fernando bonete vizcaíno
Se ha criticado a la crítica por decir que cada una de las novelas de Michel Houellebecq son «su mejor novela». Es verdad que se lleva diciendo esto desde al menos su segunda, ‘Las partículas elementales’ (1998), y de allí hasta aquí, con cada una de sus nuevas creaciones de narrativa. A mí también me lo parece así. En cada ocasión que he tenido me he reafirmado en esta certeza; quizá con dos excepciones, ‘Lanzarote’ (2000) y ‘Serotonina’ (2019), que no fueron mejor que sus predecesoras, pero tampoco peores –al menos no excesivamente peores–. Excepciones que confirman la regla.
El asunto con Houellebecq –y es de aquí de donde viene el adagio repetido de la crítica, y la posterior, también redundante y lógica crítica de los lectores hacia la crítica– es que la historia de fondo, de su primera a su última novela, es en esencia, la misma, y es sobre esta historia que el francés añade algo «diferente», evoluciona con cada nueva incursión literaria, de forma que cada nueva novela dialoga con la anterior, y todas sus novelas dialogan unas con otras. Todas sus novelas son una y la misma, pero todas sus novelas son diferentes.
Cada novela suma a la reflexión total sobre la decadencia de Occidente que acomete el francés , y por esto mismo, cada novela completa a la anterior; son fragmentos de un espejo que nos devuelve el reflejo de nuestro ocaso. Es en la valoración de la generalidad de su obra y de la evolución que experimenta su literatura con cada nuevo título que se entiende mejor cada nuevo empeño de Houellebecq. También ‘Aniquilación‘ (2022).El hombre de Houellebecq
La quintaesencia de esta idea se halla en el protagonista. El protagonista en Houellebecq –le pasa como a la historia– es siempre el mismo tipo de hombre, es uno y el mismo, a pesar de que siempre presente diferencias. Es decir, hay una progresividad en la edad: en su primera novela, ‘Ampliación del campo de batalla’ (1994) es un joven de treinta años, mientras que más recientemente, ‘Sumisión‘ (2015) o ‘Serotonina‘ nos presentan a uno en edad madura, en sus cuarenta; en ‘Aniquilación‘ llega a la cincuentena.
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Nuestro protagonista envejece con su autor –lo que hay de autobiográfico en sus protagonistas es en ciertos momentos declarado, pero en su mayor parte cuestión no resuelta–. También desempeña trabajos muy distintos: informático, funcionario –como el propio Houellebecq en su carrera de ciencias de la computación y su trabajo como administrativo en el departamento de Tecnología e Información del ministerio de Agricultura–, profesor, político, detective, escritor…
Pero aun con sus diferencias formales, en el fondo la figura del protagonista es siempre el mismo tipo de hombre. Es una persona que, de origen, disfruta de cómodos recursos –una formación, una economía, un nivel social–, recursos que, en principio, deberían facilitarle e inclinarlo hacia una vida plena: un matrimonio bien avenido, una familia feliz, un trabajo satisfactorio, gratas amistades, un .ropósito existencial, etc., etc.
Hastiado y solo en todas sus dimensiones –«agotamiento vital» es el término escogido por el escritor– el hombre de Houellebecq espera muy poco de la existencia.
Quizá algún día tuvo o pudo disfrutar de esta vida. El más autobiográfico protagonista de Houellebecq, el de su primera novela, ‘Ampliación del campo de batalla’, recuerda: «has tenido una vida. Ha habido momentos en que tenías una vida. Cierto, ya no te acuerdas muy bien; […] ¡Qué ganas de vivir tenías entonces!». Sin embargo, en el punto en el que el lector se encuentra con el protagonista –en esta obra, con apenas 30 años– la posibilidad de esta vida es, cuanto más, una quimera muy lejana, y asistimos a la narración de una vida malograda, donde solo quedan escepticismo, ironía y resignación. Son los tres adjetivos que mejor definirían el tono literario de Houellebecq. En ocasiones, también un atisbo de esperanza.
