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Nazareth Castellanos, neurocientífica: «El intestino influye en el aprendizaje, por eso es importante que la dieta sea sana durante la infancia»

La especialidad de Nazareth Castellanos comenzó antes, incluso, de acabar la carrera. Una entrevista de Javier DeFelipe, «uno de los neurocientíficos más importantes de España», despertó su curiosidad por el cerebro en el tercer curso de la licenciatura. «Antes de acabarla, empecé a colaborar con algún laboratorio. Siempre me encantó el tema que pudiera relacionar lo biológico y físico con procesos mentales y psicológicos», apunta. Castellanos es física teórica y doctora en Neurociencias por la Universidad Autónoma de Madrid. Estudia el vínculo que existe entre el cuerpo y el cerebro, así como los mecanismos neuronales implicados en la práctica de la meditación. Desde hace varios años, dirige la investigación del laboratorio Nirakara y la Cátedra Extraordinaria de Mindfulness y Ciencias Cognitivas de la Universidad Complutense de Madrid

—De los más de 20 años de carrera que lleva a sus espaldas, ¿qué es lo que más le ha gustado aprender?

—Para mí, uno de los aprendizajes que más me ha ayudado es que la percepción es siempre interpretación. Cuando estudiaba la neuroanatomía de la percepción, me di cuenta de que vemos las cosas, y las hacemos, desde nuestro mundo y perspectiva. Creo que entender esto nos puede ayudar a evitar conflictos, porque siempre pensamos que las otras personas y nosotros vemos lo mismo, pero la realidad es una palabra muy engañosa. Entonces, el hecho de decir que algo es mi interpretación, me invita a la humildad, al respeto y a considerar al otro. Esto siempre me ha ayudado bastante.

—Una de sus líneas de investigación ha sido la regulación emocional. En varias ocasiones, ha hablado de cómo los sentimientos se van formando. ¿Nuestro lenguaje corporal puede darnos pistas de lo que sentimos de manera anticipada? 

—Sí, desde hace relativamente poco, hemos vuelto a una postura en la que se reconoce la importancia que tiene el cuerpo en las emociones. Antes siempre las vivíamos desde un punto de vista muy mental, muy pensado y analizado. Pero ahora, y gracias también a la neurociencia, lo que vemos es que antes de que se exprese una emoción, el cuerpo ya responde ante lo que por dentro se está preparando. Es más, se dice que el cuerpo sabe lo que la mente aun no se ha dado cuenta. Cuando experimentamos cualquier tipo de emoción, aunque sea muy ligera, hay cambios en los órganos, también en la sensaciones que tenemos de nuestra piel o en la postura que adquirimos. Lo que ocurre es que al no estar acostumbrados a percibir nuestro cuerpo, esas señales pasan desapercibidas. Estamos ciegos y sordos. En cambio, cuando desarrollamos la conciencia corporal y aprendemos a escuchar esas pequeñas sutilezas, nos da muchas pistas de cómo estamos y nos ayuda a discernir una emoción de otra. Por ejemplo, hay un estudio que muestra que las personas que tienen mayor consciencia corporal toman mejores decisiones, porque tienen muy en cuenta y saben mejor cómo están. 

—También sostiene que las personas somos un todo, lo que incluye que nuestros órganos estén, de alguna forma, conectados. ¿El cerebro conversa con el corazón? Siempre ha existido la dicotomía entre ambos. 

—Siempre se ha dicho que hay una guerra entre el corazón y el cerebro, pero ahora se ve que existe un equilibrio entre ambos. Yo siempre digo que sigas a tu corazón, si sabe a dónde ir. Que no es siempre. 

—De hecho, la variabilidad cardíaca tiene importancia en nuestro cerebro, ¿no?

—Sí. Nosotros percibimos los latidos del corazón. Por ejemplo, si ponemos la mano en la muñeca al correr, podemos ver cuántos tenemos por minuto. Pero lo importante, a nivel psicológico, no es tanto la cantidad de latidos o frecuencia, sino la variabilidad con la que el corazón late. Se trata de que sea flexible, que a veces se adelante, o se retrase un poquito. Que tenga más complejidad. De hecho, la variabilidad de la frecuencia cardíaca está muy relacionada con la inteligencia, con la memoria, con la afluencia verbal y con la atención. En general, cuanto mayor es esta, más capacidades tenemos, tanto cognitivas como emocionales. Y es bonito que una de las formas que se ha visto que tenemos de aumentarla es estando alegres. La alegría no aumenta la frecuencia cardíaca, pero incrementa su variabilidad. Es decir, lo hace bailar con más ritmo. Y al contrario, cuando estamos disgustados o estresados, esta variable baja. El corazón responde a la alegría. 

—Otro de los idilios corporales que mantiene el cerebro es con el intestino, ahora se dice que es el segundo cerebro. ¿Existe esta comunicación? 

