La reciente renuncia de Mario Russo como ministro de Salud ha desatado una serie de reacciones en el ámbito gubernamental, donde su designación fue recibida con alivio y un toque de ironía. La llegada de Mario Lugones, secretario de la Federación Argentina de Prestadores de Salud y fundador de la Fundación Sanatorio Güemes, al frente del ministerio, marca un cambio significativo en la gestión de salud pública, pero también pone de relieve las tensiones latentes en el gobierno de Javier Milei.
La situación en el Ministerio de Salud se había vuelto insostenible para Russo, quien, a pesar de su experiencia en la gestión, enfrentó constantes tironeos y desencuentros, incluso durante la crisis provocada por el manejo del dengue. A pesar de haber logrado sortear esa crisis inicial, la relación de Russo con un sector de la Casa Rosada se tornó cada vez más complicada, convirtiéndose en un obstáculo para los intereses de quienes intentaban ejercer el poder desde las sombras.
Un estrecho colaborador de Russo destacó que su renuncia no responde a problemas de salud ni a motivos personales, sino a un agotamiento por la intervención constante en su ministerio. Según sus allegados, el ex ministro desconfía de quienes lo rodeaban y ya no estaba dispuesto a firmar decisiones impuestas por otros.
El clima en el ministerio es palpable, ya que Russo había pedido a su equipo que no hablara públicamente sobre su gestión. Sin embargo, la indignación entre sus colaboradores creció ante las versiones que intentaron presentar su salida como motivada por razones personales. Ellos sostienen que Russo se fue en excelentes términos con el presidente, desmintiendo así las versiones que lo vinculaban a supuestos conflictos internos.
La novela en el Ministerio de Salud refleja una lucha por el poder en el gobierno, especialmente entre el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, y Santiago Caputo, un asesor influyente. Francos había sido un pilar de apoyo para Russo en sus esfuerzos por mantener su autonomía, mientras que Caputo tenía la intención de colocar a Lugones en una posición de mayor control.
En un acto de desafío, Russo decidió limitar las funciones de tres funcionarios impuestos por Lugones, un movimiento que resultó en un rápido ultimátum por parte de sus adversarios. La presión aumentó, y Russo, enfrentado a una decisión clara, optó por renunciar, dejando a su equipo con la sensación de que habían llegado al límite.
Las tensiones no solo se limitan a la gestión del ministerio, sino que también se reflejan en acusaciones infundadas de corrupción y el delicado manejo de relaciones interpersonales. A pesar de los intentos de desacreditar a Russo, quienes lo conocen bien defienden su integridad y afirman que las versiones sobre una supuesta coima son absurdas, atribuyéndolas a rivalidades internas.
Este episodio resalta no solo la fragilidad de la gestión de salud pública en Argentina, sino también las complejas dinámicas de poder que afectan la administración del gobierno de Javier Milei. Con la salida de Russo y la llegada de Lugones, la atención ahora se centra en cómo se manejarán los desafíos del sector salud en medio de un entorno político tan turbulento.