Otra característica no menor del protagonista es su condición de huérfano. Ya sea de manera figurativa, con los padres vivos, pero ausentes –normalmente un padre ausente y una madre innombrada– o de manera absoluta, sin ascendentes en los que encontrar compasión y cobijo, la orfandad trae la vulnerabilidad, la soledad y la necesidad soterrada de cariño que acompañan de manera velada sus actos y pensamientos.
Hastiado y solo en todas sus dimensiones –«agotamiento vital» es el término escogido por el escritor– el hombre de Houellebecq espera muy poco de la existencia; su horizonte ha quedado reducido a la experiencia ocasional de sensaciones fuertes procedentes de los placeres más directos: la primacía del sexo –asistimos a la normalización de sus formas menos convencionales, la prostitución, los intercambios de pareja, el sadomaso–; los gozos culinarios –con toda la profusión descripcitva del mejor gourmet–; la evasión del alcohol y las drogas, así como la del turismo –pero también del turismo sexual–.
La inclusión de estos placeres tiene una intencionalidad literaria de más altas miras que la de ser un mero añadido explícito para contentar el morbo de los incondicionales; aspiran a ser, así las entiende el protagonista, distracciones con las que huir del vacío y evitar cuestionarse acerca del sentido errático de una vida, si bien, «en realidad no hay nada que impida el regreso, cada vez más frecuente, de esos momentos en que tu absoluta soledad, la sensación de vacuidad universal, el presentimiento de que tu vida se acerca a un desastre doloroso y definitivo, se conjugan para hundirte en un estado de verdadero sufrimiento» (‘Ampliación del campo de batalla‘).
Sin embargo, el continuo retorno a los placeres terrenales de los protagonistas de Houellebecq atesora además una melancolía y una esperanza. La melancolía de disfrutar de un mínimo sustituto de la felicidad con el que justificar su existencia a diario, y en la que esperar –toda espera entraña una esperanza– algo mucho más grande: el amor. Lo que es y cómo alcanzarlo, sin embargo, todavía no está del todo claro para el francés: «Es un fenómeno misterioso. Entraña la dicha, la sencillez y la alegría; pero sigo sin saber por qué o cómo se produce. Y si no he entendido el amor, ¿de qué me serviría entender todo lo demás?» (‘Plataforma‘).
En definitiva, el hombre de Houellebecq no es sino un reflejo suficientemente fiel del hombre actual, razón por la que tantos siguen acudiendo a su literatura, esperando verse reflejados en sus dudas y sus miserias, y otros tantos, horrorizados ante el retrato de lo que nos hemos convertido, continúan repudiándola.
‘Aniquilación‘, la suma de todo
Con esto llegamos a su última novela, y podemos comprender por lo anterior buena parte de lo que nos ofrece. La acción se sitúa en la Francia de 2027. Nuestro protagonista es Paul Raison, asesor político del ministro de Economía, casado con Prudence, funcionaria del Tesoro; ambos gozan de una posición económica estable; sin hijos. Un matrimonio en declive. No es que no se hablen, es que no se ven; han dividido la casa –incluso las baldas de la nevera– y se han repartido su uso en franjas horarias. Paul tiene dos hermanos, con ninguno de los cuales tiene mucha más relación que con su mujer.
Una grave enfermedad del padre –con quien tampoco mantiene contacto desde hace un tiempo– «acercará» a la familia de nuevo; es la trama familiar de la novela. Las próximas elecciones presidenciales reimpulsarán la carrera política de su asesorado, el ministro de Economía; es la trama política de la novela. Unos inesperados y misteriosos atentados ciberterroristas mantendrán en vilo al DGSI, el servicio de inteligencia francés, al que perteneció el padre de Paul; es la trama de suspense de la novela.
Su nueva novela estará disponible en librerías colombianas a partir del 18 de julio.
