Europa ante el repliegue de EE.UU.: la hora de redefinir su estrategia militar y geopolítica

La guerra en Ucrania, el retiro progresivo de Estados Unidos del liderazgo militar en Europa, y la presión creciente en las fronteras del Este plantean un nuevo dilema existencial para la Unión Europea: ¿puede —y quiere— convertirse en una potencia militar autónoma?

Un cambio de era en la arquitectura de seguridad occidental

La arquitectura de seguridad europea, durante más de siete décadas, descansó sobre un pilar transatlántico: la presencia militar y el compromiso estratégico de Estados Unidos en la defensa del continente. Desde la creación de la OTAN en 1949 hasta la reciente guerra en Ucrania, el papel de Washington ha sido decisivo. Sin embargo, señales recientes muestran que este paradigma está cambiando.

Con una política exterior cada vez más orientada hacia el Indo-Pacífico, el ascenso de China como rival estratégico, y la presión política interna en EE.UU. para reducir el gasto en conflictos “ajenos”, la presencia estadounidense en Europa se vuelve más volátil. A esto se suma el avance de sectores aislacionistas y ultraconservadores en el Congreso estadounidense, que han cuestionado el apoyo económico y militar sostenido a Kiev.

La posibilidad de una reelección de Donald Trump —quien ha manifestado abiertamente su escepticismo hacia la OTAN— y el desgaste del consenso bipartidista en torno a Ucrania, aceleran la percepción en Bruselas y otras capitales europeas de que la época del “paraguas” estadounidense podría estar llegando a su fin.

¿Autonomía estratégica o dependencia permanente?

Frente a este escenario, Europa se enfrenta a una disyuntiva histórica: asumir una autonomía estratégica real, o resignarse a una dependencia cada vez más frágil.

El Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha sido uno de los principales defensores de una política de defensa más integrada. En sus propias palabras: “Europa debe aprender a usar el lenguaje del poder”. Sin embargo, las declaraciones no se han traducido todavía en una arquitectura militar funcional. Los fondos del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz se han destinado a Ucrania y a reforzar capacidades bilaterales, pero el avance hacia un ejército europeo coordinado es mínimo.

La Brújula Estratégica aprobada en 2022 establecía objetivos ambiciosos: una fuerza de despliegue rápido de 5.000 soldados para 2025, coordinación en compras militares y ciberdefensa, y un refuerzo de la industria armamentística europea. Pero los avances son desiguales y chocan con las prioridades nacionales de cada Estado miembro.

Alemania, con el giro histórico de su política de defensa (Zeitenwende), anunció un fondo de 100.000 millones de euros para modernizar su ejército, pero buena parte de esos fondos aún no se han traducido en cambios estructurales. Francia insiste en un liderazgo europeo más autónomo, pero mantiene su énfasis en la soberanía militar nacional. Polonia, por su parte, apuesta a ser el nuevo polo militar de Europa del Este, incrementando su presupuesto y compras de armamento, pero siempre bajo el paraguas de la OTAN.

El frente oriental: defensa o disuasión

La frontera oriental de la UE, particularmente los Estados bálticos, Polonia y Rumania, se ha convertido en la nueva línea de contención frente a Rusia. La invasión a gran escala de Ucrania en 2022 alteró profundamente la percepción de seguridad en la región.

En ese contexto, Europa no sólo debe sostener a Ucrania en un conflicto de desgaste —en el que cada paquete de ayuda militar se discute con mayor dificultad—, sino también reforzar su propia presencia militar en sus fronteras.

La OTAN ha aumentado su despliegue en estos países con grupos de combate multinacionales, pero la mayor parte del equipamiento pesado y las tropas siguen siendo estadounidenses. La pregunta es qué sucederá si Washington decide, por estrategia o necesidad política, reducir esa presencia.

Por ahora, la UE no tiene una capacidad autónoma suficiente para disuadir a Moscú sin el soporte norteamericano. Y en Moscú lo saben.

Ucrania: un conflicto abierto, una respuesta inconclusa

El mayor desafío inmediato de Europa es cómo resolver el conflicto en Ucrania si el respaldo estadounidense decae. Aunque Ucrania ha resistido heroicamente, el frente se ha estabilizado en un estancamiento de alta intensidad, y la reconstrucción del apoyo occidental comienza a mostrar grietas.

En la actualidad, el objetivo europeo parece más inclinarse hacia sostener a Kiev en una defensa prolongada, que a una victoria militar total. Esto puede significar, en el mediano plazo, la consolidación de una “guerra congelada” o un armisticio de facto. Pero cualquier solución requiere garantías de seguridad para Ucrania que Europa, por ahora, no está preparada para ofrecer sin EE.UU.

Una posibilidad que se discute en círculos diplomáticos es una nueva arquitectura de seguridad europea que incluya a Ucrania de facto —aunque no formalmente— dentro del paraguas defensivo europeo. Pero sin una disuasión militar creíble, esto puede resultar simbólico más que efectivo.

Industria militar y coordinación: el otro campo de batalla

Otro factor clave es la capacidad industrial. La guerra en Ucrania ha demostrado que Europa no puede sostener un conflicto de larga duración con sus actuales niveles de producción militar. A pesar de las inversiones en aumento, los cuellos de botella, la falta de coordinación y la dependencia de EE.UU. en varios rubros (municiones, sistemas antiaéreos, satélites) siguen marcando limitaciones estructurales.

Algunos avances recientes como la compra conjunta de municiones, la creación del EDIRPA (Instrumento Europeo para Reforzar la Base Industrial de Defensa) o los fondos para incentivar la producción cruzada entre países, son pasos en la dirección correcta, pero insuficientes para un verdadero salto estratégico.

La oportunidad (y el riesgo) de una Europa geopolítica

El repliegue estadounidense plantea riesgos, pero también una oportunidad: la posibilidad de que Europa asuma el liderazgo de su propia seguridad, con una voz coherente, una fuerza militar creíble y una capacidad de intervención estratégica.

La pregunta es si los líderes europeos están dispuestos a pagar el precio político, económico y simbólico que implica asumir ese rol.

En palabras de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo: “Si no tomamos las decisiones ahora, otros las tomarán por nosotros”.

El tiempo corre, y las amenazas no esperan.


OGI – AI

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