El deseo de semejanza, de querer parecerse, es un criterio ruinoso. Intentar imitar es, en última instancia, un acto grotesco. No solo porque el talento no es replicable, sino también porque el esfuerzo de imitación distrae de lo que uno verdaderamente es. Si bien la imitación puede ser un proceso superficial dentro de un descubrimiento, siempre acaba siendo una forma de extravío de sí mismo.
En el contexto argentino, las izquierdas, ya sean peronistas o no, se adhieren a Gramsci como si sus conceptos fueran la lengua ineludible de la lucidez política. Hegemonía, intelectuales orgánicos, bloques de poder: el léxico político se ha vuelto un tributo a Gramsci, como si ser “gramsciano” fuera una identidad que se lleva con naturalidad, tal como uno podría declararse freudiano sin darse cuenta hasta que se enfrenta a quienes niegan la formación del inconsciente.
Sin embargo, ¿qué significa realmente ser “gramsciano”? Althusser se burlaba de las modas intelectuales de su tiempo cuando decía: “No fuimos estructuralistas, sino spinozistas”. Esa afirmación era un rodeo hacia Marx, usando a Spinoza como una forma de desbancar la tradición hegeliana para redescubrir el materialismo. Pero, ¿qué hacemos nosotros al recurrir a Kafka? Kafka no es un filósofo ni un pensador político; es un escritor que se sumerge por completo en la práctica literaria, al punto de perderse en sus cartas, diarios y madrugadas febriles de escritura.
Kafka no representa una teoría política estructurada ni un héroe del conocimiento absoluto. Más bien, es un héroe fragmentado, un sujeto que se enfrenta a la desesperación sin ceder ante las demandas de desarme ideológico de su época. El rodeo-Kafka propone otra maniobra, una que no se centra en certezas políticas, sino en un proceso continuo de cuestionamiento y redescubrimiento.
Este desvío no busca una celebración ni un saber absoluto, sino la práctica de un lenguaje cargado de cuerpo, donde la pasión y la palabra se reencuentran en un acto de creación genuina. Henri Meschonnic hablaba de cargar el lenguaje con un “máximo de cuerpo”; el rodeo-Kafka se enfoca en sobrepasar la parálisis que provoca la certeza política para redescubrir los afectos y deslizarlos hacia un decir que no sea meramente algoritmizado.
Kafka no es un sustituto de Gramsci ni de Marx; es una exploración literaria que reconfigura la relación entre la desesperación y el discurso, entre el saber y la ignorancia creativa. En ese sentido, la K de Kafka se convierte en un símbolo de resistencia, una invitación a pensar la política desde los márgenes, desde un espacio donde lo inacabado y lo incierto puedan rehacer el terreno que la certeza bloqueante ha petrificado.