La posición frente a la guerra en Gaza revela, además de una doble vara de las democracias occidentales, un quiebre más profundo que no permite vislumbrar que la solidaridad con Ucrania conduzca a un orden internacional más justo. Pero no solo el Norte global muestra una profunda hipocresía: los discursos antioccidentales del Sur permiten también justificar derivas culturalistas y reaccionarias.
Los últimos dos años han sido testigos de acalorados debates sobre el papel del «Sur global» en la política internacional, con un nivel que no se veía desde comienzos de la década de 1980. A principios de 2022, los países del Norte global criticaban la renuencia del Sur a participar en las sanciones unilaterales contra Rusia, un país que invadió a su vecino –en una clara violación del derecho internacional– y desencadenó una guerra que ha costado cientos de miles de vidas. Con su negativa a participar, tal el argumento, los países del Sur global estaban priorizando, de manera grosera, sus propios intereses estratégicos por encima de los principios de soberanía, integridad territorial, democracia y derechos humanos.
Para el Sur global, sin embargo, el principal interrogante desde el 24 de febrero de 2022 ha sido: ¿conduciría el apoyo a la causa de Occidente en Ucrania a un orden mundial basado en reglas más igualitario y consistente, o más bien reforzaría el statu quo jerárquico, caracterizado por la aplicación y el cumplimiento selectivos del derecho internacional en diferentes enfrentamientos y ocupaciones? La respuesta a esa pregunta ha estado a la vista desde que comenzó la última guerra de Israel contra Gaza, provocada por el ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023. El resultado ha sido un continuo desplome de la confianza en el llamado «orden internacional basado en reglas», no solo a los ojos del Sur global, sino también ante los numerosos movimientos feministas, ambientalistas y de derechos humanos en todo el mundo, anonadados por el trato que sus homólogos occidentales dan a los palestinos.
La indignación popular se ha extendido contra una noción liberal y periférica de humanidad que valora la vida de los civiles de manera diferente en diferentes guerras y ocupaciones. El 21 de noviembre de 2023, tras el asedio y la destrucción por parte de Israel del Hospital Indonesio en el norte de Gaza, la organización de ayuda indonesia que dirigía el hospital, el Comité de Rescate y Emergencia Médica, publicó una punzante carta abierta al presidente estadounidense, Joe Biden, en la que señalaba: «Usted ha destruido las reglas del juego internacionales, insultado la autoridad de las Naciones Unidas, destrozado el sentido de la justicia, lesionado los valores humanos y mancillado el rostro de la civilización humana»1.
El 21 de octubre de 2023, el rey Abdalá ii de Jordania habló en contra de la descarada renuncia de Occidente al derecho internacional en lo que respecta al pueblo palestino:
El mensaje que el mundo árabe está escuchando es alto y claro. Las vidas palestinas importan menos que las israelíes. Nuestras vidas importan menos que otras vidas. La aplicación de las leyes internacionales es opcional. Los derechos humanos tienen límites, se detienen en las fronteras, en las razas, en las religiones. Ese es un mensaje muy muy peligroso, ya que las consecuencias de la continua apatía e inacción internacional serán catastróficas. Para todos.2
Pese a las contradicciones internas y los «intereses nacionales» divergentes que persiguen varios Estados del Sur global, los líderes, diplomáticos y ciudadanos occidentales viven en la negación, mientras continúan haciendo caso omiso de esta indignación y brindando, tácita o abiertamente, apoyo incondicional a la ocupación israelí. Al aplicar una doble vara tan evidente, socavan su propia credibilidad a los ojos de miles de millones de personas. De hecho, las consecuencias a largo plazo de esta escisión Norte-Sur, cada vez más profunda y persistente, serán graves.
