Desde su llegada al gobierno nacional, de la que en mayo de este año se cumplirán veinte años, el kirchnerismo ha sido siempre coherentes en su agenda internacional, desde los fallecidos Fidel Castro y Hugo Chávez, hasta el todopoderoso jerarca ruso Vladimir Putin.
En un nuevo intento de relanzar las ideas que supo abrigar el Grupo de Puebla, nuestro país será sede de una nueva cumbre del CELAC, de la que participarán, entre otros, tres controvertidos presidentes devenidos en dictadores: Nicolás Maduro (Venezuela), Daniel Ortega (Nicaragua) y Miguel Díaz Canel (Cuba).
Todos ellos han sido rechazados por la reconvertida izquierda latinoamericana de la mano de Gabriel Boric (Chile) y Lula Da Silva, quien recientemente regresó a la presidencia de Brasil. Sin embargo, el kirchnerismo es persistentes en sus formas y en el sueño de algo que nunca fue: el de la juventud maravillosa y la revolución proletaria con causas de corrupción, costosos rolex, bolsos con dólares e incontables privilegios.
Para los K la contradicción es apenas une necesidad frente a su lucha contra las corporaciones. No obstante, hoy ellos mismos constituyen una poderosa corporación dispuesta a todo por preservar sus status, lo que los obliga a reivindicar procesos anacrónicos y fracasados.
Para ello hace uso de líderes regionales sin principios democráticos ni respeto por los derechos humanos, apostando a la grieta y a la polarización como forma de conservar el poder, aún cuando gran parte de la sociedad rechaza cualquier intento de violación a sus derechos y las nuevas generaciones se revelan frente al orden establecido, hoy representado en el kirchnerismo.
En su intento por preservar su identidad, el kirchnerismo parece dispuesto a asfixiarse en su propio relato mientras gran parte de la sociedad se muestra dispuesta a ir detrás de aquel que ofrezca un proyecto viable que los saque del pozo y les devuelva la confianza en las instituciones. Claro, sin demasiadas esperanzas. (www.REALPOLITIK.com.ar)
Fuente: RealPolitic, Argentina.