Hace 101 años nacía Paulo Freire, su propuesta pedagógica dialoguista, de pensamiento crítico como herramienta, con foco en la educación popular y en la otredad, continúa vigente e inspira a educadores y educandos
Por Eliana Cabrera
Paulo Freire nació un 19 de septiembre de 1921 en Recife, Brasil. Su familia fue de clase media y conoció la pobreza después de la crisis económica de 1930.
Estudió derecho, psicología del lenguaje y se doctoró en Filosofía e Historia de la Educación. Para los y las docentes, así como también para estudiantes que están formándose, es un autor de lectura casi obligada y muchas veces una inspiración para sus prácticas.
En los 60, comenzó a trabajar en un contexto de pobreza latinoamericana, del cual Brasil no era una excepción, para ayudar a marginados y oprimidos, principalmente a aquellos que no sabían leer ni escribir, fomentando la creación de “Círculos de Cultura”, lugares donde la gente acudía para aprender a leer y escribir.
Para Freire, la educación es una herramienta de libertad y transformación de la realidad, que se lleva a cabo en común-unión con otras personas “nadie educa a nadie, pero al mismo tiempo nadie se educa enteramente solo”.
Freire es el principal referente de la pedagogía crítica, una corriente pedagógica que se contrapone a la llamada “educación bancaria”, término descripto en su libro Pedagogía del oprimido, publicado entre 1970 y 1974. Allí, el autor denuncia el carácter domesticador y de dominación de una educación que lleva a los y las estudiantes a aceptar, conformarse y adaptarse a la realidad en lugar de comprenderla críticamente.
Su propuesta, en cambio, consiste en concebir la educación como herramienta de transformación de la realidad y de emancipación cultural y social.
El papel de los y las educadores consistiría en guiar a sus educandos para que sean conscientes de la sociedad que los rodea y condiciona, y que luego puedan adquirir herramientas para cuestionarla, transformarla y participar para luchar por una realidad más democrática.
Las teorías y propuestas pedagógicas de Freire están basadas en su experiencia como profesor en espacios de alfabetización de adultos.
Una visión “ingenua” de la enseñanza de escritura y lectura consiste en creer que las personas analfabetas tienen una “incapacidad”, y la solución que se propone es que el o la docente intervengan como guías para una mera repetición mecánica de palabras, sílabas y letras arbitrarias, generalmente propuestas en un manual de lectura.
Una alfabetización crítica, en cambio, sostiene que debe partirse de la realidad inmediata de los educandos, tener en cuenta sus experiencias y a partir de allí seleccionar palabras y situaciones problemáticas y cotidianas, de modo que el enriquecimiento progresivo del lenguaje les permita apropiarse y dialogar sobre esa sociedad que los afecta.
El dominio de la lengua es el primer paso para cuestionar realidades injustas y luchar por cambiarlas. El diálogo con otras personas permite también que los y las oprimidas dentro de un sistema de desigualdad puedan reconocerse como tales y enfrentarse a los grupos opresores-dominantes y sus ideologías.
¿Freire es temido por los sectores más conservadores?
En 2004 surgió en Brasil un movimiento denominado Escuela sin Partido que ganó fuerza en 2018 tras la elección de Jair Bolsonaro como presidente.
Se define como una iniciativa de padres y estudiantes que quieren evitar el “adoctrinamiento político e ideológico en las escuelas” y con el apoyo de Bolsonaro se propusieron censurar a Paulo Freire y eliminar todas las iniciativas educativas ligadas a la educación popular y pedagogías críticas. ¿Las razones? La educación popular y crítica tiene un gran potencial organizativo; no solo ayuda a comprender mejor la sociedad, aumentando las posibilidades de cambiarla, sino que también puede facilitar la agrupación y creación de colectivos con intereses comunes que puedan luego participar en espacios políticos, dentro o fuera de las escuelas.
Para Freire, la educación es una práctica de libertad y de esperanza, “no cambia al mundo, pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Quizás sea esto lo que genere temor e inquietud en sectores conservadores que no desean que las personas cuestionen y modifiquen el orden instituido que beneficia a unos pocos.
