Hay temas recurrentes en la obra de Borges: el tiempo, la conciencia, la relación con la divinidad, el destino, el coraje, el suicidio. Ahí están los poemas a Francisco López Merino, el amigo que se mató en 1928; ahí está el coronel Francisco Borges, que en la batalla de La Verde combatió con un poncho blanco llamando a la muerte; ahí está, también, el cuento “Veinticinco de agosto de 1983″, en el que un Borges joven y otro anciano hablan —o sueñan que hablan— de la noche en que quiso matarse.
Fue en 1934. Atacado por el insomnio y por un amor no correspondido —el de Beatriz Bibilione Bullrich—, Borges había reservado una habitación en un hotel de Adrogué para pegarse un tiro. Tan decidido como práctico, hacía allí fue con la pistola, una botella de ginebra para darse coraje y un libro para ocupar el tiempo hasta que se hiciera la hora en que iba a hacerlo. La resolución es tan libresca que pone en duda que realmente haya pasado: se entretuvo tanto en la lectura que se olvidó a qué había ido.
Se lo ha caracterizado a Borges de muchas maneras: el más argentino de los escritores (Sarlo), aquel que define la categoría de clásico (Pauls), el estratega de la cita (Balderston). Borges también es profundamente romántico en el sentido más lineal del término. Borges era un enamoradizo. “Se enamoró de docenas de mujeres”, recordaba Alberto Manguel.
Borges y Bioy
Nunca ocultó sus amores, pero tampoco necesitó que todos fueran explícitos. Ya en su primer libro, Fervor de Buenos Aires (1923), entre figuras urbanas y apariciones platónicas, había un poema dedicado “a C. G.” —era Concepción Guerrero— en el que desovillaba la tarde de un sábado de novios: “Tú / que ayer sólo eras toda la hermosura / eres también todo el amor, ahora”.
Hay muchas otras dedicatorias como esa. Referencias veladas de un idioma particular de dos. Otro ejemplo: un poema dedicado a I.J.: es Sara “Pipina” Diehl, pero, como ella estaba casada con un hombre temible, él usó las iniciales de sus nombres intermedios, Isabel Josefina.
Me fascina cuando Borges se entrega el amor porque no pierde el understatement característico, pero casi: “Tu ausencia me rodea / como la cuerda a la garganta”, dice en un poema que podría haber escrito Alejandra Pizarnik. Y en otro soneto: “Debo fingir que hay otros. Es mentira. / Sólo tú eres. Tú, mi desventura / y mi ventura, inagotable y pura”.
La nueva edición de “El oro de los tigres”, de Borges
En El oro de los tigres (1972), uno de sus últimos libros, hay un poema que se llama “El amenazado”. El título es toda una declaración, porque ¿no es el amor una forma de amenaza?
Un fragmento del poema:
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
(…)
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Borges y María Kodama / contenido no licenciado
Hay una suerte de reverberación de la Pasión de Cristo. “Tendré que ocultarme o que huir”: aparta de mí este cáliz. Para entonces, ya había conocido a María Kodama. ¿No da la impresión de que lo escribió ni bien se despidieron y él, solo en esa habitación irreal, empezó a extrañarla?
Se lee la expectativa del encuentro, y, a la vez, hay un fondo de pesimismo. Borges era un hombre grande, casi un anciano. Ya había tenido, como decía Bioy, demasiados amores infelices. Tal vez por eso no le dedicó el poema a Kodama. Le dedicó muchos otros, pero este no. No debía querer agregar a esa cantidad de nombres e iniciales las letras M.K.
Fuente: Infobae, Argentina