Irán entre ruinas y silencio: la desaparición de Khamenei tras el ataque aéreo desata una lucha interna por el poder

La ofensiva aérea conjunta de Estados Unidos e Israel contra tres instalaciones nucleares clave en Irán —Natanz, Fordow y Arak— marcó el inicio de una escalada que mantuvo en vilo a la región. El contraataque iraní con misiles balísticos sobre una base militar estadounidense en Qatar y la posterior firma de un alto el fuego con Israel cerraron el capítulo militar inmediato, pero abrieron una grieta aún más profunda: la interna del poder en Teherán.

Mientras se desarrollaban estos episodios, el líder supremo Ali Khamenei —máxima figura política, religiosa y militar del país— desapareció de la escena pública. Desde hace días no emite mensajes ni aparece en actos oficiales. Su silencio, en medio de la mayor crisis del régimen en los últimos años, ha profundizado la incertidumbre sobre quién toma las decisiones en Irán.

El desconcierto se extendió incluso a la televisión estatal, cuando un presentador aludió abiertamente a la ausencia del ayatolá durante una entrevista en vivo con Mehdi Fazaeli, director del archivo oficial de Khamenei. Lejos de despejar dudas, Fazaeli solo pidió «rezar» y aseguró que las personas a cargo de la seguridad del líder «cumplen con su labor», sin mostrar pruebas de vida.

Según fuentes cercanas al aparato de seguridad, el líder supremo estaría aislado en un búnker subterráneo en Teherán, incomunicado por razones de protocolo y seguridad, incluso después de firmarse la tregua con Israel. Las comunicaciones electrónicas habrían sido suspendidas ante el temor de un posible intento de magnicidio.

En ese vacío de poder emergen dos bloques enfrentados en el seno del régimen. Por un lado, el presidente Masoud Pezeshkian, junto al jefe del Poder Judicial, Gholam-Hossein Mohseni-Ejei, y el comandante de las Fuerzas Armadas, Abdolrahim Mousavi, impulsan una estrategia de contención. Apuntan a reabrir canales diplomáticos con Occidente y a reorganizar el mando político ante la inacción del líder supremo. “La guerra y la unidad del pueblo han creado una oportunidad para revisar nuestra gobernanza”, sostuvo Pezeshkian.

En la vereda opuesta se encuentra el ala dura, liderada por el ex negociador nuclear Saeed Jalili, con respaldo de amplios sectores del Parlamento y de la Guardia Revolucionaria. Este grupo no sólo cuestionó la tregua sino que acusó a Pezeshkian de actuar sin el aval de Khamenei y de exhibir “incompetencia política” en plena crisis. “No combatimos a Israel durante doce días para ahora enfrentar a quienes, desde dentro, completan el rompecabezas del enemigo con sus plumas”, lanzó el portavoz del régimen, Ali Ahmadnia.

A pesar del alto el fuego, el futuro del programa nuclear iraní permanece incierto. El ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, y el director de la Organización de Energía Atómica de Irán, Mohammad Eslami, anunciaron la reconstrucción de las instalaciones destruidas y el mantenimiento del plan de enriquecimiento de uranio, pero no mencionaron instrucciones directas de Khamenei.

El silencio del líder también ha desdibujado el relato oficial. A pesar de gestos propagandísticos como el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional en la plaza Azadi de Teherán, el relato de la “victoria estratégica” pierde fuerza sin la figura visible del ayatolá. Las consecuencias materiales del ataque —más de 600 muertos, escasez de alimentos, cortes de energía y restricciones de internet— alimentan el malestar social.

Incluso desde las bases del régimen comienzan a filtrarse señales de alarma. En redes sociales, militantes afines al gobierno exigen una aparición pública. “Si estuviera muerto, su funeral sería masivo”, declaró Mohsen Khalifeh, editor del diario Khaneman. Otros, como la investigadora Sanam Vakil, de Chatham House, advierten que si el líder no aparece antes de Ashura —fecha clave del calendario chiita— el régimen podría enfrentar un colapso de credibilidad.

Irán navega entre las ruinas del ataque, la presión internacional y una crisis de liderazgo sin precedentes. El futuro inmediato dependerá no sólo de si Khamenei está vivo o no, sino de si su ausencia precipita una sucesión ordenada o un conflicto interno por el control del poder.


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