Más allá de la felicidad y el sentido: la riqueza psicológica como tercer camino hacia una vida plena

Una nueva teoría propone que el bienestar humano también puede construirse a través del asombro, la incomodidad y el cambio de perspectiva

Durante siglos, la filosofía y la psicología han oscilado entre dos grandes paradigmas para definir una “buena vida”: la felicidad, entendida como placer y emociones positivas, y el significado, relacionado con el propósito, la virtud y la realización personal. Pero en las últimas décadas, una corriente de investigación emergente sugiere que esa dicotomía podría ser incompleta. Una vida no necesita ser feliz ni significativa para ser valiosa: puede ser rica. Rica psicológicamente.

Este es el núcleo del planteo que desarrollaron la psicóloga Erin Westgate (Universidad de Florida) y el investigador Shigehiro Oishi (Universidad de Chicago), quienes proponen incorporar un nuevo componente al debate sobre el bienestar humano: la riqueza psicológica, una dimensión que reconoce el valor transformador de experiencias desafiantes, complejas, incluso incómodas, capaces de alterar la manera en que una persona concibe el mundo.

La propuesta fue publicada recientemente en la prestigiosa revista Trends in Cognitive Sciences, donde los autores analizan cómo las experiencias que implican novedad, sorpresa, contradicción o intensidad emocional pueden enriquecer la vida, aunque no sean placenteras ni estén guiadas por un propósito claro. Lo que proponen no es un reemplazo de los modelos previos, sino una ampliación: una tercera vía que, hasta ahora, había sido subestimada por las teorías dominantes.

“Nos preguntamos por qué algunas personas se sentían insatisfechas, incluso cuando tenían vidas felices o significativas. La respuesta estaba en lo que llamamos riqueza psicológica: vivencias que despiertan la curiosidad, cambian la perspectiva y nos obligan a repensarnos”, explicó Westgate.

Entre la tormenta y la revelación

A diferencia de la felicidad (bienestar hedónico) y del sentido (bienestar eudaimónico), la riqueza psicológica se construye a través de experiencias diversas, intelectualmente estimulantes o emocionalmente intensas. Puede surgir al leer una novela compleja, enfrentarse a una pérdida, mudarse de país, enamorarse, atravesar una crisis espiritual o presenciar un evento inesperado como una catástrofe natural. Lo común entre todas estas experiencias es que generan transformación interior.

Westgate lo ilustra con ejemplos concretos: “Estudiamos la experiencia de estudiantes universitarios antes, durante y después del paso de huracanes. La mayoría no disfrutó de la experiencia, y muchos no le encontraron un sentido inmediato. Sin embargo, la percibieron como profundamente transformadora. Alteró su visión del mundo y de sí mismos”.

Del mismo modo, experiencias como el fracaso en una carrera, una discusión filosófica, un viaje sin plan o incluso una enfermedad pueden resultar psicológicamente enriquecedoras. No necesariamente agradables, ni moralmente edificantes, pero sí generadoras de una mirada más compleja sobre la realidad.

El valor del desafío intelectual

Esta nueva mirada también cuestiona las formas tradicionales en las que se mide el bienestar en las sociedades contemporáneas. Las encuestas suelen preguntar si las personas “se sienten felices”, si tienen metas claras o si se sienten satisfechas. Pero rara vez indagan si están creciendo, si han cambiado su manera de pensar, si han atravesado experiencias que hayan ampliado sus horizontes.

“El mundo real es más caótico, más imprevisible que las métricas de bienestar. Y hay personas que valoran más el descubrimiento, la intensidad y la complejidad que la comodidad o el orden”, sostienen los autores.

La riqueza psicológica, entonces, aparece como un refugio para quienes se sienten fuera de lugar en un mundo que privilegia la estabilidad emocional o el éxito predecible. Personas que no buscan únicamente “sentirse bien” ni “hacer el bien”, sino ver más, sentir más, pensar más.

Una tercera vía para vivir mejor

La tradición filosófica, desde Aristóteles hasta Viktor Frankl, ha tendido a oponer felicidad y sentido como dos polos del bienestar. Pero el trabajo de Westgate y Oishi reintroduce algo que también está en las obras de Nietzsche, Kierkegaard o incluso en ciertos relatos literarios: la experiencia transformadora que brota del asombro, del dolor o del conflicto.

Una vida psicológicamente rica no busca evitar el malestar, sino incorporarlo como parte del crecimiento. Se trata de una ética de la profundidad más que de la eficiencia emocional.

“No decimos que la felicidad y el significado no sean importantes. Pero no son suficientes para todos. Para muchas personas, la vida vale la pena cuando hay cambio, exploración y nuevas maneras de ver”, afirma Westgate.

Este nuevo paradigma invita a repensar qué significa vivir bien, tanto a nivel individual como social. ¿Estamos educando a las personas para tolerar la incertidumbre, para nutrirse de la complejidad? ¿Podemos imaginar una política del bienestar que también contemple el valor del error, la paradoja, la rareza?

En un mundo cada vez más regido por métricas de éxito inmediato y por discursos que exigen encontrar el “sentido” de todo, la riqueza psicológica propone un giro profundo: no siempre hay que entender, ni disfrutar, para crecer. A veces, basta con dejarse atravesar.

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