Fracasado y en bancarrota, Allan Melville pasó los últimos días de su vida azotado por la fiebre y el delirio, después de haber cruzado el congelado río Hudson a pie. Durante sus últimas semanas, su hijo, Herman, con apenas 12 años, presenció la decadencia de aquel hombre, uno de los grandes viajeros del mundo a ojos del escritor, que había acabado su vida atado a la cama, aquejado de una enfermedad mental. De él heredó el autor de Moby Dick su espíritu aventurero.
El mismo con el que el escritor argentino Rodrigo Fresán (Buenos aires, 1963) aborda ahora su novela, Melvill (Literatura Random House), un original viaje a la infancia de uno de los escritores más importantes de la historia de la literatura que aborda temas como el misterio de la vocación literaria, el legado del estigma familiar y la influencia de las relaciones paterno-filiares. “Me atraía la idea de que este libro partiera de un momento muy específico y muy pequeño, que es cruzar un río congelado por parte de un padre para volver a su familia, y que eso se expandiera hacia el universo entero incluyendo toda la obra de Herman Melville”, cuenta el propio Fresán.
Pregunta. De hecho, ha comentado que ya desde antes de 2005 esta historia del padre de Melville rondaba su cabeza, algo que comparte en su última novela, La parte recordada, en un contexto donde, además, critica la proliferación de ficciones sobre vidas y obras de escritores….
Respuesta. En realidad lo critica el personaje, pero en alguna cosa estoy de acuerdo. No me parece mal que haya un subgénero de la literatura que sea pariente de escritores famosos. De hecho, hay muy buenos libros en ese sentido. Pero no me interesa tanto la cuestión apresurada y casi vampírica de morderle el cuello a una figura conocida para sacarle algún tipo de rédito puramente anecdótico. Quiero pensar que el libro que escribí yo no es el libro que criticaría mi personaje de La parte recordada y que hay otras cosas en juego.
Allan Melville, un “hermoso perdedor”
P. Melvill, sin “e” porque, como cuenta en su libro, fue la madre del escritor, cuando enviudó, quien decidió añadirle esa vocal, ¿es su novela una vuelta al origen del origen?
R. Es eso, pero también la evidencia fehaciente de que no solo los escritores, y no solo los parientes de los escritores, sino todos los lectores vivimos escribiéndonos y reescribiéndonos y corrigiéndonos constantemente a lo largo de nuestras vidas. La corrección o la modificación del nombre tal vez es un gesto muy extremo y tampoco es sencillo desde el punto de vista legal, pero yo soy de la opinión, está dicho en la novela, de que las vidas, al contrario a lo que se piensa, no tienen una estructura de novela sino de libro de cuentos, con varios principios y varios finales sucesivos dados por la edad, el amor, el éxito o el fracaso, el odio o la necesidad de explicarse.
Las vidas, al contrario a lo que se piensa, no tienen una estructura de novela sino de libro de cuentos
P. Al padre de Melville lo describe como un “hermoso perdedor”, ¿qué tienen los perdedores, que desprenden cierto matiz poético que no encontramos en los ganadores?
R. Bueno, Beautiful losers es el título de una novela de Leonard Cohen. Hay una cierta épica en el fracaso. Incluso en los grandes acontecimientos históricos hay momentos donde la mayor catástrofe sin retorno misteriosamente muta a una forma de triunfo que se perpetúa luego en baladas o en leyendas. Posiblemente sea también como decía Tolstoi de las familias tristes y felices al principio de Ana Karenina —“todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”—. Posiblemente la tristeza y los fracasos tengan muchos más matices interesantes para un escritor que la cierta uniformidad de la felicidad y del éxito.
P. ¿Y quién era Allan Melville?
R. Allan Melville es lo mejor que le puede pasar a un escritor. Él cruzó el río Hudson como un gesto casi terminal o último, una forma de pequeño triunfo después de tanto fracaso, y al mismo tiempo tiene el atractivo de que es casi una página en blanco donde yo podía poner lo que quisiera. Salvo en la biografía de más de dos mil páginas de Hershel Parker, donde se narran las circunstancias de Allan, en las biografías típicas de Herman Melville, su padre no ocupa más que un par de páginas o apenas un párrafo porque muere cuando el escritor tenía 12 años, pero sí queda muy bien asentada la agonía delirante con el niño apostado a los pies de la cama que a mí me interesó porque ahí podía hacer lo que quisiera.
El misterio de la vocación literaria
P. Tiene que ver también con la vocación literaria, ¿no?
R. Todos mis libros hablan un poco de la formación y de la deformación de los hijos por los padres y los padres por los hijos. Todos, de un modo y otro, siempre vivimos ese momento donde se intenta dilucidar el misterio de la vocación literaria, que es una cosa que a mí me intriga mucho porque en lo personal no lo he resuelto. Por suerte desde que tengo memoria, incluso antes de saber leer y escribir, yo quería ser escritor ya. No hubo un momento puntual en que yo pensara que quería serlo.
P. Y en este sentido, ¿cómo influyó Allan Melville en la vocación del autor de Moby Dick?
R. No hay registro de eso. Si bien toda la obra de Melville está llena de destellos autobiográficos, él no escribió nada claramente basado en su vida, y eso también es lo que me llevó a mí a escribir la novela. Ahondar en esa especie de zona crepuscular completamente entre penumbras que yo podía iluminar y podía hacer lo que quisiera. De todas maneras, me parece que a la explicación o decisión a la que yo llego no es tan fantasiosa. No recuerdo quién dijo que la vocación literaria siempre es producto de un trauma. Y bueno ahí tienes a un niño con su padre enloquecido atado a la cama.
