente dentro de una situación particular y no por sí mismo.

Ahora bien, ¿qué características presenta lo temible para revelársenos como tal?, se pregunta Heidegger. No son características objetivas, como hemos dicho, sino fenoménicas. Pero ¿qué características fenoménicas tiene lo temible para ser tal? ¿Cómo se nos revela lo temible en nuestra experiencia? Heidegger responde: como algo amenazante. «El ante-qué del miedo tiene el carácter de lo amenazante», sentencia. Pero, y seguimos con nuestro análisis fenomenológico, ¿qué es lo amenazante? ¿Por qué se caracteriza el ser-amenazante de un objeto? ¿Cómo es la experiencia de lo amenazante?

En primer lugar, se caracteriza por lo que ya dijimos: por estar dentro de un contexto particular que lo revela como tal. Por ejemplo, una pistola no nos resulta amenazante si nos apunta encima de un tablón de teatro y en medio de una función. Lo amenazante lo es en un contexto particular que dota al objeto de su carácter de amenaza. Pero ¿de qué le dota? ¿En qué consiste esta característica del ser-amenazante? Según Heidegger, lo amenazante es tal porque se nos revela como algo perjudicial para uno mismo. Nos amenaza lo que nos perjudica, lo que una de una forma u otra puede disminuir nuestras posibilidades de vida.

El análisis fenomenológico de Heidegger recorre tres dimensiones del miedo: el «ante-qué» del miedo, el tener miedo y el porqué del miedo

Pero no todo lo que es perjudicial para nosotros nos resulta amenazante y, por tanto, temible. Lo amenazante, el «ante-qué» del miedo, el objeto que nos perturba en su amenaza, tiene que estar a una distancia muy particular, escribe Heidegger. Las pistolas que hay ahora mismo en otro país no me perturban, no les tengo miedo, porque la distancia es tal que es altamente improbable que puedan perjudicarme.

Sin embargo, cuando el objeto que nos resulta amenazante se acerca, «la perjudicialidad irradia y cobra su carácter amenazante». El carácter esencial de lo temible no está, entonces, en lo perjudicial que algo resulta para nosotros, sino en lo cercano que resulte su carácter perjudicial: «Lo que puede ser dañino en grado máximo y se acerca, además, constantemente, pero en la lejanía, no se revela en su temibilidad».

Ahora bien, ¿en qué consiste lo temible de la amenaza? Parece obvio decir que consiste en la posibilidad de nuestra destrucción parcial o total. Pero no es tanto la destrucción, sino la posibilidad de la misma. Ese carácter posible del objeto perturbador es el que nos inquieta. Dice Heidegger: «Lo perjudicial es amenazante: puede alcanzarnos, o quizás no». El miedo surge ante una posibilidad que nos inquieta, que nos acecha, cuyos escenarios futuros nos empiezan a asfixiar. Cuando tenemos miedo no tememos un destino inexorable, sino su mera posibilidad. Es la posibilidad la que nos paraliza. En palabras de Heidegger:

«A medida que se acerca, se acrecienta este ‘puede, pero a la postre quizás no’. Es terrible, decimos. Esto significa que lo perjudicial, al acercarse en la cercanía, lleva en sí la abierta posibilidad de no alcanzarnos y pasar de largo, lo cual no aminora ni extingue el miedo, sino que lo constituye».

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Tener miedo

Hasta aquí hemos analizado el objeto mismo, hemos desgranado su carácter amenazante y hemos reflexionado sobre el «ante-qué» del miedo, sobre lo que tememos. Pasemos a la segunda dimensión que analiza Heidegger: el hecho de tener miedo. Para Heidegger: «El tener miedo es el dejar‐se‐afectar que libera lo amenazante tal como ha sido caracterizado». Expliquemos esta frase con más detenimiento.

¿Cómo ocurre el tener miedo? Heidegger sostiene que el tener miedo no opera constatando un mal futuro en la lejanía y luego viéndolo acercarse. Tampoco cree que primero uno observe algo cercano y luego descubra su temibilidad. Ninguna de las dos opciones corresponde a la experiencia del miedo porque ambas ocurren simultáneamente: uno tiene miedo y se descubre ya ahí, en la amenazante cercanía de algo perjudicial. No tenemos miedo fuera de la percepción de la amenazan ni viceversa.

Así, el tener miedo y el descubrimiento de la inquietante capacidad de perjudicarnos del objeto van a la par. De hecho Heidegger, en su análisis, va un paso más y afirma que es precisamente el tener miedo lo que nos hace percibir lo amenazante de la amenaza. En otras palabras, alguien que no percibe lo amenazante no tiene miedo; y al revés: uno no puede tener miedo de algo que no percibe amenazante. Tener miedo consiste en percibir lo amenazante del objeto temible y percibirlo implica tener miedo.