—Yo creo que eso sigue siendo cerebrocentrismo, porque el cerebro es lo que es, y el resto de órganos también forman parte de todo el sistema mental. Aunque en referencia a lo que me comentas, sí existe. Es más, tiene un impacto tremendo pese a que el órgano que más influye en el cerebro es el corazón. El intestino influye, por ejemplo, en los procesos de aprendizaje. Todos los microorganismos que viven dentro de nuestro intestino juegan un papel en los factores de crecimiento neuronal. Por eso, es súper importante que en la infancia, especialmente, la dieta sea sana, porque el desarrollo de la microbiota intestinal en los niños va a influir en su desarrollo, y no solo en el aprendizaje o inteligencia, sino también en la gestión de sus emociones. 

—¿Podemos controlar los pensamientos?

—No. Muchas veces nos obsesionamos con eliminar un pensamiento que nos está haciendo daño, y en cambio, lo reforzamos más. Eso se llama en psicología el efecto Dostoyevski, porque este escritor ruso le dijo a su hermano: «Siéntate en este sillón y no pienses en un oso blanco», y entonces, el hombre no podía parar de imaginárselo. Luego la neurociencia lo corroboró. Cuando intentas inhibir un pensamiento, le das más peso porque lo recuerdas más. Por el contrario, se ha visto que lo más efectivo es que si viene un pensamiento que es recurrente y te hace daño, lo observes, pero no te introduzcas en él o lo analices. Hay que verlo como si no fuera contigo. Que bonito es esto, que demuestra que tenemos más control cuando dejamos de intentar controlar. 

—Que paradójico. Su línea de investigación se ha centrado en la meditación, ¿cómo define la neurociencia esta técnica? 

—Tal y como se estudia, la meditación es un espacio temporal en el que se hace una observación ecuánime de uno mismo. Se hace desde la distancia y sin analizar, de modo que te conviertes en el observador y observado al mismo tiempo. De hecho, el cerebro siempre está involucrado en observar cosas, pero al hacerlo a sí mismo, él lo sabe y los mecanismos activados son diferentes. Por eso, se dice que durante ese espacio de contemplación propia se favorece mucho la plasticidad neuronal. Es decir, lo que se ha visto en nuestras investigaciones en el laboratorio que hay zonas del cerebro que se hacen más fuertes, son áreas que encogen porque estaban dilatadas. Se produce una gran reorganización neuronal. 

—Pero entiendo que la meditación no es sinónimo de relajación. 

—No, claro. La gente lo suele confundir con la relajación, o piensan que meditar es dejar la mente en blanco. Y no. La forma que se ha visto que es más efectiva para empezar es ir contemplando las sensaciones de tu propio cuerpo. Por ejemplo, contemplar la respiración. Voy a observar cómo respiro y las sensaciones que me produce la entrada y salida del aire. Así, ese ejercicio que parece una chorrada, no lo es, porque te das cuenta de que es muy difícil controlar tu voluntad, y de que tiene unas implicaciones tremendas para la cognición, emoción o toma de decisiones. La neurociencia ha ido corroborando plenamente lo que ya decían otras tradiciones.  

—Si quiero obtener estos beneficios, ¿cuánto tiempo tengo que dedicarle?

—Si una persona no está acostumbrada, al principio puede comenzar con unos 15 minutos, y utilizar algún audio o ir a clases, o haciéndolo sentados, con una postura recta. Si estamos acompañados en ese momento es mucho mejor porque es muy fácil que nos perdamos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, y cuando ya llevamos unas cuatro sesiones, podemos aumentar la dosis hasta media hora cada día. Eso sí, no hay que hacerlo de lunes a domingo como se piensa, ya que los estudios dicen que al menos media hora, unos cinco días, son suficientes para que se produzcan cambios en el cerebro. Estos, a su vez, se empezarán a observar a los dos meses.  

—Y mientras meditamos, ¿hay zonas que se activan más que otras? 

Sí, una de las zonas más activas durante la meditación es la corteza frontal, que para la neurociencia es la joya de la corona porque es la que más se involucra en la gestión e inhibición del comportamiento. Se ha visto que esta zona, que se llama corteza prefrontal dorsomedial, ha crecido en volumen al cabo de un tiempo. Es decir, se han generado más conexiones neuronales, lo que significa que se ha fortalecido.

—Me habla de fortalecer, ¿qué mejora más el cerebro: el ejercicio físico, o el mental?

—El físico. Es más, entre los investigadores siempre hacemos la broma de que estamos todo el día estudiando cuando deberíamos estar moviéndonos. En realidad, el ejercicio físico cambia todo el cuerpo. En una investigación, comparamos a personas sedentarias con activas, y por ejemplo, vimos que su microbiota cambiaba. A nivel cerebral, hacer ejercicio de manera regular (entre 120 y 150 minutos a la semana) disminuye la probabilidad de padecer depresión, ansiedad, produce cambios en diferentes áreas y se favorece la neurogénesis del hipocampo. Esto es muy importante, ya que esta zona es muy relevante para la memoria y el aprendizaje, por lo que el ejercicio físico se convierte en un componente indispensable para la medicina preventiva.

Fuente, La Vos de la Salud,

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