La moral occidental y la ilusión de reciprocidad
Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, Occidente fue inequívoco en su condena, mientras que incluso en el Sur global, bajo capas de neutralidad oficial, se generalizaban la conmoción y el rechazo. De hecho, los días 2 y 24 de marzo de 2022 se aprobaron en la Asamblea General de las Naciones Unidas dos resoluciones en tal sentido, basadas en el apoyo generalizado –o, por lo menos, la abstención– del Sur global. Entre los principales abstencionistas, la incomodidad con un abierto respaldo a la invasión rusa fue el resultado no solo de la innegable violación por parte de Rusia de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (onu) y del derecho internacional, sino también del hecho de que las sanciones unilaterales de Occidente y la utilización de varias instituciones multilaterales y de la economía global como armas (weaponization) –en medio de la disputa por fuentes alternativas de energía y de obtención de divisas– dejarían aún más frágiles y debilitadas sus economías y sociedades, ya afectadas por la pandemia de covid-19. En marzo de 2023, el presidente keniata William Ruto explicó la oposición de su país a la invasión rusa de la siguiente manera: «No se trata del Norte o del Sur global, sino de lo que está bien y lo que está mal»3. Sin embargo, dijo esto al tiempo que compartía los reclamos fundamentales del Sur global ante el actual sistema internacional, incluidos los inadecuados compromisos de financiación climática, el endeudamiento que limita el gasto en salud y educación, y el «nacionalismo de las vacunas» discriminatorio y derrochador que se observó durante toda la pandemia de covid-19.
El gobierno de Ucrania, por su parte, reconoció sus décadas de diplomacia mediocre con el Sur global, y en 2023 se produjo una expansión sin precedentes del compromiso más allá del mundo transatlántico. Particularmente dignas de mención fueron las reuniones preliminares celebradas en Copenhague en junio de 2023, Yeda en agosto de 2023 y Malta en octubre de 2023, a todas las cuales asistieron asesores y negociadores de seguridad nacional de China, Brasil, la India, Arabia Saudita, Sudáfrica, Turquía y Qatar, entre otros, como preparación de una «cumbre de paz global» basada en el plan de paz de diez puntos de Ucrania.
En general, las actitudes que condenaron la neutralidad del Sur global o el reacio apoyo a Ucrania ensombrecieron las percepciones de Occidente en 2022 y 2023. Sin embargo, los datos de exportación de las principales economías de la Unión Europea revelaron un intenso intercambio comercial con Rusia a través de una serie de terceros países, lo que complica las acusaciones occidentales de que los prolongados esfuerzos bélicos rusos son favorecidos, principalmente, por la complicidad del Sur global. Al mismo tiempo, los diplomáticos occidentales y ucranianos hicieron grandes esfuerzos para reunir apoyos en todo el Sur global4. Se trataba menos de enviar armas a Ucrania en tiempos de guerra y más del imperativo de Ucrania de desarrollar relaciones a largo plazo en el Sur global, a la luz del hecho objetivo de que los acontecimientos geopolíticos, tecnológicos y económicos del siglo xxi se centrarán cada vez más en esta parte del mundo.
Durante las reuniones de Copenhague, un funcionario de la ue afirmó que cualquier paz justa en Ucrania «debe basarse en los principios de la Carta de las Naciones Unidas y las leyes internacionales relativas a la integridad territorial y la soberanía». Sin embargo, esta certeza política y moral por parte del Norte global, que aparentaba ser sólida como una roca frente a la guerra de Rusia contra Ucrania, pareció evaporarse con la guerra de Israel contra Gaza y la escalada de violencia en Cisjordania.
Del mismo modo, en 2015, Francia y México propusieron conjuntamente restringir el poder de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la onu en casos de genocidio abyecto y crímenes contra la humanidad. La propuesta apeló a un carácter de urgencia y obtuvo un apoyo internacional más amplio tras la invasión rusa de Ucrania, y en julio de 2022 fue respaldada por 106 Estados miembros de la onu, incluida Ucrania. No obstante, hasta el día de hoy, Francia sigue siendo el único miembro permanente del Consejo de Seguridad que la respalda, y el impulso logrado se derrumbó después de la represalia colectiva contra los civiles palestinos y la devastación sin precedentes de Gaza que comenzó a desarrollarse tras el 7 de octubre de 2023.
