Parece que estamos viviendo una era en la que un sinfín de hechos salen a la luz, exponiendo las facetas más oscuras del ser humano. Quizás sean las redes sociales, la masiva cantidad de información, verídica o falsa, que circula por las múltiples plataformas, o tal vez la explosión de sensacionalismo que invade los medios de comunicación desde hace años, especialmente los noticieros, donde el espectáculo y el chisme, cada vez más escabrosos, capturan la atención del público. Un ejemplo reciente de este fenómeno es el caso del niño desaparecido en Corrientes, que ha destapado intrigas familiares y oscuros detalles que antes permanecían ocultos.
Sin embargo, más allá de la exposición de estos hechos, lo que se está revelando es cómo el “rey” queda desnudo ante sus súbditos, dejando al descubierto sus miserias. Ya no son la corona revestida en oro y diamantes, las telas de sus capas, sus carruajes, ni sus mujeres lo que idealizan los pobres de la gleba. Ahora, ya no ven en sus representantes, en este caso divino, a un verdadero enviado del magnífico y magnánimo Dios.
Los políticos están siendo expuestos, y sus más repugnantes deformaciones salen a la luz. Sus discursos se hacen pedazos, y sus actos, que antes simulaban frente a las cámaras, ahora revelan su intimidad, sus comportamientos, y su verdadera forma de pensar.
Lo sorprendente, quizá, no es descubrir la inmoralidad de estos comportamientos, que podrían limitarse a la vida personal de cada uno. Sin embargo, en este caso, afecta a todos los ciudadanos, al saber que estamos en manos de personas desequilibradas. Nos asombra, a nosotros, los argentinos, que sabemos lidiar con el disimulo de nuestros políticos y que, en algunos casos, también somos reflejo de esos hombres. Quizás por imitación, o porque vemos que es posible, que es impune, y que si ellos pueden, ¿por qué no nosotros, simples mortales?
Lo que conmueve es la facilidad con la que han desarrollado un sentido del engaño, en muchos casos de forma sublime y ostensiva. Su verborragia, planteando convicciones con vehemencia, como si esas convicciones fueran principios sólidos y arraigados, no es más que una simulación, un engaño. Me asombra cómo alguien puede vivir con tal dualidad, cómo puede llevar en su vida ese doble carácter moral. No porque no puedan ser artistas avezados con gran destreza actoral, sino porque logran fraccionar en su mente dos comportamientos tan extremos sin volverse locos.
Parece que la ambición, el dinero y el deseo de perpetuarse en el poder, por razones que solo ellos pueden explicar, les permite mantener esta ambivalencia y desequilibrio.
Podemos ver un ejemplo claro en Alberto Fernández, quien ante las cámaras parece un paladín de la justicia, la moralidad, la firmeza de convicciones y la empatía profunda. Sin embargo, puede llegar a ser todo lo contrario, rozando el comportamiento de un depravado y cínico, sin que eso altere su conciencia, sin asumir nunca un grado de arrepentimiento ni dar explicaciones sobre comportamientos claramente evidentes. ¿Será una ignorancia innata? No, son personas constituidas de esa forma, con una psique que se ha estructurado así durante años.
Pero, como decíamos, no es solo él. Nuestra clase política en general no está lejos de estos comportamientos. No quiero cansar con ejemplos, pero abundan. Lo sucedido recientemente en Misiones nos ayuda a destacar el caso más reciente: ¿nadie vio nada? ¿Nadie sabía nada? ¿Los políticos más resonantes del lugar desconocían lo que pasaba en un pueblo tan pequeño como Apóstoles, a pocos kilómetros de Posadas, de donde eran oriundos esos niños?
Los ejemplos abundan. ¿Podemos considerar que Cristina Kirchner está cuerda cuando dice una cosa un día y al siguiente otra, cuando habla del pueblo mientras no hizo más que saquearlo, viviendo en el lujo?
Para no cansar, los ejemplos son muchos. Veremos qué sucede con Milei y sus restricciones al acceso a la información. ¿No estará abriendo el camino a hechos similares? ¿No será peligroso no saber qué pasa en esa gran mansión que es la Quinta de Olivos?
Para concluir estas reflexiones, me pregunto si estamos exentos de estos comportamientos, aunque no estemos manejando los resortes del poder. Como decía Foucault, existen miles de micro poderes: la familia, la escuela, la oficina, etc. Lo que pasa con Loan nos muestra que los simples mortales también estamos sujetos a estos comportamientos. ¿Cómo se concibe que los detenidos por ese caso en las cárceles correntinas, más parientes y vecinos, hayan mantenido tal hermetismo sin que nadie diga, a esta altura, dónde está Loan?
Osvaldo González Iglesias – Editor -Escritor