¿Habrá un cambio verdadero en Colombia?

María Teresa Ronderos es la directora del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP).

El resultado de las elecciones presidenciales del domingo 29 de mayo en Colombia augura un giro radical en el país. Hastiada de la clase dirigente, y luego del gobierno particularmente impopular de Iván Duque, la gente votó por el cambio. A la cabeza quedó, con 8.5 millones.

de votos, Gustavo Petro, de 62 años y líder del Pacto Histórico, la más exitosa coalición de izquierda de la historia colombiana que promete sacudir décadas de injusticia social acumulada. Con casi seis millones le siguió Rodolfo Hernández, de 77 años y exalcalde de Bucaramanga —una ciudad intermedia al nororiente del país—, que repite con acento golpeado y malas palabras que está contra los corruptos y sinvergüenzas.

Hernández, sin partido pero a través de la Liga de gobernantes anticorrupción, le ganó al candidato oficialista, Federico “Fico” Gutiérrez, un popular exalcalde de Medellín que gozaba del respaldo de los viejos partidos Liberal y Conservador, y del uribismo, esa fuerza de derecha liderada por el expresidente Álvaro Uribe que llevaba más de 20 años ganando elecciones.

¿Por qué su derrota? En 2019 y en 2021 millones de ciudadanos se movilizaron en protestas —algunas violentas— que duraron meses. El uribismo creyó que el descontento había pasado. Tanto, que el presidente Duque dijo en una entrevista hace poco que, si pudiera relanzarse, saldría reelegido. Estaba equivocado. Los votantes no solo castigaron a su gobierno dedicado a “homenajear amigos con cargos del Estado, a repartir contratos y a pasear con su hermano por el mundo”, como lo escribió el periodista Daniel Coronell, sino a los partidos que lo respaldan.

De Hernández se sabe poco. Se ha creado una imagen antipolíticos y resultaron eficaces su campaña de mensajes ultrasimples en TikTok y su hábil manejo de redes, similar a la de Jair Bolsonaro y Nayib Bukele, en Brasil y El Salvador. Es difícil saber si llegó a montar, como ellos, campañas sucias en redes para desprestigiar a sus contendientes, como las que encontraron investigaciones periodísticas con una narrativa parecida a la suya.

Como él mismo dijo a CNN tras su triunfo, ganó porque generó emociones alrededor de una frase sencilla: “No mentir, no robar, no matar, no traicionar, cero impunidad”. Por él votaron las regiones centrales del país, familias conservadoras de ciudades pequeñas y medianas que se identifican con su mensaje anticorrupción pero que, sobre todo, votaron contra el izquierdista Petro pues temen perder sus pensiones, ser expropiados y caer en “la pesadilla venezolana”.

Estos temores han sido alimentados desde la derecha, pese a que Petro ha explicado hasta el cansancio que cree en la democracia y las libertades. Y, al fin y al cabo, ha jugado en el sistema democrático por más de 30 años como representante a la Cámara, senador y alcalde de Bogotá.

Los votos de Petro son de otra proveniencia. Lo favorecieron los habitantes más marginados y pobres de las zonas costeras y selváticas del país. También habitantes urbanos más educados de Cali, Barranquilla y Medellín, entre ellos los que marcharon en las protestas de los últimos años. Se identifican con su propuesta de inclusión social

de minorías étnicas y mujeres, redistribución del ingreso y cambio de modelo productivo para luchar contra el cambio climático y no depender de la producción del petróleo y carbón.

Es una incógnita cómo logrará Hernández mantener su discurso antipolítico cuando Fico, el candidato oficialista, ya le ofreció su apoyo. Su respuesta al respecto fue ambigua: “Sigo siendo independiente, pero recibo los apoyos a mi filosofía”, dijo a CNN, subrayando la urgencia de “sacar a los ladrones del gobierno”.

Para Petro el desafío está en convencer a esa ciudadanía conservadora de que, como dijo en su discurso de triunfo el domingo, el suyo es un cambio serio, bajo las reglas de juego democrático para reestablecer una paz que solo tendrá bases firmes si se asienta sobre la justicia social y un desarrollo ambientalmente sostenible. “Hoy se define qué clase de cambio queremos: si suicidarnos o avanzar”, exclamó.

Sin importar quién gane, gobernar a una Colombia en aprietos será una tarea difícil. El país tiene la segunda peor desigualdad económica de América Latina, con un índice de Gini de 54.2 (cuando la máxima desigualdad es 100). “La tributación en Colombia es regresiva,

inequitativa, ineficiente y no es redistributiva”, dijo en un conversatorio reciente el economista Luis Jorge Garay.

El déficit fiscal de 7.1% el año pasado, uno de los más altos registrados, torna difícil atender a 39.3% de la población que está en pobreza monetaria, y otra tercera parte está amenazada con caer en ella si la inflación (9.3% en abril) no cesa y les roba su poder adquisitivo.

Y la violencia, que había mermado desde 2015 con los procesos de paz con paramilitares y guerrillas, volvió a crecer en 2021 a casi 27 homicidios por cada 100,000 habitantes. Fue el primer año, desde 2013, donde se rompió la barrera de los 13,000 homicidios. Grupos criminales decretaron un “paro armado” en mayo que paralizó buena parte de la Costa Caribe, y la fuerza pública ha estado inmersa en episodios de violaciones a los derechos humanos.

Desvertebrar a los grupos criminales requiere de recursos para inteligencia policial y una fuerza pública transparente. Pero estos escasean y las fuerzas militares han estado involucradas en escándalos

de mal manejo de recursos.

Ante esto Hernández, a no ser que se entregue al uribismo para ganar y nada se altere, no contará con un equipo ni un plan elaborado de gobierno, y su sueño de “sacar a todos esos ladrones” del sector público estará en manos de los órganos fiscalizadores que, al menos por dos años más, controlarán esos partidos de derecha que fueron derrotados en la primera vuelta.

Si gana Petro, tendría una representación mayor en el Congreso, pero no una mayoría. Habría una resistencia poderosa a sus reformas fiscales y pensionales, y las fuerzas militares ya han expresado que no estarán en su club de fans.

Además, los dos han despertado tremendas expectativas de cambio y la gente querrá ver resultados pronto. Si no, volverán a la calle a reclamar.

Pese a ello, y a pesar de los obstáculos, solo con haber derrotado a las maquinarias partidistas dejando al desnudo la fragilidad de su legitimidad, ambos candidatos ya abrieron una gran esperanza para que Colombia cambie y resuelva sus problemas postergados. Y a veces, la esperanza mueve montañas.

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