Una experiencia de educación popular
Pedro Gregorio Enríquez es docente de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, en el Departamento de Educación y Formación Docente, y trabaja en una cátedra sobre marginalidad y exclusión urbana y rural, y en un taller dedicado a reflexionar acerca la realidad educativa y social.
También es integrante de una organización dedicada a la educación popular llamada “Minga”. Allí están realizando un taller de aprendizaje escolar en el barrio La República, en el comedor comunitario “Manos a las obras”.
Las actividades surgen al finalizar la pandemia, ya que advirtieron un fuerte proceso de desigualdad que se había profundizado. “Los niños de clase media para arriba tenían su computadora, su conectividad, su docente. No tenían instancias de clases presenciales pero tenían una infraestructura en términos de digitalización y docentes trabajando en ello. En cambio, en los sectores populares y barriadas ha sido distinto”, afirma Enríquez. La conectividad no es por el momento muy buena en sectores populares”.
“Las actividades escolares se llevaron a cabo a partir del único teléfono, la única computadora o dispositivo electrónico que tenía la familia, o buscando fotocopias de las actividades en comercios de la zona”. Esto habría aumentado la brecha de desigualdad en cuanto a saberes, ya que se empobrecieron sus procesos escolares, y la vuelta a la escuela los evidenció. Así fue que un grupo de docentes y estudiantes de la Facultad de Ciencias Humanas se reunió y se contactó con algunos niños y adultos del barrio La República, encontrándose semanalmente para trabajar en su aprendizaje, “no tratando de escolarizar sino de generar actividades y juegos que permitieran al niño aprender ciertos contenidos y significarlos”, sostiene Enríquez.
Esta propuesta se basa en la idea de que el niño es protagonista de su aprendizaje, “y en el pensamiento de Freire, que propicia la idea de que los sectores populares sean protagonistas de su propia historia”. Esta experiencia apunta a que los niños y niñas puedan aprender no solo los contenidos escolares sino también a ser ciudadanos activos y comprometidos con la realidad.
Pedro Enríquez cuenta que la jornada se divide en tres momentos: un desayuno, luego un espacio de aprendizaje donde se resuelven problemáticas referidas a lo escolar, y un tercer espacio de talleres, donde se está proyectando uno de murga, alfarería y huerta.
Ahora bien, ¿cómo se puede llevar adelante la educación popular en el marco de las escuelas convencionales y tradicionales? “Nos remite a pensar no solo en el plano de la experiencia sino en una construcción teórica. La educación tradicional, ‘bancaria’, que se ha producido desde los inicios de nuestro sistema educativo que surgió con la ley 1420 a fines de siglo XIX en virtud de la cual se genera la enseñanza de ciertos contenidos para construir un ciudadano que se amoldara al Estado Nación que quería.
La educación popular, en cambio, surge en la década del ’60, muchas de estas experiencias por fuera del sistema educativo, y apuntaba a que los sectores populares se apropiaran de ciertos saberes para convertirse en sujetos políticos. Sería interesante pensar que nuestro sistema educativo y las escuelas se rijan ya no por los modelos tradicionales de educación sino por los principios de educación popular. Pero eso exige un cambio sustantivo en el sistema educativo, hay que modificar la estructura organizativa, la comunidad de la escuela, los contenidos…significa un cambio radical, refundar una institución educativa. Es algo interesante para pensar”, reflexiona el docente.
Paulo Freire asoció el rol de la docencia con el de la revolución y la esperanza. Propicia el encuentro con otros con el objetivo de pensar juntos en un mundo que puede ser transformado.
La certeza de que la educación puede ayudarnos a buscar mayor justicia e igualdad es motivo de alegría y motivación para seguir intentándolo, ya que como él mismo dijo “la desesperanza es una forma de silenciar, de negar el mundo, de huir de él. La deshumanización que resulta del ‘orden injusto’, no puede ser razón para la pérdida de la esperanza, por el contrario, debe ser motivo de una mayor esperanza, la que conduce a la búsqueda incesante de la instauración de la humanidad negada en la injusticia”.