Lo temible de lo amenazante reside en la posibilidad misma de perjudicarnos. Ese carácter posible del objeto perturbador es el que nos inquieta. Dice Heidegger: «lo perjudicial es amenazante: puede alcanzarnos, o quizás no»

El «por lo que» el miedo teme

Ya hemos visto el objeto temido y la experiencia del tener miedo, pero ¿por qué tenemos? La respuesta de Heidegger es la siguiente: tememos por nosotros mismos. Y tememos por nosotros porque para los seres humanos la vida es una vida abierta («en su ser le va su propio ser», escribe el filósofo en Ser y tiempo), es decir, para los seres humanos la existencia está siempre por hacerse —y así podemos ser futbolistas, escritoras o repartidores de pizza—. A diferencia de una piedra, los seres humanos no solamente existimos físicamente, sino que tenemos una biografía, una historia que vivir.

Tememos por nuestra vida porque no queremos finalizar esta historia, porque queremos ver la adolescencia de nuestros hijos, terminar la novela que escribimos o decirle a esa persona que la queremos antes de que se marche. No es que la vida tenga algo irresistible que nos atraiga irracionalmente y nos haga amarla por encima de todo y nos de miedo perderla, no. Lo que ocurre es que el ser humano es un ser siempre abierto, haciéndose a sí mismo, y, por eso mismo, puede hacerse o truncarse en el camino, puede ser o no ser lo que aspira a ser. Y es precisamente la posibilidad de ese truncamiento el motivo por el que tenemos miedo.

Esta explicación también es válida, sostiene Heidegger, cuando tememos por nuestra casa, por nuestros bienes o por nuestro trabajo. Como el ser humano —y así aparece definido en Ser y tiempo— es aquello de lo que se ocupa, los bienes de los que nos ocupamos también nos constituyen y lo que es perjudicial para ellos nos limita también nuestra existencia, nos perjudica también a nosotros.

Temer por otros

Entonces, ¿la causa de nuestro temor reside siempre en nosotros mismos? ¿No es toda la teoría heideggeriana ligeramente egoísta? ¿Soy el centro y única preocupación de mi miedo? ¿No podemos acaso temer también por los otros? Por supuesto, y así lo atestigua nuestra experiencia.

Para Heidegger el temer-por-otro es un fenómeno muy peculiar. En primer lugar, es importante notar que temer por alguien no quiere decir temer con alguien, es decir, compartir miedo, compartir disposición afectiva. Temer por un amigo no significa pasar miedo juntos. De hecho, ocurre todo lo contrario, dice Heidegger. Tememos por alguien justamente cuando ese alguien no teme y «se precipita temerariamente hacia lo amenazante».

Aún así, continúa Heidegger, el temer por otros sigue siendo un temer por uno mismo porque la vida de uno nunca es individual, sino siempre colectiva, siempre conformada por una pluralidad de voces que nos acompañan en nuestra biografía. Cuando tememos por un amigo, tememos por nuestra amistad, por ese espacio tan bonito que forma un hueco insustituible en nuestra existencia. Tememos por otros, pero tememos por los otros que conforman nuestra vida.

El ser humano es un ser siempre abierto, haciéndose a sí mismo, y, por eso mismo, puede hacerse o truncarse en el camino, puede ser o no ser lo que aspira a ser. Y es precisamente la posibilidad de ese truncamiento el motivo por el que tenemos miedo

Algunas conclusiones

La experiencia del miedo tiene multitud de matices. Heidegger aventura algunos de ellos al final del parágrafo 30 de Ser y tiempo. Encontramos, por ejemplo, la modalidad del susto cuando topamos con lo repentinamente amenazante. Sentimos pavor, en cambio, cuando el objeto es radicalmente desconocido. Y así con otras modalidades.

La importancia del análisis heideggeriano reside en la potencia del método fenomenológico para analizar la realidad humana más allá de las cualidades objetivas que estudia la ciencia. El ser humano no es únicamente un ente, un objeto físico, sino que es también existencia y la mayoría de nuestras experiencias (como la del miedo) discurren por esa dimensión.

Además, el hecho de que Heidegger incluya la disposición afectiva dentro de la esencia del ser humano nos abre a una comprensión mucho más holística del mismo que la que dan, precisamente, las ciencias. Y no solo las ciencias, con la concepción heideggeriana lejos quedan las teorías racionalistas que categorizan al ser humano como animal racional. El ser humano es un ser sintiente, un ser emocional, un ser que en su contacto con el mundo sufre, ríe, llora y teme. Y esto no es algo accesorio, sino la esencia misma de nuestra humanidad. Y a esta esencia no podemos tenerle miedo.

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