Nueva  Zelanda: Un nuevo  puente  hacia  el  pacifico  

Hemos subrayado, en un artículo reciente, las relaciones históricas entre Argentina y Japón, y de los profundos cambios en el proceso de globalización durante los últimos años, que ha trasladado su epicentro a la zona del Pacífico.

 


El desafío es doble: por un lado debemos consolidar nuestras relaciones con el bloque de países hermanos de América del Sur, tanto con los socios del Mercosur como también especialmente con aquellos países que inexorablemente desarrollarán intercambios directos con las potencias del extenso océano oriental –el caso de Chile o Perú- y por otro lado tenemos que aguzar la imaginación para que el puente hacia el continente asiático no nos vuelva vulnerables a los intereses del gigante chino, cuya gravitación sin dudas podría poner en peligro nuestra autonomía como país soberano.


 

No se trata simplemente de agitar fantasmas sobre un posible imperialismo de China en el mediano y largo plazo. La influencia de ese país ya presiona a varios de sus socios comerciales, y está cambiando la percepción que esas naciones tienen del creciente expansionismo de Beijing en sus relaciones bilaterales. Primero asistimos al caso de Australia, que sufrió en carne propia sus objeciones respecto del 5G, del conflicto de su vecino asiático con Hong Kong o de las acusaciones de espionaje, cuando el gobierno de Xi Jimping anunció, como represalia, la suspensión unilateral de parte de su acuerdo de cooperación económica. A éste debemos sumar uno más reciente y –podríamos añadir- inesperado: el de Nueva Zelanda.

 

 

 

Debemos recordar primero que los neozelandeses son considerados en Occidente como el eslabón más débil de los “Cinco Ojos”, la vieja alianza de inteligencia entre naciones occidentales que tuvo origen en la Segunda Guerra Mundial. Los otros cuatro socios estratégicos, todos anglosajones, son Estados Unidos, Australia, el Reino Unido y Canadá. En mayo de este año hubo un tirón de orejas de británicos y australianos hacia la actitud neutral de Wellington en temas como Hong Kong, la militarización del Mar de China Meridional o el maltrato de Beijing a su población uigur.

 


Un famoso político inglés llegó a decir en Londres que Nueva Zelanda “había vendido su alma a China” por anteponer sus negocios con el gigante oriental, del cual depende buena parte de su economía.


 

Reiteramos que no se trata de olvidar el pragmatismo en función de las posiciones ideológicas de nuestra cultura, obviamente más afines a las democracias occidentales que al Partido Comunista Chino. El mismo problema podría plantearse con Estados Unidos o con el bloque Europeo, ya sea por excesiva dependencia comercial o por un alineamiento ideológico que vaya en detrimento de la economía de un país mediano en función de su PIB y de su población. Pues pese a que Argentina supera a Nueva Zelanda en estos dos aspectos, la isla del haka de los maoríes y de los All Blacks no es un mal espejo del tipo de dilemas que nos esperan en los próximos años, cuando –acaso pragmáticamente- hayamos tendido nuestros lazos hacia el Pacífico.

 

El gobierno de Ardern no se equivoca al procurar una sana equidistancia entre su obvia pertenencia cultural –el himno de esa nación, no olvidemos, sigue siendo God Save The Queen- y su absoluta chino dependencia comercial. El problema es que hay que tener buenas espaldas para hacer equilibrio en las vísperas de una posible guerra fría (comercial) entre los dos colosos de la economía global. Chile padece el mismo problema. El político y diplomático chileno Jorge Heine, residente en China, se jactaba dos años atrás –en un artículo para el periódico trasandino La Tercera- de que la dependencia del agro de su país respecto del Yuang era “envidiable” para otras economías, pero los argentinos sabemos bien cuál es la letra chica de nuestros pasados acuerdos en los que no podemos negociar de igual a igual.

 


Esa es la situación actual en Nueva Zelanda, y la percepción entre sus ciudadanos es una prueba de que los beneficios comerciales no son siempre el único factor a tener en cuenta. Los neozelandeses, en efecto, se sienten cada vez más cómodos en Asia y estrechan lazos con otras economías de mercado de la zona, además de China, pero la desconfianza de buena parte de su población hacia Beijing también es un factor a tener en cuenta pues, como bien sabemos, lo político y lo económico es, en el siglo actual, un tejido inextricable.


 

Este es el panorama y el tipo de problemas que debe anticipar Argentina siempre y cuando demos por descontado que algún día aprovecharemos nuestras riquezas naturales, nuestro capital humano y una posición geográfica que, tal como prueban los australianos o los neozelandeses, no tiene por qué ser un sinónimo de aislamiento a escala global.

 

 Eventualmente llegará el momento de la verdad para nuestro Atlántico Sur, vecino, con Sudáfrica, de nuestros socios del The Rugby Championship, cuyas economías prosperan pese a hallarse en el aún más lejano Pacífico Sur. Y estas latitudes sin duda serán nuestro valor agregado cuando llegue la hora de comerciar con las naciones que bañan sus aguas en el nuevo epicentro de la economía global.

 

Escribe FERNANDO LEÓN

Especialista en temas internacionales.

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