Sin embargo, tal vez la deriva más devastadora desde el punto de vista moral y jurídico haya sido el total apoyo diplomático, financiero y militar de Occidente al ataque punitivo de Israel en toda Palestina. Las contrastantes reacciones occidentales a la invasión rusa de Ucrania y los riesgos de una ocupación israelí prolongada y ampliada sobre el pueblo palestino han puesto fundamentalmente en duda si los gestos de cooperación tácita del Sur global en relación con Ucrania durante los últimos dos años se traducirán alguna vez en reciprocidad de Ucrania y Occidente respecto a otras cuestiones apremiantes que afectan al Sur global, incluida (aunque no limitada a) la cuestión de Palestina.
Empatía por Ucrania, apatía por Gaza
En un intento de justificar la violencia contra una población asediada, han emanado, tanto de gobiernos poderosos como de medios influyentes, retratos deshumanizadores de los civiles palestinos, incluidos los niños. En palabras de la Agencia de las Naciones Unidas para la Población Refugiada de Palestina en Oriente Próximo (unrwa, por sus siglas en inglés), «los habitantes de Gaza sienten que no se los trata como a otros civiles. Sienten que el mundo los está equiparando a todos con Hamás»5.
Tales representaciones son parte de un patrón más amplio de apatía sin fin cuando se trata del sufrimiento palestino. Este patrón suena trágicamente similar a las justificaciones de Rusia para invadir Ucrania, citando una supuesta necesidad de «desnazificar» a la población ucraniana e incorporarla al «mundo ruso». A los ojos de Rusia e Israel –fuerzas de ocupación según el derecho internacional–, tanto el sentido de nación ucraniano como el palestino son falsos y solo pueden redimirse mediante una «liberación» civilizatoria por medio del exterminio. Este desprecio por las justificadas aspiraciones y los genuinos reclamos políticos, al tratar a los movimientos de resistencia locales como meros títeres de potencias geopolíticas nefastas, a menudo justificó, en diferentes momentos históricos, una destrucción incalculable, como ocurrió durante la Guerra de Vietnam (1955-1975).
El 27 de octubre de 2023, tras la aprobación de una resolución de la Asamblea General de la onu que exigía una tregua humanitaria y la protección de los civiles en Gaza, Malasia e Indonesia, que votaron a favor de las resoluciones sobre Ucrania en 2022, criticaron las respuestas contrastantes de Ucrania y Occidente haciendo comparaciones directas entre las súplicas de los civiles en Ucrania y Palestina. En palabras de un diplomático indonesio: «Quienes no apoyaron esta resolución son aquellos que gritan en voz alta por las víctimas civiles en la guerra de Ucrania. Lamentablemente, no reconocen a las víctimas civiles, especialmente a los niños, que han sido masacradas en combates completamente desproporcionados en Gaza».
El segundo aniversario de la invasión rusa llegó en un momento de vacilación del impulso global en favor de Ucrania y Occidente. El 24 de febrero de 2024, los países del Norte global se abstuvieron inusualmente de presentar una nueva resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas en apoyo a Ucrania, en gran parte por temor a que se confirmara el apoyo cada vez menor a este país en todo el mundo. Estas resoluciones no vinculantes, que tienen pocas implicaciones prácticas o aplicación, buscan no obstante movilizar y mantener la relevancia global para la perdurable causa de Ucrania. El mismo enfoque ha sido crucial para la lucha política y legal de los palestinos, como lo demuestran las más de 180 resoluciones de la onu relacionadas con Palestina aprobadas desde 1948.
