Francia extrema, por Mariano Yakimavicius

Como hace cinco años, Emmanuel Macron y Marine Le Pen se enfrentarán en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, ante un electorado polarizado y enojado.

A simple vista parece una repetición de las elecciones de 2017, pero la situación no es la misma. Hace cinco años, cuando muchos temían una victoria de Marine Le Pen, los analistas políticos franceses descartaban unánimemente tal desenlace. Esta vez, las cosas han cambiado y la candidata ultraderechista tiene probabilidades de ganar en el reñido balotaje que se realizará el próximo 24 de abril entre ella y el actual presidente.

El resultado

El domingo 10 de abril Emmanuel Macron alcanzó el primer lugar en las elecciones generales con el 27,8 por ciento de los votos, frente al 23,1 por ciento de Le Pen. La izquierda radical representada por Jean-Luc Mélenchon, quien a sus 70 años intentó por tercera vez alcanzar la presidencia, quedó en tercer lugar con el 22 por ciento.

Los nombres en el balotaje serán entonces los mismos pero la realidad de los candidatos no. Como presidente, Macron debió enfrentar una pandemia, una guerra y una crisis económica, mientras Le Pen se ha fortalecido, incluso ante candidatos del mismo espacio de derecha que ella lidera, como Éric Zemmour.

Debe destacarse que la polarización del electorado francés, que se cobró como víctimas a los partidos políticos tradicionales, confirma un viraje marcado hacia la derecha.

Un dato que tampoco debe soslayarse es que la participación fue 4 puntos más baja que la de 2017 y alcanzó al 65 por ciento del electorado. El desencanto de la población es tangible pero habrá que esperar al balotaje para ver si esa importante porción de votantes sale del ostracismo.

En campaña

Aunque Zemmour ya hizo público su apoyo a Le Pen, y Anne Hidalgo, Jean-Luc Mélenchon y Valérie Pécresse hicieron lo propio con Macron, el resultado está abierto. Las primeras encuestas prevén una victoria de Macron pero por un margen estrecho que se encuentra dentro de los márgenes del error muestral. Es decir que, a diferencia de lo sucedido en 2017, si Le Pen acierta en esta breve campaña y Macrón se equivoca, la historia podría cambiar y Francia podría convertirse en la primera potencia europea desde la Segunda Guerra Mundial en contar con un gobierno de ultraderecha y antieuropeísta.

Los niveles de adhesión del actual mandatario subieron tras la invasión rusa a Ucrania, dado que en Francia la ciudadanía tiende a respaldar a sus líderes en momentos de crisis. Pero ese efecto se desvaneció rápidamente. Las sanciones occidentales impuestas a Rusia provocaron un aumento de precios y, con ellos, la principal preocupación popular: cómo llegar a fin de mes.

En este contexto, con el peso de la gestión sobre los hombros, Macron hizo campaña a ultimo momento y de manera breve. Parecía más preocupado por dialogar con el presidente ruso, Vladimir Putin. Es probable que los electores se quedaran con la impresión de que el mandatario no se preocupaba por sus vidas cotidianas y estaba demasiado seguro de su triunfo.

Por el contrario, Le Pen sí pareció ocuparse de las inquietudes de la población y, en los últimos meses, visitó pequeñas ciudades, pueblos y mercados, asumiendo el papel de candidata de proximidad y proclamando a los cuatro vientos que, de ser elegida, mantendría estables los precios de los productos básicos y bajaría el IVA (el impuesto que recae sobre todo el mundo) a los combustibles y la energía (que repercuten sobre toda la cadena de valor).

Además, Le Pen recibió una ayuda involuntaria. El candidato ultraderechista Eric Zemmour encaró una campaña áspera, con eslóganes descaradamente racistas que lo mostraron como un candidato más extremista aún que Le Pen. Eso lo impulsó por un momento en las encuestas, superando incluso a Le Pen. Pero sus cifras se desinflaron debido a sus vacilaciones en cuanto a recibir refugiados ucranianos y a que mantuvo una actitud ambigua con respecto a Putin, por quien había manifestado admiración en el pasado.

