En mi sala del tribunal, no sentirán el látigo del prejuicio en la piel.
Por Siro Darlan*
Escribir este artículo me resulta doloroso, escribirlo es admitir que hay algo mal, muy mal, en el área a la que dediqué mi vida
profesional, que es el Poder Judicial brasileño. Hoy tengo más de 40 años de magistratura, y esta experiencia se funde con mi existencia misma.
Antes de entrar en el caso que me trae a estas páginas, les contaré algunas líneas de mi trayectoria que considero esenciales para la comprensión de los hechos.
Nacido en Cajazeiras, en Paraíba, llegué a Río de niño vine con
mi madre, que había decidido dejar el noreste y probar una vida mejor en Río de Janeiro, entonces la capital de Brasil. Llegamos con mis hermanos pasando por muchas dificultades comunes a los migrantes del noreste, dificultades, que persisten hasta el día de hoy, vale la pena señalar.
Así que aprendí por mí mismo lo que es ser un joven pobre en un
gran ciudad brasileña. Si no fuera por el amor de mi madre, si no fuera por su contención. No faltó el amor de mis hermanos, si fui acogido por los agustinos del Colegio San Agustín, también aprendí las penurias de un internado público. Era la vida contada de una costurera para mantener a sus hijos de una vieja máquina Singer.
De esta experiencia vino la conmiseración por aquellos que fracasan en la vida y comprensión de lo importante que es dar, especialmente a los jóvenes, una segunda oportunidad, una segunda oportunidad de recuperación.
Preferimos imprudentemente arrojar a la gente a las verdaderas mazmorras de nuestro sistema penitenciario para escucharlos y tratar de darles la oportunidad de retomar su vidas, sus ciudadanías.
Tuve la suerte de ser el juez titular del Juzgado Segundo de la Infancia y, al poco tiempo después del Juzgado Primero de Niñez cuando el Estatuto del Niños y Adolescentes, creado por la Ley 8069, del 13 de julio de 1990.
Respondí por estos Tribunales desde 1991 hasta 2004, en donde trabajé dando a conocer a la sociedad los derechos de los niños, niñas y adolescentes, derechos estos que se vuelven aún más importantes cuando se trata de niños desamparados, viviendo en las calles, siendo víctimas de todo tipo de violencia y arbitrariedad. Pero no sólo estos niños merecieron la atención de la Justicia en este
tiempo. También investigamos quejas de jóvenes que vivían en
situaciones inadecuadas para su formación psicológica cuando se emplean en grandes grupos mediáticos. Eran jóvenes que trabajando como actores y extras no recibieron el apoyo psicológico que merecían cuando escenificaban escenas fuertes que no correspondían a su época.
Además de esto, también el horario de sus actividades profesionales no era compatible con su escuelas, lo que redunda en perjuicio de sus estudios.
Estas medid me trajeron enemistad y malentendidos, con muchos acusándonos de buscar el foco mediático y generar polémicas inútiles y innecesario.
Nada de esto podría impedirme lo que enfrento hoy, una persecución implacable de mis propios compañeros, algunos de ellos antiguos amigos. Me tramaron un juicio en el que se me acusaba de haber vendido un veredicto. Fui absuelto de este proceso en el Supremo Tribunal Federal (STF) por HC 200.197 informado por el Ministro Edson Fachin, permaneciendo allí probado exhaustivamente mi inocencia ante la insidiosa acusación la que afectaba mi honor profesional y personal.
Pero esto no fue suficiente para calmar la ira de mis detractores derrotado en instancia penal, decidieron eludir mi absolución colocando ahora un proceso administrativo con el que pretenden empañar mi carrera construido dentro de las mejores prácticas del poder judicial con un jubilación forzosa.
Los motivos son otra vez falsos y el resultado del trabajo de las mentes distorsionada por el mal, por la falta de equilibrio moral. Me acusan haber visitado a un preso sin haber seguido las rutinas necesarias, bueno, yo de hecho, visité la prisión en busca de informacion para preparar mi tesis de la Escuela Nacional de Formación de Magistrados, cuyo tema aprobado fue “La racismo estructural causado por el sobreencarcelamiento”, tesis que concluí con todas las méritos académicos y que trata de otro interés transversal en mi carrera, que es la protección de las víctimas del racismo, esta sociopatía que aqueja sociedad brasileña y se refleja fuertemente en el sistema judicial.
Este interés mío en verificar los excesos a los que están sometidos los afrobrasileños sometidos diariamente en las calles, en vehículos policiales, en comisarías, en juzgados y prisiones de todo Brasil no es bien visto por quienes acusar, para ellos, me falta el vigor para incluir a una gran parte de los brasileños.
Quienes viven en un mundo sin oportunidades, sin ser respetados por el Estado, ellos si se olvidan del color de mi piel, se olvidan de mis años de internado público, se olvidan las jornadas de 16, 18 horas de trabajo que viví hasta llegar.