En la vida cotidiana, hay fuerzas invisibles que nos empujan a actuar, crear, construir o fracasar. Desde levantarse de la cama hasta afrontar un proyecto artístico, político o afectivo, algo opera más allá de la conciencia: una pulsión que sostiene el deseo y configura la subjetividad. El psicoanálisis lacaniano, con su complejidad teórica y su compromiso con el inconsciente, ofrece herramientas para pensar hasta qué punto esa energía libidinal determina —o sabotea— nuestro impulso de realización.
A diferencia de las teorías psicológicas convencionales, que suelen entender la realización personal en clave de objetivos, autoestima o autorregulación, el psicoanálisis insiste en que la realización no es una meta externa sino una estructura interna atravesada por la falta, el deseo y el goce. Y aquí entra en juego la libido: no solo como energía sexual, sino como un empuje vital que puede sublimarse en actos creativos, decisiones existenciales o vínculos transformadores.
¿Qué es la libido para Lacan?
Lacan retoma el concepto de libido de Freud, pero lo radicaliza. Para el maestro francés, la libido no es simplemente una energía sexual reprimida o canalizada, sino un modo en que el sujeto se relaciona con el deseo, el lenguaje y el Otro. “No hay relación sexual” —afirma Lacan— porque el deseo nunca se satisface plenamente: se desplaza, se enmascara, se simboliza. El sujeto está estructurado por la falta, y la libido es esa energía que circula alrededor de lo que no se puede tener del todo.
El deseo, entonces, no es equivalente al querer consciente. Es más bien un empuje inconsciente que se apoya en el significante, y la libido es su combustible. La vida cotidiana, para el sujeto lacaniano, está atravesada por este juego de desplazamientos y retornos: el acto de cocinar, de trabajar, de militar o de escribir puede ser una vía de realización en la medida en que el deseo se pone en marcha y la libido se sublima.
Libido, goce y realización: una ecuación compleja
Ahora bien, ¿cómo influye la libido en la realización del individuo? Para Lacan, la libido puede articularse en dos destinos principales: el deseo (que implica una cierta distancia, una búsqueda) y el goce (que se vincula a la repetición y al exceso). Mientras el deseo sostiene una tensión creativa, el goce puede conducir al encierro, al síntoma, al acto fallido o incluso al sabotaje de uno mismo.
En este sentido, la realización no es simplemente cumplir metas o alcanzar un ideal del yo. Es más bien la capacidad de inscribir el deseo en una praxis simbólica, de darle forma a través de una obra, una elección, una palabra. La libido que no encuentra cauce en el deseo puede volverse goce mortífero: adicciones, inhibiciones, compulsiones. Por eso, en la clínica lacaniana, uno de los objetivos del análisis es reubicar la libido en una lógica deseante, capaz de habilitar al sujeto a un decir propio, una invención, una posición subjetiva menos alienada.
El síntoma como realización desplazada
El síntoma, en términos lacanianos, es una forma de satisfacción libidinal. Lejos de ser un mero obstáculo, es un modo de realización deformada, encubierta, cifrada. Un individuo que fracasa sistemáticamente en sus relaciones amorosas, que boicotea sus proyectos o que se repite en situaciones laborales insoportables, está expresando una realización sintomática de su deseo. La libido encuentra ahí un modo de inscribirse, aunque sea en la vía del malestar.
Pero el síntoma también puede devenir letra, creación, saber hacer con lo que no anda. Cuando el sujeto puede asumir su implicación en ese circuito —no como culpa, sino como responsabilidad simbólica— puede, eventualmente, transformar el síntoma en estilo. Esa es, para Lacan, una de las formas más altas de realización: no eliminar la falta, sino saber operar con ella.
El cotidiano como escenario del deseo
La vida cotidiana, lejos de ser una trivialidad, es el terreno donde se juega la estructuración subjetiva. Desde el tipo de vínculo que establecemos con el trabajo hasta la manera en que nos relacionamos con el tiempo libre, las decisiones que tomamos, los objetos que elegimos, todo habla de nuestra posición deseante. La libido se manifiesta en los detalles: una obsesión por el orden, una necesidad constante de reconocimiento, un gusto por el riesgo o una inhibición paralizante pueden ser signos de cómo esa energía está siendo tramitada.
Lo importante, según el enfoque lacaniano, no es “satisfacer” el deseo, sino sostenerlo. Es en esa tensión, en esa falta que no se colma, donde el sujeto puede realizarse simbólicamente: fundando un sentido, apropiándose de su historia, reinventando su lugar en el mundo. La libido, entonces, no es solo una fuerza biológica, sino una potencia narrativa: lo que impulsa al sujeto a decir algo singular sobre su existencia.
El deseo no se realiza: se sostiene
A diferencia de las promesas del coaching o de ciertos discursos de autoayuda que prometen “realización personal plena”, el psicoanálisis lacaniano parte de otra ética: la del deseo como falta estructural, como motor de búsqueda y no de plenitud. La realización, en este marco, no es un estado a alcanzar, sino un modo de habitar el deseo, de inscribirlo en la lengua, en el lazo social, en el acto.
La libido cotidiana, cuando se articula con el deseo, permite crear, elegir, posicionarse. Cuando se desvía al goce, puede encapsular al sujeto en círculos de repetición. La tarea del análisis, y también de cierta lucidez ética, es poder discernir esas vías y construir, ahí donde no hay garantía, un destino menos mortífero para el impulso vital.