Debate y Convergencia

Aquí se fabrican horrores

«Sabiéndolo todo, ignorándolo todo»

Anónimo

La sugestión es la antesala del psicoanálisis y el portón delantero de la hipnosis. Mucho antes de Freud, mucho antes de Charcot, mucho antes que Swedenborg, puede rastrearse en el médico alemán Franz Anton Mesmer, y eso que el nombre con el que conocían este bulo fue «magnetismo animal». Habían razones de peso para llamarla así, y a causa de un escándalo, el término fue cambiado por «mesmerismo». Como sea, fueron muchos los fiascos registrados de intentos de curación y de influir en el comportamiento humano por medio de la sugestión, fuese usando imanes, hipnotismo, configuraciones psíquicas, y entrado el siglo XX, con la «terapia psicológica». Esto último, hasta que se instituyó una doctrina, y después se conformó en ciencia formal, llamada obstinadamente: «Psicoanálisis».

     Es factible creerle al escritor italiano Dino Segre, más conocido como «Pitigrilli», cuando dice que las escuelas de hipnosis o de sugestión estuvieron de moda [comercial] a finales del siglo XIX y comienzos del XX en América y en las grandes capitales de Europa. Viéndolo así, Viena sería solo un laboratorio psicoanalítico de lo que vendría siendo New York, París o Londres, en cuanto a refinamiento de técnicas para sugestionar a las personas y dejando que la imaginación hiciera lo demás en la población. De ahí el descubrimiento del llamado «Trastorno de la personalidad múltiple», luego inmortalizado como modelo en la obra de Robert Louis Stevenson «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde».

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     Dino Segre se explaya diciendo que : «más tarde surgieron academias de hipnosis, institutos de sugestión, que prometían, a quien lo solicitara, un libro gratuito sobre los poderes que todos poseemos de actuar sobre la voluntad de los demás. “Podrás convertir a quien quiera en tu siervo o en tu esclava”, prometía el autor del fascículo, el cual, empeñado en hacer de cualquier un dominador, pedía una suma cambio de un curso acelerado de lecciones sobre la técnica de “subyugar a cualquiera”».

Dino Segre. Conocido como «Pitigrilli» fue un escritor Italiano.

     Y este fenómeno fue cierto de alguna manera, pues ante la ansiedad y el vértigo causado por la Revolución Industrial, y el vacío existencial producto de los cambios políticos en el mundo, las personas buscaban respuestas a sus preguntas personales, tipo: ¿El planeta tendrá un final? ¿Cómo dejo de ser pobre? ¿Tengo suerte en el amor? ¿Quién es Dios? Y otras cuestiones más ligadas a la libido y la curiosidad personal.  Por ello es que la novela «Satán en los suburbios» (1953) del filósofo inglés Bertrand Russell solo puede ser un bosquejo de lo acaecido en ese tiempo, en esas ciudades, y con ese tipo de gente. Un relato agudo de tintes psicológicos que nos recrea la historia del «Dr. Murdoch Mallako» y sus cuatro pacientes: los señores Abercrombie, Cartwright, Beauchamp, y la señora Ellerker; y un narrador en off que no podemos perder de vista, ya que será fundamental en el comienzo y el final de toda la trama.  

     Y vaya que esta novela fue (y es) una «sorpresa» mayúscula, por cuanto Bertrand Russell cultivó poco el género, y su creación fue el resultado del mero placer escritural, tal como diría él mismo, a modo de advertencia, en la introducción de la obra. Sumado a esta rareza, la curiosidad de haberla escrito a los 80 años de edad, es decir, 17 años antes de morir, y esto como un juego psicológico y de la imaginación, no exenta de polémica en esa Inglaterra de su época, tan victoriana, fría, puritana, y tan propensa a las supersticiones religiosas.

     Con ese contexto es imposible no pensar en lo que el novelista quiso transmitirnos, es decir, no un mensaje ni una moraleja, pero sí sus influencias intelectuales, o al menos las tendencias y vanguardias filosóficas del momento. El psicoanálisis estaba en su apogeo, al igual que el futurismo y la fenomenología. Y allende de estas corrientes de pensamiento, es marcado el deseo del hombre de dominar a los otros por la fuerza, la razón o la imaginación, con el fin de influir y hacer de los demás sus súbditos o los chivos expiatorios de sus hazañas. Las figuras del héroe, el caballero, el soldado, el político y el empresario, descansan sobre esta idea, y la historia oficial del mundo no dice otra cosa.

Bertrand Russell. Fue un filósofo y matemático inglés.

     Así es que, puntualmente, en «Satán en los suburbios» es el «Dr. Murdoch Mallako» quien alquila un consultorio en el pueblo de Mortlake, y para promocionarlo, instala una curiosa placa, que, a modo de ancla, despierta la curiosidad de sus habitantes: «Aquí se fabrican horrores». Un anuncio sumamente extraño y misterioso, que no demora en surtir efecto en los primeros clientes, quienes son atendidos no con un «buenos días», sino con las palabras: «¿Qué tipo de horror prefiere?». Y ahí empieza el misterio, la técnica, es decir, las narraciones espectrales e hipotéticas, donde el «Dr. Murdoch Mallako» plantea la solución a cada dilema consultado, no sin daños colaterales y consecuencias ignoradas por la sugestión y el afán de respuesta.