Foto:
Archivo particular
El recurso al thriller no es nuevo en Houellebecq. La intriga fue explotada en el inesperado giro policial de El mapa y el territorio(2010), hacia el meridiano de la novela, cuando el mismo escritor, amigo del protagonista Jed Martin, se erige en sujeto ficticio de un asesinato brutal. Por cierto que en esta novela de hace una década el escritor trataba por primera vez, por extenso, la relación padre e hijo, un tema recurrente desde entonces que recupera de forma intimista en Aniquilación.
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Pero volviendo al suspense, es verdad que sus modos esconden ciertos apuntes sobre la fragilidad de las sociedades desde esa otra realidad amenazante en la que se ha convertido internet. Sin embargo, es en su mayor parte una herramienta de impulso narrativo para romper con la deceleración sufrida tras extensos pasajes de reflexión, y la irrupción en el texto, sin previo aviso, de los sueños del protagonista –Paul tiene algo de narcoléptico, y unos horarios de vigilia y descanso atípicos que recuerdan a su creador–. El componente surreal de ‘Aniquilación‘, aunque mucho más directo y evidente en su expresión –la narración misma de un sueño, con pelos y señales–, vuelve a remitirnos al tono onírico de ciertos pasajes de su primera novela.
La trama ciberterrorista de suspense, al contrario que estos sueños, son el instrumento para avivar el ritmo de la narración. No es lo importante, en cualquier caso. Tampoco la trama política es esencial en el relato. No deberíamos atragantarnos con esto. Lo esencial es la posición del protagonista frente a su familia, frente a su matrimonio y frente al mundo, y los derroteros finales de la historia, que son los que dan respuesta a la interpretación de todas estas realidades. Esto es lo importante de la novela. La más extensa de Houellebecq hasta la fecha, la más compleja también, puede que incluso su novela más difícil de leer –no es, desde luego, la obra idónea para iniciarse en su literatura–; pero también la más satisfactoria, la más completa.
‘Aniquilación’ es su
novela más compleja, puede que sea la más difícil de leer, pero también es la más satisfactoria y la más completa
En ‘Aniquilación’, Houellebecq amplía su mirada crítica y pone a funcionar juntos todos los temas que integran su narrativa: el acabamiento de la pareja y la ausencia total de los hijos; los estertores de la democracia y su deriva totalitaria, «aquel ambiente pseudolúdico, pero en realidad de una normativa cuasi fascista que poco a poco había infestado hasta los menores recovecos de la vida cotidiana»; la distracción tecnológica, «le gustaba decir que Internet solo servía para dos cosas: para descargarse porno y para insultar al prójimo sin riesgos» ; la mala praxis de los medios de comunicación, «la prensa […] había incrementado en estos últimos años su poder nocivo, ahora podía arruinar vidas, y no se privaba de hacerlo, sobre todo en periodo electoral, […] una simple sospecha bastaba para destruir a alguien»; la esquizofrenia por el trabajo, «vivía en una época que concedía una importancia excepcional al trabajo, y a la plenitud dentro del trabajo»; el arraigo de nuevas pseudoreligiones politeístas y sectas; la uniformización de las sociedades praticada por la globalización; los flujos migratorios; también la ancianidad y la eutanasia.
En lo que tiene que ver con el sexo en ‘Aniquilación’, este brilla por su ausencia; apenas hay en toda la novela tres o cuatro menciones y escenas explícitas, y son narradas como a desgana. Parece que sin sexo no hay Houellebecq. Este es uno de los motivos que, por incomparecencia, más sentido trae a esta nueva entrega y mejor ejemplifica la evolución constante del sentir del protagonista y de su autor: el deseo se agota, las pasiones no ilusionan, los placeres no provocan. La vida de Paul es la máxima expresión de ese «agotamiento vital».Entre la profecía y la evidencia presente
Es apasionante y adictivo para el lector descubrir que la literatura de Houellebecq se mantiene en un sugestivo equilibrio entre la profecía y la evidencia presente. O más bien, que se sirve de una aguda observación de los acontecimientos de nuestro tiempo para deducir el futuro estado de las cosas y proyectar posibles involuciones para Occidente sobre temas vitales para el conjunto de nuestra sociedad.