En el Diálogo Raisina celebrado en Nueva Delhi el 24 de febrero de 2024, varios funcionarios de la ue sostuvieron que las compras indias de combustible ruso con descuento estaban «produciendo balas rusas», mientras ignoraban su propio apoyo a la carnicería de Israel en Gaza. Esta escena sirve como un caso ejemplar de un punto más crucial: entre los principales países que al inicio tenían razones suficientes para apoyar simbólicamente a Ucrania en la onu, los votos de Ucrania y Occidente sobre Gaza y el tratamiento de la cuestión palestina «no serán olvidados»6. Más que una sensación de traición per se, los acontecimientos de los últimos seis meses parecen confirmar un oportunismo carente de principios, tanto en Occidente como en Oriente. En este sentido, la posición de quienes se abstuvieron ante el caso de Ucrania desde un punto de vista geopolítico estratégico, independientemente de sus justificaciones morales y legales, de hecho puede haber estado justificada.
La intervención de Ucrania en la situación global actual
En nuestra era de nuevas rivalidades entre grandes potencias, el mensaje que emana de naciones más pequeñas como Palestina y Ucrania es que, a diferencia de la despolitizada era de la globalización económica capitalista (1991-2020), las aspiraciones políticas largamente reprimidas, y de hecho la historia misma, han regresado al escenario mundial. Ya no pueden ser ignoradas en nombre del comercio internacional, la libertad de navegación y la estabilidad del orden «basado en reglas». Sin embargo, existen diferencias cruciales en la naturaleza ideológica de los conflictos en Palestina y Ucrania: insistir en una aplicación más igualitaria y consistente del derecho internacional en diferentes guerras y ocupaciones, o bien rejuvenecer una decadente noción liberal de selectividad jerárquica en su aplicación. En ese sentido, Ucrania, junto con el resto de Occidente, tiene gran responsabilidad por su actual aislamiento diplomático.
Tras el asesinato de unos 1.200 civiles y soldados israelíes a manos de Hamás el 7 de octubre de 2023, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, dejó clara la posición de su país al ponerse del lado de Israel de una manera que iba más allá de una legítima condena al ataque. En numerosas declaraciones realizadas entre el 7 y el 17 de octubre de 2023, Zelensky describió el prolongado conflicto palestino-israelí en términos de un marco beligerante de «guerra contra el terrorismo», en lugar de poner el foco en los contextos histórico y legal, y en la escalada de la situación en el periodo previo al ataque7. Como insinuó valientemente el secretario general de la onu, António Guterres, el 25 de octubre de 2023, la historia del conflicto comenzó 56 años atrás. Pero antes del 7 de octubre, 2023 ya había sido el año más mortífero de la década pasada en Palestina, y la organización Save the Children lo describió como el año más mortífero registrado para los niños palestinos en Cisjordania y Jerusalén Este. Mientras tanto, el actual recuento de víctimas fatales de más de 8.000 niños en Gaza desde que comenzó la guerra (la cifra final casi con seguridad será mucho mayor) puede hacer que cualquier persona con conciencia sienta tanto angustia como indiferencia.
Sin embargo, el Estado ucraniano, desde su oficina presidencial hasta las Fuerzas Armadas, hizo de inmediato equivalencias entre Ucrania e Israel, y entre Hamás y los civiles palestinos. La oficina de las Fuerzas Armadas de Ucrania publicó un video que retrata a Israel y Ucrania librando guerras en defensa de la «civilización». En los hechos, se alentó una escalada de violencia mayor. Esto contrasta nítidamente con las respuestas inmediatas de Singapur y Kenia, ambos socios estrechos de Israel en materia de defensa y seguridad, que, sin embargo, exigieron una desescalada de ambas partes y votaron a favor de un alto el fuego en la onu el 27 de octubre de 2023.
