En un mundo que aplaude la velocidad y la producción constante, Byung-Chul Han —con su pipa encendida, su piano de cola y su jardín como refugio— escribe, piensa y siembra contra corriente.
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El jurado del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 ha reconocido este gesto de resistencia lenta, premiando a uno de los filósofos más singulares, prolíficos y controvertidos del pensamiento actual.
La decisión se ha anunciado en Oviedo, y el veredicto subraya su capacidad única para “interpretar los retos de la sociedad tecnológica” y para construir puentes filosóficos entre Oriente y Occidente con un estilo tan accesible como punzante.
Una mirada lúcida
Byung-Chul Han (Seúl, 1959), se ha convertido en una de las voces más leídas —y también más discutidas— del panorama intelectual. Doctorado en Friburgo con una tesis sobre Heidegger, ha tejido una obra donde el diagnóstico de la vida contemporánea pasa por conceptos como la “hipervisibilidad”, la “autoexplotación” o la “sociedad paliativa”.
Su mirada es tan lúcida como inquietante: habitamos un mundo donde el exceso de positividad nos enferma, donde el rendimiento ha sustituido al sentido y la transparencia ha aniquilado todo misterio.
Tras su paso como docente por universidades como Basilea o la de Bellas Artes de Berlín, Han ha alcanzado una proyección global sin necesidad de grandes apariciones públicas. Cultiva el misterio como parte de su método. “Tengo que tocar el piano todos los días, si no me pongo enfermo”, declaró en 2023, entre Variaciones Goldberg y paseos por su jardín.
En su juventud llegó a Alemania diciendo a sus padres que estudiaría Metalurgia, pero acabó escribiendo sobre el poder, el tiempo y la erosión del deseo. Ese gesto rebelde lo define: no vino a ajustarse al mundo, sino a pensar su grieta.
Obras y críticas
Entre sus obras más influyentes destacan La sociedad del cansancio, La agonía del Eros, La expulsión de lo distinto y Vida contemplativa, donde elogia la inactividad como una forma de sabiduría.
En su ensayo más reciente, El espíritu de la esperanza (2024), Han propone una cura frente a la ansiedad digital: recuperar lo simbólico, el silencio, los rituales perdidos. Con esta obra cierra un ciclo en el que la crítica a la «infoxicación» se convierte en una suerte de ética de la lentitud. Como si pensar fuera también resistir al algoritmo.
Pero su fulgurante éxito también ha suscitado recelos. Desde ciertas esferas académicas se le ha tildado de divulgador superficial, de repetir en forma aforística ideas ya conocidas por el lector contemporáneo. Se le acusa de exceso de estilo y escasa argumentación. Como ya ocurriera con Zizek, la popularidad parece empañar su prestigio ante algunos puristas del pensamiento.
Él, sin embargo, responde con hechos: más de una veintena de libros traducidos a una decena de lenguas, una creciente legión de lectores, y ahora, el mayor galardón humanístico en lengua española.
“No hay libertad bajo la compulsión del rendimiento”, afirma Han. Esa frase, como tantas otras suyas, se clava como una advertencia silenciosa en un tiempo que nos exige estar siempre disponibles, siempre visibles, siempre produciendo.
Frente a esa lógica, Han propone otra economía del alma: mirar hacia dentro, recuperar el deseo, volver al misterio. Su filosofía no es solamente una crítica al presente; es una invitación a detenerse, a demorarse, a reencantar el mundo.
‘Que se acalle la información’
El jurado del premio —presidido por el director del Museo del Prado, Miguel Falomir— ha valorado la brillantez con la que Han “interpreta los desafíos culturales de nuestro tiempo”. Lo ha hecho por encima de las otras 46 candidaturas presentadas, provenientes de 16 nacionalidades. La propuesta fue realizada por el periodista Antonio Lucas, y con este fallo se inaugura la 45ª edición de los Premios Princesa de Asturias, cuyos siguientes galardones se anunciarán en las próximas semanas.
El reconocimiento a Han marca también un momento de inflexión en el modo en que entendemos el pensamiento en la era digital. Frente al ruido, propone atención; frente a la exposición constante, introspección; frente a la obsesión por la conexión, el reencuentro con uno mismo.
“Necesitamos que se acalle la información. Si no, acabará explotándonos el cerebro”, dijo hace unos años. Hoy, esa advertencia suena más vigente que nunca. Tal vez por eso su obra ha calado tanto: porque, en una sociedad adicta a los estímulos, él nos recuerda que pensar también es una forma de resistir.
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