Así, por ejemplo, en ‘Las partículas elementales‘ se pueden encontrar tanto reflexiones retrospectivas sobre la obsesión racionalista que nos ha traído a la debacle actual: «En realidad nada va a pesar tanto en su historia [de Occidente] como la necesidad de certeza racional. A fin de cuentas, Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional. Es algo que habrá que recordar a la hora de juzgar al conjunto de la civilización occidental. Como vaticinios sobre problemas venideros, el cientificismo resultante de ese racionalismo extremo y la transformación de la natalidad bajo el intervencionismo de la ciencia, siguiendo los pasos de Huxley: «la reproducción de la especie humana tendrá lugar en un laboratorio, en condiciones de seguridad y fiabilidad genética totales. Por lo tanto, desaparecerán las relaciones familiares, las nociones de paternidad y de filiación» .
Houellebecq ha estado en el ojo de la crítica desde su primera novela.
Foto:
Philippe Matsas
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En ‘Sumisión‘, escrita en 2015 y ambientada en 2022, la proyección futura es política y religiosa –para el final de la novela ambas realidades han confluido y son lo mismo–. Houellebecq proyecta al más puro estilo «choque de civilizaciones» que las disputas serán de índole religiosa, y ve una Francia confesional dominada por el islam y un modelo económico de «tercera vía» en las formas del distributismo económico de Chesterton y Belloc. En ‘Aniquilación‘, escrita en 2021 y ambientada en 2027, es el Frente Nacional, que en la anterior novela fracasaba, el que, rebautizado como Agrupación Nacional y ya sin Le Pen a la cabeza, se alza con el triunfo; el centro se desinfla y la izquierda desaparece. El resultado de ambas predicciones podría no albergar tantas diferencias. En cualquier caso, tienen un mismo origen: el hartazgo por la disolución de los principios fundacionales de Europa.
Por lo demás, las profecías en ‘Aniquilación‘ no pasan de este planteamiento político situacional, y cuando lo hacen son más bien vagas al respecto de nuestra futura destrucción: «a Paul le parecía evidente que el conjunto del sistema se derrumbaría en un colapso gigantesco cuya fecha y modalidades no se podían prever todavía, pero la fecha podría acortarse y sus modalidades serían virulentas». No es mucho, si tenemos en cuenta otras igual de difusas, pero mucho más enérgicas, escritas en 1994: «El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los apartamentos se enriquece con nuevos equipamientos. Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida. Y poco a poco aparece el rostro de la muerte, en todo su esplendor. Se anuncia el tercer milenio».Ancianidad y eutanasia
Precisamente ese rostro de la muerte presagiado se revela en Aniquilación con toda su crudeza en la eutanasia, el signo más decadente de la posición mercantilista y utilitarista mayoritaria en nuestro tiempo. Es el gran tema de entre todos los tratados en la novela, junto con la ancianidad, la soledad en la vejez y en la enfermedad, y la propia dignidad del enfermo.
«Yo he sido muy pronto sensible al hecho de que nuestra sociedad tiene un problema con la vejez; y que era un problema grave que podría conducirla a la autodestrucción»; «la cuasi totalidad de la gente hoy día considera que la valía de una persona disminuye a medida que su edad aumenta»; «la mayoría de las veces los viejos mueren solos. […] Envejecer solo no es ya muy divertido, pero morir solo es lo peor de todo». Y más directamente sobre la eutanasia: «la verdadera razón de la eutanasia es que ya no los soportamos [a los ancianos], ni siquiera queremos saber que existen, por eso los apartamos en lugares especializados, fuera de la vista de los demás seres humanos».La mujer como salvación
Tan importante como el protagonista masculino en Houellebecq es su contraparte femenina. La mujer se revela en la obra del francés como un personaje crucial para subsistir y conservar una remota esperanza de que una cierta alegría en compañía de alguien a quien apreciamos, queremos o incluso amamos, es meridianamente posible.
