No fue su intención. Pero Martín Guzmán logró lo que nadie en el Frente de Todos desde las cartas públicas de Cristina Kirchner señalando los yerros de la gestión y las diferencias con Alberto Fernández: que el Presidente, la vice y el tercer socio del gobierno, Sergio Tomás Massa, empiecen a funcionar con la lógica y la dinámica que los movió en la campaña del 2019: teléfono y Whatsaap constante, reuniones y decisiones discutidas, consensuadas y compartidas.
El primer pacto es el de la confidencialidad, que salvo por detalles menores vienen cumpliendo a rajatabla desde el primer día. Si bien la nueva dinámica cumple recién hoy una semana, el cambio tiene ribetes que parecen —aunque no fueron— mágicos: de no contestarse mutuamente el teléfono, los Fernández hablan mínimo 10 veces por día. Y, por lo que se refleja en sus apariciones públicas, el cambio a ambos parece estar sentándoles bien.
Alberto Fernández estaba almorzando en su despacho el jueves cuando la portavoz Gabriela Cerrutti entró a preguntarle si era cierto que Cristina y Massa habían ido a Olivos la noche anterior. “No que yo sepa”, dijo tranquilo el Presidente. “¿Salgo a desmentirlo oficialmente?”, repreguntó ella ante la insistencia de quien había publicado el dato, la colega Rosario Ayerdi: “Por supuesto”, insistió Fernández antes de pedir helado de postre y seguir con su agenda.
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, junto a la nueva ministra de Economía de Argentina, Silvina Batakis (REUTERS/Agustin Marcarian)
Con esa simple frase empezaba a funcionar más el pacto político que el pacto con los periodistas. Eso fue tan claro como que Cristina y Massa habían estado cenando el miércoles en Olivos. Pero la desmentida presidencial a sus propios colaboradores era una muestra cabal de que algo empezaba a cambiar en la cúpula del oficialismo.
En medio del tembladeral económico, político y financiero que desató el tuit de Guzmán dando a conocer su renuncia (suicidio político, traición al Presidente o la interpretación que cada uno quiera darle al hecho), Alberto dejó de lado su maltrecho ego e hizo su mayor aporte al nuevo estadío. Nada de todo esto estaría pasando si el Presidente no hubiera levantado el teléfono para hablar con Cristina el domingo pasado.
Dos cosas están transparentadas: con el caos reinante y los peligros financieros, económicos y sociales que acechan, los tres (Massa incluído) apuestan a la supervivencia, pero también a volver a las fuentes de legitimidad del poder. En el 2019 se votó una fórmula mixta con un componente inédito, que quien más boletas a las urnas aportó y quien más poder político conservó hasta hoy es la vice y no el Presidente. Eso no la convierte a ella en la dueña del gobierno. Pero sí obliga a una dinámica de coalición inédita en nuestro país que hasta ahora venía fracasando. Una vez más hoy el espanto puede más que el amor. Dicho en boca de uno de ellos tres: “a esta altura ya no está en juego la supervivencia de uno por sobre el otro. A esta altura ya no hay espacio para que nadie se salve solo. Si cae uno caemos todos” (sic).
El pasado miércoles, Infobae publicó detalles, minuto a minuto, de cómo se gestó la salida de Guzmán. Un par de aclaraciones al respecto. Julio Vitobello no recibió un Whatsapp de Guzmán sino un llamado que no pudo responder en el acto por estar justamente hablando por teléfono. Cuando intentó dar telefónicamente con el ministro no obtuvo respuesta.
Entre el anticipo de “te voy a mandar mi renuncia” al celular del Presidente y el envío efectivo de las siete carillas en un atachment pasaron ocho minutos reloj. Como si un vendaval se hubiera desatado en la cabeza del ex ministro sin haberlo podido parar él ni nadie. El “no lo hagas” que tipeó Fernandez cuando se anotició de ambos mensajes al mismo tiempo llegó tarde. Guzmán ya había mandado el tuit.
