Después de haber conversado durante 3 horas, dejó el celular apoyado en la mesita, sintió un líquido brotando de su oído izquierdo, acariciando su mejilla, dibujando el contorno de su rostro. Con cierto temor, colocó su mano sobre ella, pero no había líquido alguno. Aunque seguía sintiendo el calor y la humedad, cortándole la oreja, la mejilla y justo a la altura de su garganta se detenía.
Era una sensación extraña, comenzó a toser, sentía que le faltaba el aire y ni podía respirar, al cabo de algunos segundos se calmó y pudo pronunciar unas palabras: “¡Me duelen!”
Yo la miré, no entendía a qué se refería, qué significaba lo que estaba diciendo, aunque tampoco me animé a preguntarle. Ella lo repetía una y otra vez, se sentó en el piso, junto a la mesita, rodeó sus rodillas con los brazos y un silencio la envolvió. Al verla, así tan callada e inmóvil, me acerqué lentamente, tratando de no asustarla. Me senté a su lado, me miró, sus ojos estaban con lágrimas, pero no salían, parecían atrapadas, desesperadas, queriendo escapar y sin encontrar la salida.
Cuando la noche cayó por completo, volvió a mirarme y dijo: “¡Por favor no lo digas más, no puedo soportar tanto dolor, tus palabras me duelen! ¡Lastiman mis oídos y desgarran mi corazón! Justo cuando terminó de decir la última palabra, comprendí todo. En la conversación, todas las palabras que él le iba diciendo la lastimaron, cortándole el oído.
Fue así que cayó desplomada al piso y del oído la sangre brotaba y dejó una frase escrita: “Ya no te amo más.”
Cecilia Rodríguez Aguilera, Escritora.