P. Además, Herman Melville recordaba a su padre, a pesar de haber fracasado en vida, como uno de los grandes viajeros del mundo, ¿no?
R. Fue él el que le dotó de una vocación nómada y viajera en toda su juventud. Los primeros libros en la vida de Melville, que además llegan a ser muy bien recibidos y betsellers, son libros de viajes a tierras exóticas para consumo de puritanos que no se movían mucho de su casa. Con Moby Dick decidió hacer otra cosa. De ahí es el momento en que Melville se convierte en un gran escritor, pero se convierte también al mismo tiempo en un problema para sus lectores.
P. Y entre todas las proezas, además de influir de algún modo en la vocación del hijo, cruzó andando el río Hudson cuando estaba congelado, ¿cómo fue aquella hazaña?
R. En realidad creo que son como cinco calles de distancia. La anchura del Hudson a la altura de Albany tampoco es una distancia insalvable. Lo que me interesó a mí puntualmente cuando lo leí es que fue una lástima que no lo cruzara junto con su hijo porque eso también explicaría un montón de obsesiones posteriores de Melville como la blancura, el hielo, la ballena, el mundo acuático como algo firme… E inmediatamente pensé que yo podía hacer que lo cruzaran juntos.
Entre la Biblia y Shakespeare
P. En su novela, fabula con la vida de este hombre y cómo debieron ser esos últimos días en presencia de su hijo, pero, ¿qué cosas sí sabemos que son reales?
R. Saber se sabe todo… Toda su estructura familiar es real, todo su fracaso en los negocios lo es. Se sabe que hizo ese viaje a Europa a esa edad, se saben los sitios donde estuvo, no se sabe si estuvo en Venecia o no, por eso también le llevé a Venecia, y se sabe claramente que cruzó el río esa noche y que el Hudson estaba congelado fuera de época. Todos los datos de la primera parte —que es enciclopédica y además rinde homenaje a la parte de manual de Moby Dick, con esas notas al pie que funcionan como la quilla de un barco— es relativamente factual y si no es exactamente cierto me preocupé mucho por que sonora verdadero.
La parte del medio es un delirio y la última con ese Melville un tanto crepuscular deambulando por Nueva York, aunque obviamente no puedo saber qué pensó, sí que incluye algunos fragmentos de Moby Dick autotuneados o reformados para que funcionen dentro de ese determinado momento de Melville. El fracaso del escritor, otro fracaso triunfal que la vida se encarga en poner en el sitio que corresponde, todo lo que se cuenta de la crítica sobre la figura del escritor, su relación con Hawthorne, la muerte de sus hijos, lo cuento en una primera persona melvilliana pero son hechos que están discutidos.
P. ¿Qué rasgos quería destacar de la figura del escritor?
R. A mí lo que me interesa de su vida es lo que me interesa de casi todo escritor al que respeto y que además me gusta como es el caso, que es la idea de mantenerte fiel a tus principios y a tus convencimientos contra viento y marea, nunca mejor dicho en un contexto marino. Melville es un escritor formidable, leviatánico, que toma la cadencia bíblica y shakesperiana y con eso inventa un estilo propio.
P. ¿Y qué influencia tiene su obra en su literatura?
R. Me ha influenciado mucho sobre todo en los epígrafes que yo en mis libros. Moby Dick es un libro también un poco huérfano de sí mismo, que empieza y termina en sí mismo. Pasa lo mismo con el Quijote, con Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust o Pálido fuego de Nabokov. Son universos en sí mismos que además se las arreglan para revisar todo lo escrito antes de ellos y al mismo tiempo proponer todo lo que se escribirá luego.
Me gusta mucho leer bestsellers buenos, bien narrados, divertidos y funcionales, pero me parece que son cada vez peores
P. Escribe en un momento: “Algo me hace pensar que en un futuro no demasiado lejano serán más los malos escritores que los buenos lectores”. ¿Hay cierta crítica ahí al tiempo futuro que es nuestro presente?
R. No. Cuando se habla del fin de la literatura a mí me parece una tontería porque la literatura está perfecta, goza de buena salud, están Nabokov, Faulkner, Borges, Cervantes… No solo no corre peligro, sino que además va a tener cada vez más lectores visto que cada vez hay más gente en el mundo, salvo que la pandemia determine algo diferente en los próximos tiempos y se ponga más brusca. Pero lo que sí está en el libro es la idea del bestseller cada vez peor escrito. A mí me gusta mucho leer bestsellers buenos, bien narrados, divertidos y funcionales, pero me parece que son cada vez peores. Siempre pongo el mismo ejemplo, me parece que si comparas los vampiros de Entrevista con el vampiro de Anne Rice con los de Crepúsculo verás que hay un nivel de escritura diferente, una manera de tratar los personajes mucho más seria en Rice. Eso sí es peligroso y eso sí puede ser una mala influencia. Porque como los volúmenes de venta de ese tipo de libro son colosales pueden llevar a la tentación de escribir a mucha gente que no debería.
Fuente: Revista Cultura, España