NOVA BASAN, Ucrania — Muy asustados y hambrientos, los residentes de Nova Basan, un pueblo al este de Kiev, emergieron el lunes 4 de abril de sus cabañas y granjas y describieron cómo vivieron el aterrador suplicio de la ocupación rusa: detenciones, amenazas y un estricto toque de queda que los confinó a sus casas durante más de un mes, sin ningún tipo de comunicación con el exterior.
Nova Basan, a unos 96 kilómetros al este de la capital ucraniana, es uno de una serie de pueblos y aldeas que han sido recuperados del control ruso tras las batallas ocurridas durante la última semana de marzo y que apenas ahora está volviendo a la vida.
“Fue terrible”, dijo Mykola Dyachenko, el funcionario responsable de la administración del pueblo y las aldeas cercanas. “La gente no se esperaba algo así”. Según Dyachenko, él fue uno de los cerca de 20 prisioneros que las tropas rusas mantuvieron en custodia durante 25 días de la ocupación.
Dyachenko lucía exhausto. Su rostro estaba pálido y endurecido. Dijo que lo habían sometido unas 15 veces a lo que llamó un “simulacro de ejecución”, mientras lo interrogaban sobre las Fuerzas de Defensa Territorial ucranianas y las municiones almacenadas en la zona.
Dyachenko contó que los interrogadores dispararon un rifle de asalto sobre su cabeza durante el interrogatorio. Tenía los ojos vendados con cinta adhesiva, pero escuchó y sintió el disparo por encima de su cabeza. “Era presión psicológica”, dijo. “Estaban tratando de sacarme a la fuerza información que yo no estaba compartiendo”.
Otros dos hombres también describieron haber sido detenidos por soldados rusos, quienes, según relataron, los golpearon con las culatas de los rifles y les dieron puñetazos y patadas. Uno describió haber sido atado con los brazos suspendidos. Otro, Oleksiy Bryzgalin, de 38 años, trabajador de la construcción, narró que estuvo atado a una silla con una granada entre las piernas durante 30 horas y que también le dispararon cerca de la cabeza durante un interrogatorio.
Los detenidos eran trasladados de un lugar a otro y retenidos en graneros y sótanos. Solo les daban de comer dos papas al día y tenían una sola oportunidad de ir al baño al día, contó Bryzgalin.
Los detenidos dijeron que escaparon de sus cárceles improvisadas cuando los soldados rusos se preparaban para retirarse el miércoles 30 de marzo. Cinco días después, Bryzgalin afirmó que todavía le dolían las piernas por el hacinamiento y que le costaba conciliar el sueño.
El administrador de la comunidad, Dyachenko, dijo que todavía no conocía el nivel de bajas civiles y afirmó que apenas estaba comenzando a organizar equipos de búsqueda para monitorear a los residentes. El lunes 4 de abril, informó, se dirigiría a investigar el reporte de una ejecución de seis personas realizada el 28 de febrero por soldados rusos en un pueblo cercano. Eso fue justo después de que las tropas rusas llegaran a la zona.
Dyachencko afirmó que también sabía de un civil que había sido asesinado en su automóvil en una estación de servicio, cuando las tropas rusas ingresaron por primera vez al pueblo. Además, contó que un miembro herido de la Defensa Territorial había sido encarcelado junto a él, pero que se lo habían llevado y no se le había vuelto a ver desde entonces. El Kremlin ha negado cualquier participación rusa en las atrocidades.
A pesar del miedo y el trato violento a la población civil; al final, las tropas rusas quizá sufrieron más bajas que la gente del pueblo. La salida rusa fue parte de una retirada planificada anunciada por Moscú hace una semana, pero terminó en un repliegue caótico y sangriento tras una feroz batalla de tanques el jueves pasado, según contaron militares y voluntarios que participaron, así como residentes del pueblo.
El lunes, un grupo de militares ucranianos estuvieron apilando los cuerpos de los militares rusos abatidos en un remolque tirado por un todoterreno del ejército. Los soldados murieron cuando un tanque ucraniano se escabulló cerca de la entrada del pueblo y abrió fuego contra el puesto de control ruso que custodiaba la intersección principal, según militares y voluntarios que participaron en la ofensiva.
Editors’ Picks
Appearing This Year at the Masters: Azaleas, Green Jackets and InflationThese Birds Aren’t Lost. They’re Adapting.The Politics of Rihanna’s Pregnancy Style
“Es el primer lote que hemos recogido”, dijo el militar ucraniano a cargo, el sargento mayor Andreiy Soroka, de 38 años. “Nueve cuerpos y medio”, dijo, con total naturalidad.