Es cierto que el jueves Alberto le había concedido al ex ministro de Economía hacer cambios en el área energética. Pero pidió el mayor de los cuidados para no desatar la furia del huracán Cristina y le recomendó buscar a alguien de un perfil que agradara a la vicepresidenta. Guzmán dijo que podía convencer a Aníbal Fernández. Alberto le advirtió que seguramente el ministro de Seguridad no iba a querer bajar en el escalafón y descender a Secretario. “Yo lo convenzo”, remató henchido Guzmán. Con esa virtual “promesa” Guzmán salió el jueves del despacho presidencial esperando que el viernes Alberto echara a Darío Martínez.
El discípulo de Stigligtz empezaba a tomar en ese preciso instante la misma medicina que había tragado CFK muchas veces al terminar una conversación con el Presidente. En su estilo personal Alberto prefiere no confrontar. Va llevando las conversaciones de manera amable y casi camaleónica con su interlocutor. Después termina haciendo, o no haciendo, lo que le parece. Y casi nunca advirtiendo sus diferencias con su interlocutor. Sino dejando que el otro solo se vaya dando cuenta para evitar justamente el mal trago de la confrontación verbal. En este mecanismo repetitivo la frustración se apodera del otro. Eso también es maltrato. Maltratar no es sólo gritar en público o en privado. Desestimar, dejar pasar o simplemente ignorar al otro, no advertirle de las diferencias de criterio, no ser claro también es una forma da maltrato.
Más sutil y civilizado pero maltrato y hasta maltrato psicopático al fin. Si eso es lo que sintió Guzmán, CFK debería entenderlo como nadie.
Pero está claro que Cristina hoy no tiene tiempo ni ganas de ser empática con Guzmán. Tan claro como que la escandalosa salida del ex ministro fue el mejor de los regalos para la vicepresidenta.
El nuevo status quo en lo más alto del poder es demasiado reciente. Pero hay muchos indicios de que esta vez va en serio. Hay razones personales pero sobre todo políticas. Ninguno tiene más tiempo. Pero fue Massa quien sumó su contribución invalorable para que los planetas se alinearan en el último fin de semana. Sergio Tomás tuvo durante algunas horas del pasado domingo la posibilidad de arrasar con el gobierno. Sin diálogo con CFK, al Presidente le quedaban solo Massa y los gobernadores para su rearmado. Sin embargo insistió en que no habría salida a la crisis ni se sumaría al Ejecutivo sin el aval de Cristina.
El presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa
Así como Estela de Carlotto dio la dosis de ternura exacta para bajar las resistencias presidenciales, Sergio Tomás aportó el análisis más inteligente de la crisis puertas adentro. Ni veto de la vicepresidenta, ni desconfianza, ni pago de rebeldías pasadas.
Lo que se sigue negociando es algo más de fondo que los hipotéticos cargos. Y eso aún no está resuelto.
Más allá de eso, en este reciente diagrama de poder hay quienes están aún afuera. En primer lugar, La Cámpora, o su principal referente, Máximo Kirchner. Si bien el diputado bajó diez cambios su tono beligerante contra el Gobierno el pasado viernes en Escobar, sigue sin hablar con el Presidente y es el más desconfiado de estos nuevos tiempos. “Los está llevando de las narices nuevamente a los dos y va a terminar sin cambiar nada”, describe irónico ante sus allegados en referencia a su propia madre y al Jefe de la Cámara de Diputado que, además, es su amigo.
Atrás de sus palabras se insinúa que para que el pacto político siga funcionando los cambios en el gobierno van a tener que continuar. De nombres y de políticas.
Esa es la gran incógnita. Pero seguramente debe haber sido parte de la conversación de los tres durante los últimos días. El hermetismo es mucho. Pero no es secreto que si bien Silvina Batakis llegó con el respaldo político que no tenía Guzmán, los vientos huracanados que la rodean hacen necesario más poderío aún que el que ella tiene. Hoy la ministra anunciará sus primeras medidas.
No es lo mismo que lo haga sola con su equipo. Que se siente a su lado en la conferencia de un lado el Presidente y del otro Massa. En el mundo ideal debería también estar Cristina. Pero sigue en El Calafate y está claro que su contribución por ahora es el silencio más que el apoyo explícito. Parece poco. Pero es muchísimo comparado con sus últimos tiempos.
Fuente Infobae, Argentina