La designación de Jorge García Cuerva, hasta hace una semana obispo de Río Gallegos, como nuevo arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, ha ofrecido una nueva oportunidad para que se ponga de manifiesto la lógica de la grieta, en este caso en su expresión más agresiva y exasperada (afortunadamente en proceso de remisión).
El sucesor del arzobispo Mario Poli, que se retira a los 75 años según los procedimientos vaticanos, es un hombre joven, nacido en los volcánicos años 60, absorbido por la atmósfera de época durante su primera juventud, en los años setenta y principios de los ochenta, en los que combinó sus estudios de Derecho y su activismo misional en barrios populares.
A mitad de los años 80 se despertó fuertemente en él la vocación religiosa y se incorporó al seminario. Fue ordenado sacerdote durante los años 90. No dejó su preferencia por el trabajo en villas de emergencia y barriadas pobres, se ocupó de la población carcelaria y paralelamente se doctoró en Teología y Derecho Canónico.
Esos antecedentes generacionales (sumados al hecho de que fue el Papa Francisco quien lo elevó a la jerarquía arzobispal) han sido esgrimidos para volcar sobre García Cuerva un cargamento de maledicencia.
“Hoy nos despertamos con una nueva certeza: la Iglesia argentina es irrecuperable. El nombramiento de Monseñor Jorge García Cuerva como nuevo arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, hombre de 55 años de edad, marca el inicio de una era de veinte años -si Dios no dispone otra cosa- en la que buena parte de la Iglesia católica argentina dejará de serlo. Si es el pastor el que da forma al rebaño, podemos imaginar lo que sucederá con los fieles durante el nuevo pontificado”, publicó, por ejemplo, una página digital ultraconservadora que agregó un pronóstico y un consejo para el próximo gobierno: “En él (en García Cuerva) tendrán a un enemigo tan poderoso como Cristina Kirchner, con la que seguramente tejerá alianzas a fin de derrocar al nuevo gobierno”.
Los datos sobre García Cuerva que esta página aporta no son exactos. Asegura, por caso, que “en el seminario descubrió la militancia peronista y popular”, cuando ese proceso se había iniciado muchos años antes.
Información mendaz reproducida
Alimentado con los mismos ingredientes que emplea el citado blog, un sacerdote nicoleño disparó contra el flamante arzobispo: “Es una persona gay, apoya al LGTB y toda esa porquería. Además, apoya el terrorismo, es kirchnerista, peronista y es recontra francisquista… también antimilitar, amigo de las Abuelas de Plaza de Mayo… es lo peor que nos pudo haber pasado”.
Pocas horas después de esta regurgitación, el cura Vásquez trató de enmendarlas, calificó sus declaraciones de “mendaces” y las caracterizó como “un comentario sin sentido”, por lo que solicitó perdón: “Me arrepiento de todo el contenido del audio que se hizo circular”.
Estos chismorreos viperinos no son inusuales en las luchas internas, y la Iglesia no deja de albergar pugnas de ese tipo. Pero lo que puede resultar un exabrupto molesto pero entendible en ese ámbito circunscripto, se desorbita en el clima tóxico de la grieta y se convierte en proyectil de una pelea mayor.
Por ejemplo, si Vásquez, el cura nicoleño, confesó la mendacidad de sus dichos y pidió perdón por ellos, ¿cuál sería el sentido de que medios de gran tirada hayan publicado simultáneamente las disculpas y las calumnias? ¿Y cuál el motivo para que los conductores del horario central de una importante señal noticiosa difundieran las corrosivas opiniones del anónimo autor de una página digital sin mayor crédito, como base para que un peregrino ataque al Papa?
La explicación de esos comportamientos tiene menos que ver con el periodismo que con un recalentado faccionalismo político. El ataque a García Cuerva es un puente para atacar un presunto plan del Papa que detalló uno de los conductores: “Francisco está armando las unidades básicas en los púlpitos de las iglesias principales de Buenos Aires…(porque) el Papa Francisco, para mí, ve que el peronismo está en descomposición. El Papa está reorganizando el peronismo del 2024, desde la base central de la Catedral de Buenos Aires para resistir a un gobierno que seguramente no va a ser peronista. Una jugada bien jesuita”. El otro locutor adhirió: “Dejarle un regalito al próximo gobierno o a los que vengan”.
Cuando la mayoría de las encuestas sentencia la derrota del Frente de Todos (y hasta sus propios dirigentes comparten ese vaticinio y sólo aspiran a no salir terceros) este faccionalismo antikirchnerista parece un exceso en la legítima defensa. Sin embargo, es probable que este antikirchnerismo sea sólo una máscara destinada a empujar al máximo una radicalización de la grieta que impida cualquier estrategia destinada a encontrar una convergencia política en base a un acuerdo que amplíe las bases de la futura gobernabilidad.
La perspectiva de que el comentado viaje del Papa a la Argentina hacia la Semana Santa de 2024 contribuya a soldar una política de acuerdos alejada de los extremos es, probablemente, el blanco de esta estrategia facciosa que toma como primer blanco al recién designado arzobispo porteño García Cuerva y que también tiene en la mira a un número de dirigentes de la coalición opositora. El motor de esa estrategia es el temor a un triunfo de la lógica del encuentro y la búsqueda de coincidencias. Que está en marcha.