Cuatro de los hombres habían muerto en el vehículo blindado destruido por un tanque ucraniano, contó Soroka. Entre los otros militares rusos fallecidos se encontraba un capitán que hallaron en un edificio cercano y un recluta de 18 años que recibió disparos en el jardín de una casa, informó Soroka.
Un tanque destruido y un vehículo blindado en la carretera fueron los restos de la batalla, en la que un tanque ucraniano abrió fuego contra los vehículos rusos. Eran lo último que quedaba de la presencia rusa, que el día anterior había comenzado a empacar y a abandonar la ciudad.
Las tropas rusas habían sufrido una gran derrota días antes en Lukyanivka, y no habían conseguido retomar esa ciudad, dijo el comandante de un batallón de voluntarios, Oleksiy Serediuk, quien participó en los combates. “Estaban decepcionados y empezaron a salir de varios lugares”, dijo sobre las tropas rusas. Eso llevó al mando del ejército ucraniano a perseguir al ejército en retirada, dijo.
“El mando militar tomó una decisión muy inteligente, primero para hacer de su retirada una huida caótica y segundo para cortar su ruta de escape”.
Dijo que la batalla en Nova Basan fue caótica, ya que los rusos tuvieron que pelear para salir y los ucranianos trataron de cortar su ruta de escape. En la batalla, un vehículo blindado ruso se estrelló contra una fila de tiendas y otro se salió de la carretera, dijo.
“La mayoría de los ucranianos no creían en esta operación”, dijo, y añadió que los ucranianos eran muchos menos y que los rusos estaban mejor armados. “Pero fue un éxito. Creamos un verdadero caos con solo unas pocas personas y unos pocos vehículos”.
Mientras hablaba, los soldados estaban sacando el vehículo blindado ruso que se había estrellado contra la fila de tiendas. Un grupo de hombres, taxistas jubilados, examinaba los daños, mientras una fila de mujeres esperaba la primera venta de carne fresca en más de un mes.
Para el lunes, ya habían pasado cuatro días desde que las tropas ucranianas recuperaron el control de la ciudad, pero muchos de los residentes apenas comenzaban a salir de sus casas. El alivio en sus rostros era sincero.
“Llevo días sentada en casa, temblando”, dijo Maria Rudenko, de 82 años, quien se asomó con nerviosismo por la esquina de su calle antes de acercarse a un automóvil que repartía asistencia alimentaria. “Estaba tan asustada por el tiroteo que me da miedo caminar por aquí”.
Durante la ocupación, los militares rusos revisaron las casas y confiscaron teléfonos celulares y computadoras, y les ordenaron a las personas que permanecieran dentro de sus hogares, según afirmaron los residentes. Sin comunicaciones ni servicios públicos, y sin la posibilidad de ir a hacer compras, las personas comenzaron a pasar hambre y sentir miedo.
“Hubo ocasiones en que pasé tres noches sin una vela”, dijo Rudenko. No había electricidad en la mayor parte del pueblo ni gas. “Todos huyeron y yo me quedé aquí. Solo tenía papas y algunos pepinos para comer”.
Más adelante en la misma calle, hacia el extremo sur del pueblo, tres amigas comenzaron a llorar mientras recibían bolsas de alimentos de un grupo de voluntarios.
“Todos los días fueron difíciles, pero el día más duro fue cuando nos liberaron”, contó Olha Vdovichenko, de 70 años. “Todos estábamos escondidos dentro de nuestras casas y rezábamos. El bombardeo comenzó a las seis de la mañana y se prolongó hasta las siete de la noche, sin tregua”.
Para cuando todo se calmó, los militares ucranianos ya estaban en el pueblo buscando a los militares rusos que quedaban. Una mujer que se identificó como Tania contó que uno de ellos le preguntó si había algún enemigo cerca. “Yo estaba temblando y le dije: ‘¿Quién eres?’”, recordó. “Me contestó: ‘Uno de los tuyos’”. Al final, Tania terminó cocinando dos ollas grandes de borsch para toda la unidad ucraniana.
Los soldados ucranianos también le dijeron a Olha Maysak, de 66 años, que la ciudad había sido liberada. “A las seis de la tarde vinieron los muchachos a decírnoslo”, dijo.
Pero Vdovichenko, su vecina, no se dio cuenta de que todo había terminado. Se despertó a las siete de la mañana siguiente y escuchó a unos hombres hablando fuera.
“Uno dijo que éramos libres, que estábamos liberados”, dijo. “Así me enteré”.
Fuente: New York Times, EEUU