La libertad tiene un costo que varía con las circunstancias y mientras miramos buscando nuevas oportunidades y cosas a las que aspiramos, la viabilidad y la posibilidad de «recomenzar» se vuelven remotas después de cierta edad.” Zygmunt Bauman
Por: Zygmunt Bauman
La socialización nunca termina en nuestras vidas. Por esa razón los sociólogos distinguen entre estadios de socialización (primario, secundario y terciario). Estos traen consigo formas cambiantes y complejas de interacción entre libertad y dependencia. En algunas instancias gente criada en pequeñas comunidades rurales puede encontrarse perdida en una ciudad extraña en la que la indiferencia hacia los extranjeros produce sentimientos de desamparo, exacerbados por el volumen del tránsito, las multitudes que corren y la arquitectura. El riesgo y la confianza entonces se mezclan de diferentes modos para habilitar o minar lo que el sociólogo Anthony Giddens llama «seguridad ontológica». Del mismo modo, hay quienes se sienten como en casa en la ciudad, cuyo anonimato les facilita la libertad de movimiento y cuya diversidad puede ser la fuente de su identidad. Y sin embargo están también esas situaciones sobre las que el individuo no tiene control. Lo que los sociólogos llaman condiciones macroestructurales pueden tener consecuencias dramáticas para todos nosotros. Una súbita depresión económica, la iniciación del desempleo masivo, el estallido de una guerra, la destrucción de los ahorros de toda la vida por la escalada inflacionaria y una pérdida de la seguridad por la supresión del derecho a un beneficio en épocas de penuria son sólo algunos ejemplos. Estos cambios tienen el potencial de poner en duda e incluso socavar los logros de nuestros modelos de socialización y requerir entonces una reestructuración radical de nuestras acciones y de las normas que orientan nuestra conducta.
De una manera menos espectacular, cada uno de nosotros enfrenta problemas cotidianos que piden un reajuste o que cuestionan nuestras expectativas: por ejemplo, cuando cambiamos de escuela o de trabajo, vamos a la universidad, nos convertimos de solteros en casados, compramos una casa propia, nos mudamos, nos volvemos padres o personas mayores. Por lo tanto, es mejor pensar en las relaciones entre libertad y dependencia como un proceso de cambio y negociación continuos, cuyas complejas interacciones comienzan con el nacimiento y terminan sólo con la muerte.
Nuestra libertad nunca es completa. Nuestras acciones presentes están conformadas e incluso forzadas por nuestras acciones pasadas; nos encontramos enfrentados cotidianamente con elecciones que, aunque atractivas, son inalcanzables. La libertad tiene un costo que varía con las circunstancias y mientras miramos buscando nuevas oportunidades y cosas a las que aspiramos, la viabilidad y la posibilidad de «recomenzar» se vuelven remotas después de cierta edad. Al mismo tiempo, la libertad para algunos puede comprarse al costo de una mayor dependencia para otros. Hemos hablado del papel que los recursos materiales y simbólicos desempeñan en el proceso de hacer de la elección una propuesta viable y realista, y dicho que no todas las personas pueden disfrutar de un acceso a esos recursos. De ese modo, mientras todas las personas son libres y no pueden ser sino libres —están obligadas a hacerse responsables de lo que sea que hagan— algunas son más libres que otras porque sus horizontes y elecciones para la acción son más amplios, y eso, a su vez, puede depender de restringir los horizontes de otros.
Podemos decir que la relación entre libertad y dependencia es un indicador de la posición relativa que una persona, o una categoría de personas, ocupa en una sociedad. Lo que llamamos privilegio aparece, mirando más de cerca, como un mayor grado de libertad y un menor grado de dependencia. Esto se manifiesta de diferentes maneras y por diferentes razones, cuando las sociedades y los grupos buscan justificar este estado de situación para legitimar sus respectivas posiciones. Sin embargo, cuando dejamos brechas en nuestro conocimiento de otros, se las suele llenar con prejuicio.
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