El peso se aprecia, los pasajes bajan y los argentinos eligen gastar afuera. Mientras tanto, la balanza de servicios se hunde, el BCRA pierde reservas y crecen las dudas sobre la sostenibilidad del modelo.
La apreciación del peso frente al dólar comienza a dibujar un escenario que remite, para muchos, a la Argentina de la convertibilidad: pasajes más accesibles, hoteles a precios convenientes y la posibilidad de extender viajes a destinos considerados, hasta hace poco, prohibitivos. El Gobierno considera que el dólar debería bajar aún más, hasta rondar los $1.000, y esa expectativa refuerza un fenómeno que ya se percibe con fuerza: una explosión del turismo emisivo, liderada por adultos mayores con alto poder adquisitivo, en un contexto que muchos ya bautizaron como «plata dulce».
El dato es contundente: casi 6 millones de argentinos viajaron al exterior entre enero y abril, un 68,4% más que en el mismo período del año pasado. En contraposición, solo 2 millones de extranjeros llegaron al país, lo que representa una caída interanual del 21,4% y el peor registro de la última década —sin contar los años pandémicos—, según datos del INDEC. La consecuencia es un déficit turístico sin precedentes, que se agrava en un contexto de tipo de cambio apreciado, inflación local sostenida y creciente salida de divisas.
El turismo dispara el rojo cambiario
En abril, el turismo emisivo creció 24% interanual, mientras que el receptivo se contrajo un 8,3%. A la cabeza de los destinos más elegidos está Brasil, que concentró el 26,8% de los viajes, seguido por Chile (24,6%) y Paraguay (11,5%). El 77% de los viajes se concentraron en países limítrofes, aunque el salto más notable se dio en los viajes a Europa y Estados Unidos, destinos que, tradicionalmente, eran considerados “de lujo”.
España lidera entre los europeos y Miami se prepara para recibir una oleada de argentinos durante el Mundial de Clubes en junio. Según datos de Assist Card, más del 50% de los pasajes vendidos en las últimas semanas tienen como destino Europa, y el 40% de los compradores tienen más de 55 años, un perfil de turista con mayor poder adquisitivo y planes de estadías más largas. Estados Unidos también mantiene su atractivo, con estadías promedio de 10 días y un volumen de compras cercano al 20% del total.
¿Un nuevo atraso cambiario?
Detrás de esta fiebre viajera, se esconde un problema estructural: el tipo de cambio real multilateral tocó su nivel más bajo desde 2001, según registros del Banco Central. En otras palabras, el peso está hoy más fuerte frente al dólar que en cualquier otro primer cuatrimestre de los últimos 24 años, un fenómeno que economistas como Federico Glustein califican como un “modelo de dólar barato” sostenido por razones políticas y de corto plazo, con efectos complejos sobre la economía real.
“El actual esquema económico profundizó la importación de bienes —incluso asado desde Brasil— y disparó el turismo emisivo, lo que agrava la pérdida de reservas”, explica Glustein. Solo en abril, la cuenta “Servicios” del balance cambiario cerró con un déficit de u$s1.161 millones, de los cuales u$s863 millones corresponden a gastos en “viajes, pasajes y pagos con tarjeta”.
Ese rubro incluye desde consumos turísticos tradicionales hasta compras online o suscripciones digitales. Por eso, desde el Gobierno buscan ajustar la metodología. El secretario de Turismo, Ambiente y Deportes, Daniel Scioli, informó que trabaja junto al BCRA para depurar los datos y excluir conceptos ajenos al turismo puro, con el objetivo de reflejar mejor el impacto real del sector.
Hoy, por ejemplo, se estima que un turista chileno gasta apenas u$s54 diarios en el país, una cifra que desde la Secretaría consideran irreal. A partir de julio, prometen publicar cifras más precisas, que excluyan e-commerce y otros consumos indirectos.
Elecciones, FMI y el límite del modelo
El modelo económico actual, centrado en mantener un tipo de cambio estable y contenido, empieza a mostrar grietas. Para sostener el “dólar barato”, el Banco Central vendió futuros y relajó controles, pero a costa de reservas que no logra recomponer. En abril, el saldo general por operaciones de cambio fue negativo en u$s2.138 millones, pese al superávit comercial de bienes de u$s1.200 millones.
Según Glustein, este diseño económico “responde más a necesidades electorales que a un criterio de sostenibilidad”. La estrategia puede sostenerse, con suerte, hasta octubre. Después de las elecciones, será necesario un reequilibrio: frenar la apreciación del peso, contener el gasto externo, mejorar el superávit fiscal y comercial. Todo eso, sin dinamitar el ya frágil poder adquisitivo de la población.
Desde el BCRA intentan relativizar el problema: aseguran que cerca del 60% de los gastos turísticos con tarjeta se pagan con dólares propios de los usuarios, lo que reduce el impacto sobre el mercado oficial. Pero aún así, la tendencia es clara: el déficit en la cuenta de servicios crece y amenaza con neutralizar los avances en otras áreas.
Epílogo: el espejo de la convertibilidad
Argentina ya vivió episodios similares: a comienzos de los 80, en los años dorados de la convertibilidad y durante el final del kirchnerismo, cuando los viajes al exterior crecían mientras el país se hacía caro para los de afuera. Todos esos ciclos terminaron mal. Hoy, con un nuevo atraso cambiario en puerta, muchos se preguntan si la historia no está a punto de repetirse.
Mientras tanto, los turistas hacen cuentas y reservan. Al fin y al cabo, si la economía se permite vivir un espejismo, ¿por qué no disfrutarlo antes de que se disuelva?