Los finales en Michel Houellebecq siempre son la búsqueda de una respuesta ante la inevitable derrota que es la vida
Quizá la visión más representativa de la mujer en su universo narrativo se ha dado en ‘Las partículas elementales‘: «En la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron toda su vida, y que trabajaron mucho, solo por amor y entrega; que dieron literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y entrega; que sin embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebía en otro modo de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres». Las mujeres son una de las pocas vías de salvación en un mundo condenado al fracaso.
En ‘Aniquilación’esta interpretación está más presente que nunca; es desempeñada por al menos cuatro de las mujeres que guardan una relación más directa con Paul: su esposa Prudence, su hermana Cécile, la esposa de su padre Édouard, Madeleine, y Maryse, la novia de origen africano de su hermano Aurélien –personaje en el que se concentra la reflexión sobre la inmigración–. De estas cuatro, dos de ellas ejercen una influencia vital en nuestro protagonista.
De una parte, su esposa Prudence, en quien renueva en la recta final de la novela la intimidad, el acompañamiento, el cuidado y la ternura que siempre anheló; ella es la acogida en la peor de las adversidades. De otra, su hermana Cécile, presencia de otra constante en la literatura más reciente de Houellebecq: el cristianismo. Ella es la abnegación, la entrega y el desinterés con los que Paul nunca terminó de identificarse y que no quiso poner nunca en práctica, pero en los que intuye un atractivo y con los que siente una deuda –la mejor definición de Cécile se ha dado, sin embargo, en otra novela, ‘Plataforma‘: «se contaba entre esos seres capaces de dedicar su vida a la felicidad de otra persona, de convertir esa felicidad en su objetivo»).
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Pero si hay algo en la obra de Houellebecq que se preste sin ningún tipo de duda al análisis y la comparación, y nos ayude a entrever una evolución en la similitud del tono y sus temas, estos son sus finales. Los finales en Houellebecq siempre son la búsqueda de una respuesta ante la inevitable derrota que es la vida. Es fascinante comparar los finales desde su primera novela y comprobar la evolución experimentada en el tiempo. Es más, solo contemplado de esta manera, en retrospectiva y en relación al resto de su obra, es posible entender el camino que elige seguir Houellebecq en los compases finales de ‘Aniquilación’.
Del vacío más absoluto de sus primeras novelas de los 90, osciló hacia la fe –una inquietud– en los 2000. Lo que en ‘Sumisión’ podría haber pasado por una reflexión sobre el cristianismo y un interés por la religión derivado del papel central desempeñado por el islam en la trama política de la novela –aunque el tema se debe a muchas más razones, como se puede extraer de la relación intelectual entre el protagonista François y el escritor decadentista Fran Joris-Karl Huysmans–, en Serotonina alcanza un nivel de convicción final sorprendente: «Dios se ocupa de nosotros, piensa en nosotros a cada instante y nos da instrucciones a veces muy concretas», o «y hoy entiendo el punto de vista de Cristo, su reiterada desesperación ante los coraozones que se endurecen».
En ‘Aniquilación‘ esa ilusión se aplaca, se atempera en un final cuya respuesta ante la vida es todavía titubeante entre el descreimiento, la resignación, y la fe; un final en el que prima la consolación basada en el gozo de la contemplación estética y la experiencia sentimental. La duda, la deuda –o la herida– siguen abiertas: «se alegraba de tener la oportunidad de volver a ver la iglesia de Notre-Dame de Bercy; tenía la sensación de que en su vida había alguna cosa inacabada con aquella iglesia, y quizá más en especial con el cristianismo.
FERNANDO BONETE VIZCAÍNODirector del Grado en Humanidades de la Universidad CEU San Pablo (Madrid).