Alberto Fernández grabó un mensaje y dejó de lado la tribuna se había imaginado en principio. Eso hacía suponer una presentación estructurada, después de la expectativa generada por la poco feliz idea de anticipar el anuncio de una “guerra contra la inflación”. Los términos de ayer fueron algo más cuidados –“batalla”, dijo en algún tramo-, pero todo resultó llamativo por la falta de anuncios concretos, lo poco novedoso del discurso -incluidas las advertencias- y el reconocimiento de la necesidad de “fortalecer expectativas”. En rigor, podría haber referido a generar expectativas, pero el punto es que no dio ninguna señal política en ese sentido.
El Presidente quedó atado de hecho a lo que él mismo había puesto sobre la mesa tres días antes: la guerra. Eso mismo -el tiempo transcurrido y la falta de anuncios concretos- agudizó la proyección inflacionaria de este mes, después del 4,7% que anotó el IPC de febrero. Sin sorpresa y con desgaste innecesario por el mal manejo comunicacional, el foco quedó puesto en la presentación de un plan. No fue así. Las medidas sobrevendrán a partir de este fin de semana, según se dejaba trascender anoche, y serían previsibles, es decir, repetidas en algunos casos. Pero el déficit político fue sin dudas el dato fundamental.
El mensaje anticipó la creación del “Fondo de estabilización” para contener el precio de la harina de trigo en el mercado local, medida que luego se publicó en el Boletín oficial. Será alimentado por la suba de retenciones a derivados de la soja, también oficializada. Junto con eso, medidas para contener los precios y la advertencia sobre la aplicación de la ley de abastecimiento. El tono buscó ser severo en ese tramo. También, en la repetida frase sobre la “instrucción” a los funcionarios para que actúen de inmediato. Un énfasis similar al puesto para prometer en primera persona la protección de la gente, como en la primera etapa de la cuarentena por e
l coronavirus.
Alberto Fernández dijo además que en los próximos días irá convocando a una mesa de acuerdo multisectorial, con entidades empresariales, gremiales y sociales. En ningún momento habló de una mesa política, a pesar de que había comenzado el discurso destacando la responsabilidad democrática de todos los espacios que hicieron posible la sanción de aval al acuerdo con el FMI. Pareció más un mensaje menor al kirchnerismo por haber tomado distancia y votar en contra, que un modo de destacar el entendimiento con la oposición. Esa negociación podó el proyecto original y dejó en claro que no había respaldo al “programa” comprometido con el Fondo, pero evita el default.
El problema para Olivos sigue siendo cómo lograr sostén político. El Presidente, se ha dicho, habló de “fortalecer expectativas”. Eso demanda básicamente generar credibilidad, único factor no técnico o estrictamente económico pero vital para afirmar un plan o un programa. No es tarea sencilla, consumidos más de dos años de gestión, aunque el objetivo sea presentado como una urgencia, a raíz de las consecuencias en la economía mundial que está produciendo la guerra desatada por la invasión de Rusia a Ucrania.
El mensaje presidencial resulta expresivo del cuadro político. El aval legislativo al acuerdo con el FMI no parece el combustible que el imaginario de Olivos suponía para relanzar la gestión y, más aún, dar un vuelco a favor del sueño reeleccionista. Y no se trata sólo del desfavorable horizonte mundial que perfila la guerra, sin dudas alarmante. Opera antes que nada el interrogante que plantea la fractura interna del frente oficialista.
La aprobación por amplia mayoría de la ley del Fondo, en las dos cámaras, fue celebrada naturalmente en el Gobierno. Los números indicaron 202 votos a favor, 37 en contra y 13 abstenciones en Diputados. Y 56, 13 y 3 en el Senado. Fue crucial del aporte de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos votó dividido: la mayoría acompañó, pero un tercio del bloque de diputados y algo más de la bancada de senadores oficialistas optó por el voto negativo o la abstención.
Contemplar únicamente la celebración en Olivos y la expresión minoritaria del kirchnerismo duro -junto con la ausencia de Cristina Fernández de Kirchner a la hora del desenlace- puede generar un espejismo político. La sanción resultó un dato positivo para Olivos, un alivio en general. Pero está pendiente la historia que viene, en la interna y en la relación con JxC y otros espacios, al menos en el Congreso.
Las fotos del Congreso no dicen todo pero son significativas. En el plano interno, el Presidente pudo contar con unos 80 diputados, en base al trabajo de Sergio Massa en la cámara y de algunos ministros y gobernadores. Eso mismo impactó en el Senado: allí el proyecto contó con el apoyo de 20 legisladores peronistas. El número grueso, como se sabe, lo sumó JxC, además de bloques o interbloques menores en número pero que pueden ser decisivos en votaciones peleadas.
Es decir: un sustento de legisladores fuerte en términos internos, pero con varias terminales -sobre todo, gobernadores del PJ- y con peso relativo frente a la oposición. En otras palabras, el Presidente debe resolver si apuesta a transitar lo que viene con una fórmula de compromiso en la interna -empezando por la relación con CFK- o si busca generar alguna forma de consenso político más amplio.
Nada sencillo. Se trata de generar credibilidad. Y su ausencia puede ser más grave que un error de cálculo económico. El Presidente habló apenas 24 horas después de la sanción de la ley de aval al acuerdo con el Fondo. Destacó, en otras palabras, que se evitó la “catástrofe”, según el término más escuchado en el discurso legislativo de estos días. No alcanza, está a la vista, para generar expectativas. Y no ayuda para nada la lógica de la interna, conceptual y práctica.
Fuente: Infobae, Argentina