El 13 de octubre de 2023, Andriy Yermak, asistente de Zelensky, publicó un artículo de opinión en el que expuso sin ambigüedades «por qué Ucrania apoya a Israel». Esto fue publicado el mismo día en que Israel pidió a la onu que trasladara por la fuerza a 1,1 millones de personas fuera del norte de Gaza en un plazo de 24 horas, una jugada que fue ampliamente condenada como un intento de limpieza étnica, o algo que bien podría equivaler a un genocidio, según una evaluación provisoria de la Corte Internacional de Justicia (cij). No se salvaron ni el personal, ni los pacientes ni los recién nacidos y, para muchos, el traslado terminó siendo una sentencia de muerte. Incluso Noruega e Irlanda, dos socios cercanos de Estados Unidos, exigieron de inmediato moderación a Israel y resaltaron que los palestinos estaban sufriendo al igual que los israelíes. En palabras del Ministerio de Asuntos Exteriores irlandés: «En las leyes de los conflictos armados, no existe ninguna jerarquía en cuanto al dolor y el sufrimiento». Más allá de los aliados y socios de Israel en todo Occidente, ningún otro líder de un país que reconoce formalmente a Palestina su condición de Estado apoyó tanto las represalias desenfrenadas de Israel como Zelensky. Sin embargo, tal como lo reveló una encuesta ucraniana del 15 de diciembre de 2023, esto va más allá del presidente ucraniano: las aciones militares de Israel gozan de un amplio respaldo dentro de la sociedad ucraniana, que las ven como «la opción por un mundo democrático libre contra un mundo de terror medieval»8.
Ucrania y Occidente comenzaron a expresar tardíamente su preocupación humanitaria por los civiles palestinos el 17 de octubre, recién después de que un ataque israelí en Gaza borrara a 825 familias enteras del registro civil de Gaza. El epítome de esto se alcanzó el 31 de enero de 2024, cuando el enviado de Ucrania ante la onu, Sergiy Kyslytsya, posó junto al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y un puñado de otros enviados de la onu en un llamado conjunto para desfinanciar y reemplazar a la unrwa, a pesar del apocalíptico nivel de devastación en Gaza y la escalada de violencia de los colonos en Cisjordania9.
La escena contrastaba nítidamente con la cantidad de países de ingresos medios y bajos que generosamente hicieron donaciones a Ucrania en el momento álgido de la invasión rusa a través de varias agencias de la onu, a veces bajo presión occidental. Estos países también fueron testigos de cómo, a lo largo de 2022-2023, se cortaba abruptamente una importante ayuda occidental para el desarrollo en áreas claves (desde energías renovables hasta educación), puesto que los fondos se desviaron al apoyo a los refugiados provenientes de Ucrania y la supervivencia del país en tiempos de guerra. Esta suerte de juego de suma cero explica por qué muchos gobiernos y pueblos del Sur global no comparten la ilusión de que el fin de la guerra ruso-ucraniana producirá un «orden basado en reglas» más igualitario y consistente.
Esto se manifestó simbólicamente en la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 14 de noviembre de 2022 sobre el establecimiento de un «mecanismo internacional de reparaciones» para obligar a Rusia a pagar reparaciones de guerra a Ucrania: 94 países votaron a favor, mientras que 87 se abstuvieron o votaron en contra. Muchos entienden que es poco probable que se invoque ese mecanismo en otras guerras u ocupaciones; en otras palabras, que esto sirve a una justicia selectiva. No se trata tanto de la aplicación de dobles varas como tales (de lo cual ningún país está exento), sino de los estándares de las mismas autoproclamadas democracias. El resultado es una acelerada pérdida de atención y apoyo a la causa de Ucrania.
¿El momento del Sur global?
Las acciones tanto de Rusia como de Ucrania son síntomas antes que causas de una crisis general en la política internacional contemporánea, en la que la propia liberación requiere la deshumanización de las víctimas civiles de otras guerras, ocupaciones y regímenes opresivos. A su vez, la violencia de la unipolaridad –es decir, el intento de rejuvenecer un orden aparentemente liberal y jerárquico basado en reglas– es contrarrestada por la violencia de la multipolaridad, en la que solo importan la política y la intervención de las grandes potencias emergentes y sus elites gobernantes predominantemente conservadoras.
