La guerra de Israel en Gaza no va solo de destruir a Hamás. Es también una confrontación entre Israel y su principal adversario regional: Irán y sus milicias satélites. La República Islámica ha aumentado mucho su influencia en la región. También ha conseguido desarrollar una importante industria militar, sobre todo en su capacidad ofensiva aérea, a través de misiles y drones. También, según Estados Unidos, no ha renunciado a desarrollar su programa nuclear.
Israel lo acusa de financiar a las milicias responsables de la inestabilidad en la región, como Hezbolá en Líbano o las milicias hutíes en Yemen. Teherán persigue la destrucción de Israel y su política es abiertamente antisemita. Ni Israel ni Estados Unidos han atacado nunca directamente a Irán, pero sí han golpeado las milicias afines en Líbano, Irak y Siria. Todos estos elementos aumentan el riesgo de que el conflicto en Gaza cobre una nueva dimensión. La posibilidad de una expansión del conflicto al Líbano podría tener consecuencias imprevisibles y desencadenar una guerra en más frentes, que pudiera involucrar —aunque de forma indirecta— tanto a Irán como a Estados Unidos. La opción de una guerra larga y cada vez más extendida y compleja podría representar también la única posibilidad del premier israelí, Benjamín Netanyahu, de mantenerse en el cargo y esconder sus fracasos.