Por lo general se considera que la Segunda Guerra Mundial comenzó el primero de septiembre de 1939, cuando Hitler invadió Polonia después de la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov. Pero ese fue solo uno de una serie de acontecimientos que en ese momento se habría podido pensar que no tenían relación.
Entre ellos, la invasión de Manchuria por parte de Japón en 1931, la invasión de Abisinia por parte de Italia en 1935, la remilitarización de Renania en 1936 y la Guerra Civil española, que comenzó ese mismo año. La anexión de Austria y la Crisis de los Sudetes en 1938. La invasión soviética a Polonia algunas semanas después de la alemana y las invasiones de Alemania en el oeste el año siguiente. La operación Barbarroja y el ataque a Pearl Harbor en 1941.
La idea es que la Segunda Guerra Mundial en realidad no comenzó como se suponía, como el agua que sube hasta que la presa se desborda. También nosotros llevamos años viendo la subida de las aguas, pero se necesitó que Rusia invadiera Ucrania para que una buena parte del mundo se diera cuenta de ello.
Antes de esta invasión, ocurrieron las invasiones rusas de Georgia, Crimea y el este de Ucrania; el bombardeo masivo ruso en Alepo, Siria; el uso de extraños agentes químicos y radioactivos contra disidentes rusos en suelo británico; la injerencia de Rusia en las elecciones de Estados Unidos, y los ataques cibernéticos masivos a nuestras redes de computación; el asesinato de Borís Nemtsov y el descarado envenenamiento y encarcelamiento de Alekséi Navalny.
¿Algunas de estas transgresiones a la soberanía, violaciones de la ley, incumplimientos de tratados, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad tuvieron alguna respuesta firme, unificada o punitiva que habría podido evitar la siguiente serie de atrocidades? ¿La respuesta de Occidente a otras violaciones de las normas internacionales —el uso que hizo Siria de las armas químicas, la anulación de la autonomía de Hong Kong por parte de Pekín, la guerra subsidiaria de Irán contra sus vecinos— hicieron reflexionar a Vladimir Putin?
En resumen, ¿Putin tenía alguna razón para pensar, antes del 24 de febrero, que no podría salirse con la suya con su invasión?
No la tenía. Contrario a la idea de que el comportamiento de Putin es el resultado de la provocación occidental —como negarse a descartar del todo una posible integración de Ucrania a la OTAN—, Occidente ha pasado, en buena medida, 22 años apaciguando a Putin por medio de un largo ciclo de reinicios y sanciones leves. La devastación de Ucrania es el fruto de este apaciguamiento.
Ahora, el gobierno de Biden enfrenta la interrogante de si quiere concluir este ciclo. La respuesta no es muy clara. Las sanciones han dañado la economía rusa, los embarques de armas hacia Ucrania han ayudado a ralentizar el avance ruso y la barbarie de Rusia ha unido a la OTAN. Esto hay que atribuírselo al presidente.
Pero el gobierno estadounidense sigue operando bajo una serie de ilusiones potencialmen
te catastróficas.
Es posible que, a largo plazo, las sanciones acaben con Rusia. Pero la batalla inmediata en Ucrania es el corto plazo. Hasta ahora, como uno de los principales efectos de las sanciones ha sido el exilio de decenas de miles de rusos de la clase media, esto en realidad ayuda a Putin porque se debilita una fuerte base de oposición política. En cuanto a los oligarcas, quizás hayan perdido sus yates, pero no están a punto de tomar las armas.
Armar a Ucrania con misiles Javelin y Stinger ha dañado y avergonzado al ejército ruso. Proporcionarle a Kiev aviones de combate MiG-29 y otros sistemas de armamento potencialmente innovadores podría ayudar a cambiar el rumbo. No hacerlo solo podría prolongar la agonía de Ucrania.
Las frecuentes suposiciones de que Putin ya perdió la guerra o de que es imposible que la gane cuando todos los ucranianos lo odian o de que está buscando una ruta de salida —y nosotros deberíamos estar pensando en alguna manera ingeniosa de proporcionársela— a la larga podrían ser correctas. Pero son prematuras. La guerra apenas está en su tercera semana; los nazis tardaron más tiempo en tomar Polonia. La capacidad de someter a una población agitada está, ante todo, en función del daño que el invasor esté dispuesto a provocarle. Para tener una idea de eso, hay que ver lo que le hizo Putin a Grozni en su primer año en la presidencia.
Rehusarse a imponer una zona de exclusión aérea en Ucrania puede justificarse porque excede los riesgos que los países de la OTAN están dispuestos a tolerar. Pero la idea de que hacerlo podría dar pie al inicio de la Tercera Guerra Mundial es ignorar la historia y enviar un mensaje de debilidad. Los estadounidenses se enfrentaron a pilotos soviéticos que operaban bajo una cubierta china o norcoreana en la guerra de Corea sin que el mundo estallara. Y nuestro abierto rechazo al enfrentamiento es una invitación, no una disuasión, a una escalada rusa.
Existe un riesgo alto de que estas ilusiones se derrumben de manera abrupta. No hay muchas pruebas de que Putin tenga un gran interés en reducir sus pérdidas; por el contrario, hacerlo ahora —tras soportar los costos económicos de las sanciones pero sin lograr una clara victoria— pondría en peligro su afianzamiento en el poder.
En conclusión, hay que esperar que Putin redoble su apuesta. Si usa armas químicas, como hizo Bashar al Asad en Siria, o despliega alguna arma nuclear en el campo de batalla —en concordancia con una vieja doctrina militar rusa— ¿pierde más de lo que gana? La pregunta se responde por sí misma. Gana con rapidez. Aterroriza a Occidente. Consolida su poder. Sufre consecuencias un poco más graves de las que ya tuvo. Y sus colegas en Pekín, Teherán y Pionyang van tomando nota.
¿Cómo comienza la siguiente guerra mundial? De la misma manera en que comenzó la última.
Bret Stephens ha sido columnista de Opinión en el Times desde abril de 2017. Ganó un Premio Pulitzer por sus análisis en The Wall Street Journal en 2013 y anteriormente fue editor jefe de The Jerusalem Post.
Fuente: NYT, EEUU