Las guerras que están teniendo lugar en Gaza y Ucrania sirven como un conmovedor recordatorio de que la forma en que se retratan los conflictos busca, en definitiva, asegurar el lugar de cada uno en el lado privilegiado de un orden mundial que ya es profundamente desigual. De hecho, esto constituye la tragedia actual del Sur global: si bien están justificadamente indignados por las dobles varas de Occidente, estos mismos países siguen siendo incapaces de concebir colectivamente un modo de gobierno más universalista y progresista, ya sea dentro de sus fronteras o en el extranjero. En ese sentido, la crítica a Occidente por sí misma suele transformarse en retrógrada.
En este contexto, el caso de Sudáfrica contra Israel ante la cij fue visto con buenos ojos, como una rara excepción a la marea de realismo poscolonial10, caracterizado desde 1991 por la búsqueda de «intereses nacionales» y despolitizados imperativos de desarrollo y seguridad en todo el Sur global. En consecuencia, muchos observadores vieron las medidas provisorias anunciadas por la cij el 26 de enero de 2024 como «un momento de importancia para el Sur global». Este sentimiento está en parte justificado: para mucha gente común de todo el mundo, la empatía con el pueblo palestino es también una protesta contra la apatía de sus propios gobiernos y sus políticas exteriores cínicamente transaccionales. No obstante, se justifica cierto grado de escepticismo realista con respecto a ese sentimiento.
Es que el coraje de Sudáfrica debe apreciarse en contraste no solamente con la complicidad de Occidente, sino también con el calculado y tibio enfoque de las potencias globales emergentes. Muchos gobiernos en todo el Sur global ya no actúan por imperativos democráticos e igualitarios, como sí lo hicieron (por lo menos en apariencia) durante la mayor parte del siglo xx. La política contemporánea detrás de los términos «Sur global» y «descolonización» ha sido cada vez más capturada por gobiernos y fuerzas políticas de derecha, y las luchas transnacionales del pasado por la igualdad y la justicia política, económica y social contra las insatisfacciones del universalismo liberal, las rivalidades imperiales y el capitalismo global han sido reemplazadas por el particularismo civilizatorio y el culturalismo. La política exterior de la India, alguna vez definida por su herencia anticolonial, está experimentando actualmente una profunda transformación ideológica, mientras que este país ha creado una retórica profundamente deshumanizadora contra los palestinos. Muchos gobiernos del mundo árabe siguen siendo cautelosos en su apoyo a Palestina, conscientes de que la cuestión es aún un potencial catalizador para las críticas domésticas. Tampoco se debe subestimar la prolongada desunión dentro de la dirigencia política palestina.
En Asia, la India y Vietnam son quizás los únicos países que gozan de sólidas relaciones con eeuu, Israel, Rusia e Irán simultáneamente, a pesar de su tradicional solidaridad anticolonial con Palestina. Mientras Vietnam luchaba por la liberación nacional, la Organización para la Liberación de Palestina (olp) le ofreció un apoyo inquebrantable en sus guerras con eeuu (1965-1973), los Jemeres Rojos (1979-1989) y China (1979-1989). Como resultado, a diferencia de la India, Vietnam ha votado en la onu consistentemente a favor de un alto el fuego en Gaza y ha prometido apoyo diplomático y financiero a la unrwa. Pero más allá de sus proclamas formales de apoyo al Estado palestino, su respuesta general al embate de Israel ha estado marcada por una inusual tibieza y, en ocasiones, un silencio inquietante. Mientras que las evocaciones a la liberación nacional de Vietnam y los movimientos globales que protestaban contra la guerra en las décadas de 1960 y 1970 no han hecho más que intensificarse en todo el mundo desde el 7 de octubre, estas referencias siguen casi ausentes en los discursos del gobierno vietnamita, la cobertura de los medios estatales y los debates públicos. Junto con la creciente cooperación bilateral en materia militar y de seguridad, Vietnam se convirtió, en julio de 2023, en el segundo país del Sudeste asiático en firmar un acuerdo de libre comercio con Israel. Mientras Vietnam anunciaba que su Asamblea Nacional ratificaba el acuerdo el 27 de febrero de 2024, continuaba la masacre en toda Palestina11. Si Ernesto «Che» Guevara declaraba en 1967 que «Vietnam, esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo», hoy Vietnam ha sido reemplazado por Palestina.
