Por Osvaldo González Iglesias
A seis meses del inicio de la presidencia de Javier Milei, la economía argentina transita un proceso de transformaciones profundas, con resultados dispares que alimentan tanto elogios como críticas. En el centro de la escena, conviven una drástica corrección fiscal, una caída pronunciada del gasto público, una recomposición parcial de reservas y señales de estabilización macroeconómica, con una contracara social marcada por el desplome del consumo, el aumento de la pobreza, la recesión productiva y una creciente tensión distributiva. Las luces y sombras del experimento libertario coexisten en una economía que, aunque muestra signos de ordenamiento, aún no define un sendero sostenido de crecimiento ni de inclusión.
El shock de ajuste: orden fiscal a cualquier costo
La bandera principal del Gobierno ha sido, desde el día uno, el ajuste del gasto público. En un país acostumbrado a déficits fiscales crónicos, Milei ejecutó el ajuste más rápido y profundo desde el retorno democrático. El resultado: superávit financiero primario durante los primeros cinco meses del año, una meta que parecía inalcanzable para cualquier administración anterior sin recurrir a endeudamiento externo o emisión monetaria.
Para lograrlo, el Ejecutivo recortó en más de un 30% real el gasto público, eliminó transferencias discrecionales a provincias, congeló la obra pública y redujo al mínimo la inversión social directa. El gasto en jubilaciones, por ejemplo, cayó en términos reales, generando una pérdida del poder adquisitivo de los haberes. El gasto en educación, salud y subsidios también se redujo drásticamente. A la vez, se eliminaron los programas de precios y las intervenciones en mercados estratégicos, como alimentos y combustibles.
Desde el Gobierno se defiende este modelo como un “shock de realidad” necesario para estabilizar una economía al borde del colapso. Según el ministro de Economía, Luis Caputo, “el país estaba quebrado y hubo que tomar medidas dolorosas pero inevitables”.
Reacomodamiento cambiario y recomposición de reservas
En paralelo, el Gobierno implementó un esquema cambiario de flotación administrada, con un deslizamiento lento del tipo de cambio oficial, tras una devaluación inicial del 118% en diciembre. La brecha entre el dólar oficial y los financieros se redujo, aunque volvió a ampliarse en junio, generando presiones inflacionarias y especulativas que el Banco Central intenta contener con tasas positivas y restricciones indirectas a la demanda.
Pese a las dudas, las reservas internacionales brutas del BCRA se recuperaron parcialmente, gracias al superávit comercial, la eliminación de subsidios al dólar importador y acuerdos financieros puntuales como el repo con bancos internacionales. Aun así, las reservas netas siguen en terreno negativo y el Fondo Monetario Internacional observa con atención el cumplimiento de las metas del programa vigente.
Inflación en descenso, pero con efectos recesivos
Uno de los logros más destacados de la gestión Milei ha sido la baja de la inflación mensual, que pasó del 25% en diciembre al 4,2% en mayo, según el INDEC. Sin embargo, este descenso vino acompañado de una recesión profunda. La contracción de la actividad económica alcanza el 5,3% interanual según el EMAE, con sectores como la construcción, el comercio y la industria mostrando caídas superiores al 10%. El desempleo subió al 7,7% en el primer trimestre y la informalidad laboral volvió a crecer.
La contracción del consumo privado es uno de los factores centrales del nuevo equilibrio: los salarios reales, las jubilaciones y los ingresos informales cayeron fuertemente, afectando la demanda interna. En paralelo, los niveles de pobreza ya superan el 50% en algunas regiones del país, según mediciones de universidades y organismos sociales.
Para muchos analistas, esta estabilización vía recesión es frágil. “Si no hay una recuperación del ingreso y del crédito, será muy difícil sostener el equilibrio macro sin un costo social desbordante”, señala el economista Martín Alfie, de la consultora PxQ.
El rol del Estado: entre la desregulación y el vacío
La impronta ideológica del gobierno se traduce en una reducción del rol del Estado en la economía. A través de decretos, leyes y reformas administrativas, se eliminó buena parte del entramado regulatorio que sostenía al mercado interno: controles de precios, programas de fomento a la industria, subsidios al transporte y la energía, y asistencia a las pymes. También se promovió una desregulación laboral aún no aprobada por el Congreso, y una liberalización financiera que busca atraer inversiones extranjeras.
Sin embargo, estas reformas estructurales enfrentan resistencias. La “Ley Bases”, núcleo legislativo del plan de Milei, tuvo un derrotero accidentado en el Congreso y recién fue aprobada en junio tras múltiples concesiones. Aún resta conocer su impacto concreto, sobre todo en materia de privatizaciones y reforma fiscal.
Por otro lado, la eliminación abrupta del Estado como actor económico generó vacíos en áreas clave, como la obra pública paralizada, la salud sin coordinación federal o la ausencia de políticas de ingresos que contengan la desigualdad creciente.
La economía política del modelo: gobernabilidad y futuro
Uno de los grandes interrogantes que atraviesa al gobierno es la sostenibilidad política de su programa económico. Milei, sin estructura territorial propia y con escasa representación en el Congreso, depende de acuerdos frágiles con gobernadores y bloques parlamentarios opositores. La rebeldía de algunos mandatarios aliados frente a la concentración de recursos en Nación y la imposición de la “marca libertaria” en las elecciones provinciales pone de manifiesto que la gobernabilidad no está asegurada.
Además, el malestar social por la caída del poder adquisitivo y la pérdida de empleo se vuelve más visible, con protestas sindicales y reclamos sociales en aumento. El Gobierno, por ahora, apela a la “resiliencia del pueblo argentino” y al “horizonte de prosperidad” que promete su modelo, aunque sin garantías claras de cuándo comenzará a sentirse esa mejora en el bolsillo del ciudadano común.
Conclusión: un modelo en disputa
La economía argentina bajo Javier Milei se encuentra en un punto de inflexión. Ha logrado avances innegables en términos de equilibrio fiscal, baja de la inflación y reordenamiento externo, pero al costo de un ajuste que golpea con fuerza a los sectores más vulnerables, sin mostrar aún un sendero de crecimiento sostenido ni de inclusión social.
Las luces del orden macroeconómico conviven con las sombras de una recesión profunda y una sociedad en tensión. El futuro del experimento libertario dependerá, en gran medida, de su capacidad para construir gobernabilidad, moderar sus rigideces ideológicas y articular un proyecto de desarrollo que vaya más allá del ajuste.
Mientras tanto, el país observa con expectativa y escepticismo. Porque el “plan Milei” está lejos de haber terminado: recién está comenzando su verdadero desafío.