El Kremlin abre una vía endeble al diálogo

El amarre endeble del diálogo pareció trenzarse a media tarde de ayer en la segunda jornada de guerra en Ucrania. El presidente Volodímir Zelenski dejaba entrever su renuncia a una entrada en la OTAN que, en realidad su país siempre tuvo a años luz pues la mayoría de los aliados, EE UU entre ellos, ni siquiera amagaron con ello. «Si en Moscú dicen que quieren mantener conversaciones, incluso sobre el estatus de neutralidad, no nos da miedo», dejaba caer el mandatario. Moscú leía entre línea una rendición en ciernes. Y planteaba incluso la coreografía de ese encuentro: en Minsk (la capital de Bielorrusia, Estado satélite del Kremlin), con representantes de la Administración y de los Ministerios de Defensa y Exteriores rusos. Esto es, la cúpula en la mesa.

Era solo un resquicio, pero ya valía para las horas que han transcurrido de la brutal embestida rusa sobre Ucrania; ese país malogrado que en octubre pasado celebró sus escasos 30 años como Estado independiente. El paso se daba buscando una mediación cruzada. El otro presidente en liza, Vladimir Putin, había mantenido en las horas previas una conversación con su homólogo chino, Xi Jinping. Y Pekín, según un comunicado oficial recogido por la televisión estatal CCTV, lanzaba el siguiente mensaje: apoyo a Rusia «en la resolución (del conflicto) a través de negociaciones con Ucrania». Al mismo tiempo, crítica a la cascada de sanciones de la UE, Estados Unidos y Reino Unido.

Una muestra del difícil punto de equilibrio chino.En la práctica, hay presión sobre Putin porque China necesita a Occidente. Incluso tanto o más que ese acuerdo suscrito hace menos de un mes con el Kremlin que garantizará un suministro masivo de gas ruso al país. Requiere una infraestructura que aún no está construida. Así que esa conversación con el líder chino fue clave para su homologo ruso. Pero también la que tuvo con la cúpula empresarial de su país, que ya estaría notando los efectos inmediatos del castigo económico y financiero de la comunidad internacional. Sin olvidar un cerrojazo a Rusia en todos los eventos culturales y deportivos del globo (se queda sin Fórmula 1, final de la Champions…) fuente de imponentes ingresos económicos. Y, ya a pie de calle, las dificultades de los ciudadanos para sacar dinero en metálico de los cajeros o algunas restricciones con sus tarjetas Visa.

Un suma y sigue de elementos de presión que, combinados con la evidencia de que Rusia está barriendo militarmente a Ucrania, alentaban la creencia de un armisticio por la vía rápida. Zelenski, por su parte, tenía ya claro que clamaba en el desierto. El «nos sentimos abandonados» le había guiado a un movimiento de último recurso, con empaque ajustado. Por eso reclamó ayuda a los denominados Nueve de Bucarest, países del antiguo conglomerado soviético, hoy europeos de pleno derecho, que forman parte de la OTAN. Les pedía una «una coalición contra la guerra».

La cuestión es que el amarre de esa posible salida -en realidad, puro hilo aún- estaba tomando cuerpo con tibieza a horas de la caída de Kiev, mientras las tropas rusas continuaban ahogando enclaves estratégicos por todo el país, con misiles interceptados en vuelo y aullido de sirenas en las calles de varias ciudades. Todo ello acompañado de una lanzadera de mensajes cáusticos que apuntalaban la tesis fatídica de que la confrontación solo acabaría con la asfixia del más débil, aquí el presidente ucraniano.

Zelenski se asomaba a Instagram para colgar un video en el que llamaba a la resistencia numantina. Lo hizo con un móvil cerca de la sede del Parlamento de Kiev, en una capital asediada y con su equipo más cercano: «Estamos aquí. Defendemos nuestra independencia, nuestro Estado». Ese video se difundía poco después del llamamiento que Vladimir Putin realizaba desde su imponente despacho: pedía directamente un golpe de Estado al Ejército de Ucrania. «No dejéis que los neonazis -como se refiere de forma despectiva al Gabinete ucraniano- utilicen a vuestros hijos y mujeres como escudos humanos», decía.

Aviso a Finlandia y Suecia, La guerra dialéctica, la del relato, corría en paralelo a la verídica, la más dañina. Si aquella, cargada de palabras gruesas, compone fuegos de artificio se verá en horas o, en el peor de los casos, días. Sea como fuere, el ‘gran oso ruso’ se permitía ayer incluso seguir envalentonado. Así lanzaba una amenaza a Finlandia y Suecia por si decidieran adherirse a la OTAN. «Tendría graves consecuencias militares y políticas que requerirían que nuestro país tome medidas recíprocas», advertía la portavoz de Exteriores rusa, Maria Zajarova

Pero Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, pareció ignorarlo. Así, dijo que Rusia «pagará un alto precio tanto económico como político en los próximos años» por la invasión. Y anunció refuerzos para la frontera oriental de la Alianza; efectivos de respuesta rápida con carácter «preventivo». La duda ahora es si esa advertencia rusa a Finlandia y Suecia es solo artificio o, por contra, es un aviso a navegantes que puede traer algo más.

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