La Universidad y el Mito de la Educación Pública en Argentina: Una Reflexión Necesaria

El país está lleno de mitos, como sucede en todas las culturas, arraigados en nuestras costumbres y en hechos que, con el tiempo, se han transformado en intocables. Estas creencias se han convertido en parte del patrimonio nacional; nadie puede cuestionarlas ni intentar renovarlas. Quien ose manifestar algún tipo de desacuerdo con estos mitos enfrentará, inevitablemente, una reacción de escarnio. Hablamos, por ejemplo, de la tan mentada educación pública, la autonomía universitaria, la gratuidad y la democratización.

En este contexto, se ha construido un muro infranqueable que impide evaluar el funcionamiento de este sistema. Los paladines de este resguardo son los rectores, vicerrectores, directores, jefes de cátedra, centros de estudiantes y la Federación Universitaria (FUBA). Todos ellos se atribuyen el derecho a administrar y regular el presupuesto y los planes de estudio, así como a defenderse de quienes se atrevan a cuestionar su funcionamiento o a investigar la justa y equitativa distribución de los recursos que el Estado les concede. Se comportan como si en ellos se resguardara la excelencia, el acervo cultural y el núcleo de la tradición de nuestro ser nacional.

Sin embargo, tengo otra mirada. La crisis económica que padecemos, producto de administraciones incapaces o irresponsables, afecta a toda la sociedad. Impacta en la salud, la seguridad y la vida cotidiana de los jubilados y de los sectores más rezagados de los barrios más pobres del conurbano, así como en los bolsones empobrecidos y envueltos en sistemas feudales y caducos del norte argentino.

Millones de personas no tienen acceso a alimentación básica, educación, salud ni, mucho menos, a un régimen sanitario adecuado. Muchos carecen de cloacas y agua potable, y los niños son portadores en sus cuerpos y cerebros de años de mala alimentación. En muchos casos, están desprovistos de cualquier tipo de sostén psicológico. Familias desintegradas e incapaces de prever cómo será su vida al amanecer del día siguiente.

Es claro que los estudiantes de clase media, los intelectuales y académicos, así como los políticos vinculados a ese millonario presupuesto que nadie se atreve a cuestionar, priorizan sus reclamos como incuestionables, argumentando que estaría en peligro la educación pública y, por ende, el futuro de las próximas generaciones. Sin querer reconocer que, alejados de la gente, forman parte de una élite privilegiada, ignoran que ya esa generación que dicen garantizar está en peligro.

Sin dramatizar, diría que ya han perdido: están muy lejos de la realidad de miles y miles de niños y jóvenes que no tienen posibilidades de tener un futuro en nuestra generosa Argentina, donde todos salen a la calle con el falso orgullo de contar con una universidad que ocupa el puesto 90 en el ranking de universidades de excelencia en el mundo.

La universidad argentina ya no es el lugar donde estudian los hijos de obreros, como ocurría en épocas en que existía una fuerte y consolidada clase trabajadora. Hoy, la universidad argentina consolida una élite que ve peligrar esa panacea donde se puede hacer lo que uno quiera sin que nadie se atreva a cuestionar.

Me agota ver cómo los argentinos solo notamos la paja en nuestro ojo y somos incapaces de ver el conjunto. No sé si está bien lo que Milei se propone, si realmente los docentes universitarios deben ganar más que los médicos, los agentes de seguridad y los trabajadores de las fuerzas de seguridad. No estoy seguro de que su tarea deba ser mejor remunerada que la de un obrero especializado, un barrendero o un cirujano.

Quizás tengo claro, aunque suene pragmático, que hay dos cosas que demandamos: primero, queremos saber en qué se gasta el dinero, y segundo, que el gobierno reconozca que la comunidad universitaria debería defender el equilibrio fiscal y el ordenamiento de las cuentas públicas. Gracias a esas medidas, que hasta ahora han sido exitosas, la inflación, el principal flagelo de los pobres, está a la baja.

Toda propuesta presupuestaria debe tener un sustento económico para que los precios sigan bajando y la gente, todos aquellos a quienes hemos mencionado, puedan al menos acceder a una alimentación básica con las proteínas necesarias para, posteriormente, estar en condiciones de acceder a una educación plena.

Si no vemos el bosque, el árbol de nuestra ignorancia no nos deja ver que Argentina es mucho más que las cuatro paredes de ese monumental edificio donde abreva el mundo académico, campana de cristal.

Osvaldo González Iglesias – Escritor – Editor


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