El Gobierno volvió al radar de los inversores extranjeros con un bono en pesos: captó US$ 1.000 millones tras siete años de cierre

Por primera vez desde la crisis de 2018, el Estado argentino logró colocar deuda entre inversores privados no residentes. Se trata de un hito para el equipo económico, que interpreta el resultado como un paso hacia la recuperación de la confianza en los mercados.

Este miércoles, el Ministerio de Economía concretó la emisión de un nuevo bono del Tesoro (BONTE) a cinco años por el equivalente a 1.000 millones de dólares, con la particularidad de que fue suscripto por inversores extranjeros y bancos, pero pagadero íntegramente en pesos. El instrumento, denominado TY30P, rinde un interés nominal del 29,5% anual y vence el 30 de mayo de 2030, con pagos semestrales.

Según detalló el secretario de Finanzas, Pablo Quirno, se recibieron 146 ofertas por $1,94 billones (unos US$ 1.694 millones), lo que llevó a prorratear las adjudicaciones para no exceder el monto deseado. La emisión se dio bajo ley local y aprovechando la flexibilización parcial del cepo cambiario, lo que facilitó la entrada de capitales sin requerir acceso pleno al mercado internacional.

¿Se abre un nuevo ciclo financiero?

La colocación fue celebrada por el Gobierno como una señal de que comienza a restablecerse el vínculo con los mercados. Desde el Ministerio de Economía destacaron que el bono permite:

  • Refinanciar vencimientos de deuda en moneda local;
  • Aumentar reservas sin incrementar el endeudamiento neto;
  • Extender el plazo promedio de la deuda en pesos;
  • Ampliar el universo de inversores.

De hecho, los US$ 1.000 millones serán computados como parte del cumplimiento de metas de reservas con el FMI. Aún así, la consultora 1816 advirtió que faltan unos US$ 4.000 millones para alcanzar el objetivo del 13 de junio.

Además del BONTE, el Tesoro adjudicó títulos de corto plazo en pesos y consiguió refinanciar vencimientos por $8,56 billones, lo que le permitió cerrar el mes sin recurrir a emisión monetaria del Banco Central.

Una tasa alta y un riesgo electoral latente

Aunque se considera un éxito operativo, el instrumento no fue barato: la tasa del 29,5% anual se ubicó por encima de las expectativas del mercado. “Es una tasa muy alta. El consenso se movía entre el 22% y el 28%, incluso algunos más optimistas lo veían más bajo”, señaló el economista Gabriel Caamaño, de la consultora Outlier. Según sus cálculos, la tasa real implícita supera el 10% anual.

Alan Versalli, analista de Cocos Capital, coincidió: “Luce caro. El mercado esperaba una tasa más cercana al 22-23%”.

Las proyecciones inflacionarias del Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) del Banco Central indican una inflación del 31,8% en 2025, 18% en 2026 y 10% anual a partir de 2027. Esto sugiere que el bono comenzaría a rendir negativamente en términos reales a partir del tercer año, a menos que la inflación siga por encima de lo previsto.

A esto se suma una cláusula de rescate anticipado (put option) que los inversores podrán ejercer en mayo de 2027, poco antes de las elecciones presidenciales. Es una válvula de escape ante eventuales turbulencias políticas o riesgos de reversión en las condiciones macroeconómicas.

Una señal de confianza que no despeja todas las dudas

Más allá de las condiciones onerosas, el Gobierno lee la operación como una victoria simbólica: volver a captar fondos del exterior —aunque en pesos y con ley local— rompe con una inercia de aislamiento financiero de casi siete años. El propio Quirno celebró en redes sociales que “la demanda superó ampliamente la oferta” y subrayó que esto “amplía la base de inversores interesados en deuda en pesos”.

Sin embargo, economistas y operadores de mercado coinciden en que el verdadero test será sostener este vínculo en el tiempo, con emisiones menos costosas, mayor previsibilidad institucional y, eventualmente, bajo ley extranjera.

El regreso de los inversores internacionales, aunque parcial y condicionado, marca un punto de inflexión en la estrategia del Gobierno: apelar a los mercados para fortalecer reservas y cubrir vencimientos, en un contexto aún marcado por la fragilidad financiera. La deuda ya no es una mala palabra, pero sigue siendo cara.

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