     El primer cliente, el señor Abercrombie, luego de consultarlo termina robando dinero de su propio banco y culpando a un subordinado; seguido del señor Beauchamp que se suicida por deshonra; posteriormente, el señor Cartwright se vuelve esclavo de un obispo al ser obligado a procrearse ad infinitum con mujeres africanas; y la señora Elleker concluye sus días en el manicomio. Solo la figura emergente del narrador en off producirá los giros dinámicos de la trama, en cuyo final de la novela entra como protagonista. Hasta este límite es justo preguntarnos: ¿Qué sucede acá?, ¿cómo una consulta médica desemboca en tragedia para sus pacientes?, ¿quién es el «Dr. Murdoch Mallako»?, ¿hay una crítica a la clínica, al racionalismo frío, al sentimentalismo abstruso de los europeos?

     No hay duda de que en «Satán en los suburbios» se siente el tono hegeliano de Bertrand Russell, o el arte de darle la razón a quien cree tenerla. El extraño doctor actúa de esta forma, pues les dice a sus pacientes lo que quieren oír, y por medio de historias hipotéticas, no basadas en el razonamiento, sino en la sugestión y la imaginación, los convence. Este tejido narrativo, cargado de ironía, pretende demostrar la trágica naturaleza humana, sujeta a la grandeza y la gloria, como a la genética tontería inherente. No obstante, aquellas decisiones que toman los clientes del «Dr. Murdoch Mallako» son pompas de jabón, ilusiones alejadas de la razón y más cercanas a una sugestión, o a una extensión psicológica del siniestro personaje principal.

     Esta novela nos permite pensar que Bertrand Russell quiera ironizar con las figuras teológicas del pecado como tentación o debilidad, y la del diablo, como el ser benévolo (ángel de luz, o profesional nietzscheano) que solo presenta la ocasión y el contexto al individuo para actuar en libertad. Argumento justificado en el juicio sumario que la voz en off dictamina sobre el personaje central: «…el doctor Mallako es el príncipe del mundo porque en él, en la malignidad de su espíritu, en su intelecto frío y destructor, se concentran de forma quintaesenciada todas las bajezas, toda la crueldad y toda la impotente rabia de los hombres débiles que aspiran a ser titanes. El doctor Mallako es malvado, de acuerdo; pero, ¿por qué triunfa con su maldad? Porque en muchos que son tímidamente respetables se esconde la esperanza de un pecado espléndido, el deseo de dominar y el anhelo de destruir».

«Satán en los suburbios» es una novela escrita por Bertrand Russel, escrita a los 80 años de edad.

     Aunque con estas palabras el dilema no está resuelto, pues igual al Melquisedec bíblico, nadie sabe de dónde salió este doctor, qué pretende, y por qué actúa así. Ese es el limbo literario en el que nos mantiene Bertrand Russell hasta el final, pero no hay que desesperar, porque si somos perspicaces, una mirada aguda nos dejará ver elementos psicológicos en los personajes de esta novela. Y ahí es donde el «Dr. Murdoch Mallako» se figura como una misteriosa voz que hace subir al consciente todo lo reprimido en el subconsciente, sin que, por ello, tales deseos sean razonables y correctos moralmente. Gracias a las visitas clínicas, la tragedia está a la orden del día, la fábrica de los horrores está abierta de par en par, y los personajes de la novela no dejan de ser símbolos morales. El señor Abercrombie es la avaricia descarada; el señor Beauchamp prefigura la lujuria desenfrenada; el señor Cartwright el deterioro moral; y la señora Elleker constituye la imagen del amor ciego.

     Pero alto, porque esto es solo un punto de vista, pues cada lector descifrará esa historia de múltiples maneras, y esa es la magia de la literatura y los buenos narradores. Como sea, «Satán en los suburbios» es una novela de relectura y deleite, que nos pone en tensión desde la primera página hasta la última. Es una bomba de tiempo que estallará en nuestras manos, caso de no desarticularla por medio de la interpretación.

     Finalmente, como diría Dino Segre, el escritor italiano citado al inicio, que luego de una denuncia contra otro profesional de la mente, un tal «Doct Krawer», «ninguno de los compradores del “método” había logrado sugestionar ni siquiera al más tímido, al más incapaz, porque la supuesta “sugestión” es una leyenda y un prejuicio popular. Los peritos de la acusación fueron categóricos: “nadie puede con su propia voluntad dominar la voluntad de los demás”«». Veredicto justo, ya que «la sugestión no existe» y ese era (y es) el secreto de todo. Y entonces ¿por qué actuaron así aquellos cuatro clientes, incluida la voz en off, del Dr. Murdoch Mallako? Ese es el misterio.

Fuente: Papel Pixel

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