Milan Kundera, escritor europeo

Del checo al francés. Milan Kundera (Brno, 1929) anunció en 1985 que no daría más entrevistas: todo lo que quería decir lo había dicho ya en sus novelas. Cuatro años antes había obtenido la nacionalidad francesa después de que le hubieran denegado la ciudadanía en su país, Checoslovaquia, bajo dominio soviético. En 1993 empezó a publicar directamente en francés, después de pasar dos años dedicado a traducir él mismo sus novelas del checo. Por un lado, estaba el asunto de la traducción al francés de La broma que, cuando pudo leer, le pareció que lo convertía en un escritor en el que no se reconocía. Por otro lado, estaba el detalle de que, sin exagerar demasiado, su único lector en checo quizá fuera el traductor: tenía prohibido publicar, apenas tenía modo de subsistir y, entre otros trabajos clandestinos, redactó horóscopos. Todo eso se cuenta en Milan Kundera: de la broma a la insignificancia, bajo la dirección de Milos Smídmajer, un documental –disponible en Filmin– que trata de atrapar la personalidad sobre todo literaria del escritor checo. 

La película. El documental es irregular, pero se perdonan todas las veleidades, “ese tono afectado de estudiante de doctorado”, como ha dicho Andrea Toribio, acaba por dejar de chirriar, tal vez muteado por el personaje. La novela que le acercó al mainstream es La insoportable levedad del ser, el libro por el que mi tío, un ingeniero nacido a principios de los sesenta, llegó a Kundera. O tal vez en su caso llegara por la película –que decepcionó tanto a Kundera que, a partir de ese momento, prohibió cualquier adaptación de su obra–. Antes de todo eso, algunos de sus cuentos sirvieron como base para películas checas. En el documental aparece un fragmento de Yo, dios afligido, basada en un cuento de El libro de los amores ridículos, después suprimido, que tiene una pinta de lo más curiosa. Kundera fue profesor en la FAMU, una escuela de cineastas, y ahí dio clase a Milos Forman, entre otros. También creo que me pasa que perdono esa intromisión, la pequeña trama en la que un estudiante checo persigue la sombra de Kundera, porque yo hice lo mismo cuando hacía mi Erasmus en París y alguien me dijo que el escritor solía ir a pasear a Notre Dame los sábados por la mañana. 

La música, el modernismo y su padre. Una de las pocas entrevistas que concedió Kundera fue para hablar del compositor Janáček, del que su padre había sido discípulo. Kundera le dedicó un ensayo al compositor y en una entrevista para la televisión francesa –recuperada en el documental– dice que la consagración total de su padre a “promover la música moderna de su época” despertó en él la pasión por el arte moderno, “algo que desafiaba lo popular y que iba contra las convenciones”. Kundera empezó publicando poesía, luego llegó a la novela, cuentos y ensayos: Los testamentos traicionados, donde dedica un capítulo a Salman Rushdie, ya tiene una reedición en preventa en Tusquets. También dibuja, muchas de las portadas de sus libros son dibujos suyos, aunque las ediciones españolas suelen optar por cuadros –”Mujer de ojos verdes”, de Picasso, me mira desde la portada de una edición ajada de El libro de los amores ridículos; en la página de cortesía está escrito, con tinta roja, Paco Gascón (mi tío), julio 87. 

Contra la etiqueta de disidente. Es bastante curioso que Kundera, un escritor cuya obra orbita en torno a los malentendidos y la ambigüedad, deba su fama internacional a una interpretación poco ajustada de su obra. Él habla de La broma, una novela de amor interpretada como política en Francia. Tenía que ser un escritor disidente, encarnar ese tipo de escritor, pero Kundera se rebeló contra eso y es el escritor que quiso ser. Forma parte de la colección La Pléiade, uno de cuyos tomos hubo de ser corregido para incluir su última novela, La fiesta de la insignificancia. Una cita de Kundera: “la ironía nos priva de la certeza revelando el mundo en su ambigüedad”. La cita que cierra el documental: “Sueño con un mundo en el que los escritores, por ley, deban mantener su identidad en secreto y usar un seudónimo. Tres ventajas: reducción radical de la grafomanía, menos agresividad en la vida literaria, la imposibilidad de interpretación biográfica de obras literarias”. 

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