Curiosamente, su histórica proximidad con Putin y el respaldo financiero que recibió en el pasado desde Moscú no hicieron mella en la campaña de Le Pen. Por el contrario, ganó terreno. Con un discurso más pulido y con un cambio de estrategia para hacer más digerible a su partido, Le Pen aparece ahora como una candidata de extrema derecha “suave” frente a un Zemmour que provoca, irrita y hasta atemoriza.

Piel de cordero

Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias. La plataforma de Marine Le Pen todavía está muy arraigada al espíritu de su padre, Jean Marie Le Pen, condenado varias veces por minimizar el Holocausto e incitar al odio racial.

De alcanzar la presidencia, Le Pen llevaría a cabo un referéndum para consagrar constitucionalmente el principio de “preferencia nacional” en virtud del cual las personas de nacionalidad francesa tendrían preferencia sobre los extranjeros en cuanto al acceso a empleos, vivienda o salud. En otras palabras, legalizaría la discriminación.

Le Pen también se propone penalizar la ayuda a migrantes que entren y permanezcan irregularmente en Francia. Limitaría el derecho al asilo y estaría dispuesta a enviar a los extranjeros de regreso a sus países, donde les esperaría la persecución o la muerte.

Pese a que ya no menciona explícitamente en su programa la salida de la Unión Europea (UE), las reformas mencionadas se complementan con su visión antiglobalización y con su plan para controlar las fronteras francesas y reforzar el proteccionismo económico. Este cúmulo de medidas, opuestas al espíritu de la UE, llevaría más temprano que tarde a un conflicto.

Todo esto contrasta con la postura europeísta e integracionista de Macron. Sin embargo, buena parte de la ciudadanía le reprocha sus reformas, especialmente la reforma laboral y la disminución de impuestos, ambas consideradas favorables a los empresarios y que le han valido el apodo de «presidente de los ricos”. Además, los grupos ambientalistas le reprochan al presidente no haber logrado poner coto al cambio climático y los grupos feministas lo acusan de no haber hecho lo suficiente por la igualdad de género.

Si bien es cierto que el desempleo disminuyó del 10 al 7,5 por ciento, también lo es que la situación de la masa trabajadora es más precaria e inestable. Además, Macron profundizaría cambios por esa misma vía si fuera reelegido, mediante el aumento de la edad de jubilación y nuevas disminuciones impositivas. En materia migratoria, promete frenos, pero también propone nuevas leyes contra la discriminación de extranjeros en lo que se refiere a trabajo y vivienda.

Giro a la derecha

Francia parece estar muy cerca de completar el giro hacia la derecha iniciado hace -por lo menos- cinco años. La repetición de nombres en la segunda vuelta y lo que ellos representan, es decir, derecha moderada versus derecha extremista, dan cuenta de ello.

Los tradicionales Partido Socialista y Partido Republicano, que antes dirimían las elecciones en torno a un gran núcleo electoral de centro, ahora están reducidos a una mínima expresión. El electorado se ha radicalizado en virtud de la habilidad de los extremos por capitalizar el enojo de la ciudadanía.

Pero no hay que engañarse, las críticas contra Macron, si bien son ciertas y atendibles, no se comparan con el riesgo que supone una victoria de Le Pen para los fundamentos mismos de la democracia francesa. Y ésta es, junto a la estadounidense, estereotipo del resto de las democracias existentes. Lo que suceda en Francia o en los Estados Unidos tiene un poder simbólico medular para la democracia en términos globales. A la inversa, esta Francia extrema no es más que el reflejo de una tendencia que parece diseminada por todo el planeta.

Mariano Yakimavicius es Licenciado y Profesor en Ciencias Políticas

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