¿Aliada o enemiga? Cuando la inteligencia obstaculiza —o potencia— nuestro aprendizaje

Por Osvaldo Gonzalez Iglesias (Editor)

En un mundo donde el conocimiento circula a velocidad vertiginosa y las redes digitales nos inundan con datos, tutoriales y opiniones, una paradoja inquietante se instala: ¿puede la inteligencia ser un obstáculo para el aprendizaje? ¿O es, por el contrario, una plataforma ideal para concentrar, sintetizar y transformar el caudal de información en verdadero conocimiento?

La respuesta no es sencilla, pero sí reveladora: depende del uso que le demos a nuestras capacidades cognitivas y, sobre todo, de las preguntas que nos atrevamos a hacer. Entre el potencial de una mente brillante y la comodidad de una mente satisfecha, se juega un partido decisivo para la evolución individual y colectiva.

¿Qué entendemos por inteligencia?

Desde los tiempos de Aristóteles hasta las investigaciones modernas en neurociencia, la inteligencia ha sido definida de múltiples formas. Tradicionalmente asociada al coeficiente intelectual (IQ), hoy se reconoce como un conjunto dinámico de habilidades que incluyen el razonamiento lógico, la comprensión verbal, la creatividad, la adaptabilidad, y la inteligencia emocional.

Howard Gardner, psicólogo de Harvard, popularizó la idea de “inteligencias múltiples”, planteando que hay distintas formas de ser inteligente: musical, lingüística, espacial, interpersonal, intrapersonal, entre otras. Esta diversidad también implica diferentes maneras de aprender, pensar y construir conocimiento.


Cuando la inteligencia se convierte en trampa

Aunque pueda parecer contradictorio, la inteligencia no siempre impulsa el desarrollo del conocimiento. En ciertos contextos, puede incluso convertirse en un obstáculo.

1. La ilusión de suficiencia

Personas con altas capacidades cognitivas a menudo se sienten cómodas con lo que ya saben. Esta autoconfianza, cuando se vuelve excesiva, puede llevar a una especie de pereza intelectual: dejan de hacer preguntas, subestiman la necesidad de profundizar o revisar sus ideas, y se vuelven impermeables a nuevas perspectivas.

“El problema no es la inteligencia, sino la falta de curiosidad. Una mente brillante sin preguntas es como un telescopio apuntando al suelo”, afirma la psicóloga educativa Luciana Mazza.

2. El sesgo de confirmación

Cuanto más inteligente es una persona, más hábil puede ser para justificar sus propios errores. En lugar de usar la inteligencia para cuestionar creencias, se usa para protegerlas. Este fenómeno, estudiado por la psicología cognitiva, muestra que la inteligencia sin autocrítica puede reforzar la ignorancia.

3. El ruido de la información

Vivimos en una era donde el conocimiento es abundante, pero el discernimiento escasea. Las redes sociales y los motores de búsqueda han democratizado el acceso a datos, pero también han creado una trampa: confundir información con comprensión. Y aquí la inteligencia puede jugar en contra si no está orientada a discriminar, jerarquizar y relacionar.


Inteligencia como plataforma: el poder de saber usarla

Por fortuna, la inteligencia también puede ser la mejor aliada del aprendizaje, siempre que se utilice con humildad, enfoque y propósito.

1. Síntesis y profundidad

Las mentes entrenadas no solo absorben datos: los conectan, los interpretan y los proyectan hacia nuevas ideas. La verdadera inteligencia consiste en saber qué ignorar y qué conservar, y en cómo articular lo aprendido para resolver problemas o construir sentido.

“El conocimiento no crece por acumulación, sino por integración”, sostiene el filósofo español José Antonio Marina.

2. Formular mejores preguntas

El aprendizaje profundo no nace de tener todas las respuestas, sino de hacerse preguntas poderosas. Una persona verdaderamente inteligente no es aquella que sabe mucho, sino la que sabe qué preguntar y cómo avanzar a partir de esa duda.

De hecho, la habilidad para preguntar es una de las competencias más valoradas hoy en contextos de innovación, ciencia, liderazgo y educación.

3. Concentrar el aprendizaje en la era del exceso

En un entorno de sobreinformación, la inteligencia bien dirigida permite concentrar el aprendizaje en fuentes confiables, conceptos clave y relaciones entre ideas. Aquí, la metacognición (es decir, la capacidad de reflexionar sobre cómo aprendemos) se vuelve crucial.


Redes, algoritmos y atención: el nuevo campo de batalla

Las redes sociales han modificado radicalmente la forma en que accedemos y procesamos información. Si bien nos ofrecen oportunidades inéditas para aprender, también fragmentan nuestra atención, dificultan el pensamiento profundo y premian la inmediatez por sobre la reflexión.

La inteligencia en este contexto no basta. Se necesita conciencia crítica para filtrar, contextualizar y transformar los estímulos en conocimiento significativo.

“Las plataformas están diseñadas para captar nuestra atención, no para expandir nuestro entendimiento. Aprender en este entorno requiere intencionalidad”, advierte el sociólogo y experto en tecnología, Tomás Balmaceda.


¿Cómo usar nuestra inteligencia para aprender mejor?

Algunas claves, respaldadas por la ciencia cognitiva y la pedagogía, pueden ayudarnos a convertir la inteligencia en una verdadera plataforma de desarrollo:

  • Cultivar la curiosidad: Hacerse preguntas, buscar nuevos enfoques, salir del sesgo de confirmación.
  • Ejercitar la atención sostenida: Leer con profundidad, desconectarse de estímulos constantes, entrenar la concentración.
  • Aprender a desaprender: Estar dispuesto a revisar, corregir y reconstruir el conocimiento.
  • Buscar síntesis, no solo datos: Priorizar relaciones entre conceptos por encima de acumulación dispersa.
  • Reflexionar sobre lo aprendido: La metacognición mejora la calidad del aprendizaje y fortalece la autonomía intelectual.

Conclusión: el uso define el valor

La inteligencia no es ni virtud ni defecto en sí misma. Es una herramienta. Puede convertirse en trampolín o en barrera, según cómo la usemos y con qué propósito. En tiempos de infoxicación, saber pensar se vuelve más importante que saber mucho. Y la calidad de nuestras preguntas, más decisiva que la cantidad de nuestras respuestas.

En definitiva, no se trata de cuánto sabemos, sino de cuánto queremos entender. Y para eso, la inteligencia bien dirigida no es un obstáculo, sino una de nuestras mejores aliadas.

Tags

Compartir post