El caso de Sudáfrica contra Israel recuerda los patrones del siglo xix según los cuales, en palabras de la historiadora del derecho Ntina Tzouvala, «los abogados internacionales no occidentales suscribían la lógica de la mejora y abrazaban incondicionalmente el proceso de transformación capitalista», mientras que «los mismos abogados desafiaban la autodesignación de sus colegas occidentales como únicos árbitros del proceso de civilización»12.
Desde entonces, estas tensiones han resurgido periódicamente. Además, aunque el Consejo de Seguridad de la onu ha estado paralizado por las rivalidades entre las grandes potencias y ha sido incapaz de ocuparse de abyectos crímenes de guerra en todo el mundo, varias agencias y personal de la onu en el terreno se han opuesto a la violencia organizada dirigida contra el pueblo palestino. Lo que estos fenómenos simultáneos dicen del futuro es que los principales países del Sur global se volverán más audaces a la hora de reivindicar el derecho internacional, tratando de contrarrestar las formas en que este ha sido convertido en un arma o se ha renunciado a él con impunidad, como resulta por demás evidente en Palestina. En otras palabras, el derecho internacional como fundamento normativo de cualquier reclamo de legitimidad y justicia seguirá siendo una herramienta vital, especialmente para el Estado palestino. El Sur global, a pesar de sus propias contradicciones y prejuicios, tiene aquí un rol importante por jugar.
La lenta decadencia del humanismo liberal
La respuesta de Occidente a la invasión rusa de Ucrania puede terminar siendo recordada como un intento fallido de revitalizar un orden liberal «basado en reglas» decadente, selectivo y jerárquico. La última guerra entre israelíes y palestinos, por el contrario, podrá ser recordada como la guerra que cambió el mundo, porque también cambió los corazones y las mentes de sus seguidores liberales en todo el Sur global. No es tanto una cuestión de Occidente u Oriente, sino más bien del humanismo liberal, que ha muerto como tal. Cuando los corazones y las mentes cambian silenciosamente bajo la superficie de un orden liberal poderoso y resiliente, entonces ya se ha comenzado de manera inevitable a imaginar y preparar una alternativa viable, aunque sea de forma inconsciente.
En muchos sentidos, este momento recuerda las lamentaciones de intelectuales, activistas y estadistas anticoloniales por la traición del Norte global al humanismo liberal con respecto a la autodeterminación de las naciones en el siglo xx. Si las horribles imágenes de la Guerra de Vietnam y los posteriores movimientos antibélicos constituyeron un momento bisagra en todo el mundo, entonces la matanza que está perpetrándose en Palestina y las protestas globales contra ella pueden constituir otro momento similar. Podría tener implicaciones transformadoras para la percepción que la mayoría global tiene de los valores y principios del Norte global, y dar impulso a un mundo nuevo, multipolar y anárquico para el que nadie está preparado.
Lo que está en juego ahora no es solo la supervivencia nacional de Ucrania y Palestina, sino también la supervivencia del derecho internacional y todo lo que queda de la decencia humana básica. La violencia y la brutalidad de los últimos dos años deben impulsarnos a todos –ya sea en el Sur o el Norte, en Oriente o en Occidente– a realizar una introspección honesta y profunda sobre el tipo de mundo en el que queremos vivir. ¿Qué tipo de geopolítica, nociones de soberanía, derechos humanos y legalidad se necesita para superar los desafíos actuales? De lo contrario, nos deslizaremos cada vez más hacia el abismo de un mundo más violento, nihilista y desalmado, en el que los débiles son aplastados en beneficio de unos pocos poderosos.
Fuente: Nueva Sociedad